: Luciano Antonio Núñez

Para mi Amanda
“Cuánto misterio:
Un puñado de semillas de albahaca
es todo lo que tengo.”

LAS PRODUCTORAS DE LÁGRIMAS

Desde hace tiempo que distraigo las ganas de cocinar; en realidad, de picar cebolla. Me siento a veces a disfrutar la idea de atravesar con un cuchillo bien afilado las blancas carnes que sueltan esa ponzoña que, de inmediato, ataca las glándulas lagrimales.
Ni siquiera el más insensible de los mortales soporta el olor que deja medio bulbo sumergido en aguas, pues antes de la inmersión, ya comienza a saborear la acidez del vegetal.
Es por eso que algunos las conocen más como productoras de lágrimas que como purificadoras de sangre, y es cierto.
Desde lo profundo, más allá del deseo, me resisto a tratar con ellas; no tengo ganas de que brote ese chorro  maligno que me recuerda las tristezas postergadas, las de arrastre.
Hay muchos –como yo- que se empeñan en discriminar las lágrimas. Las de linaje, que salen de manera  espontánea por un dolor inmediato, las de una desgracia; están también las que vienen con años de aporte (a punto de jubilarse y pasar a retiro); y además, las que crea con artificio ese tubérculo.
El problema es de fronteras: nadie sabe bien dónde unas comienzan a confundirse con las otras.
Uno va tomando con el tiempo el gusto a eso de soltar el líquido salado por los ojos: se comienza sin ganas, sin querer, con disimulo, y en segundos, ves nublado y te encuentras con que estás llorando a moco tendido, a todo motor. Es importante aprovechar esos momentos de desahogo para meter en un llanto otros dolores. Ya que se llora, hay que llorar bien.
Es incuestionable que, aunque venga de las cebollas, el llanto siempre emociona. Por eso existe tanta vocación por la cocina. De no ser así, piensen, habría menos cocineros. Nadie ha descubierto aún una mejor manera de lavar con disimulo las angustias. Nadie sospecha. Por estadística la cocina no es un lugar que la gente elija para ponerse a llorar. El más buscado, sin duda, es el baño; mas se dan casos en que las puertas y las cerraduras no aseguran la privacidad que requieren ciertos lloriqueos.
Por eso este domingo voy a proponerme cocinar de una buena vez. Voy a atravesar esos anillos sin vacilar. Total podré decir, como ciertos cocineros: ¡qué ácida es esta cebolla desgraciada!

LA ALBAHACA HUMANA

La noticia se ha esparcido por todo el mundo: Una planta esponjosa aflora entre dedos de un hombre. Eso ya lo saben los amigos que me frecuentan y ríen y festejan y se asombran. Hasta poetas y científicos vivieron a estudiar el inusual brote. Registraron mi cuerpo y el de la hierba y no encontraron dónde la planta comienza a ser planta y dónde yo comienzo a ser yo. Un pintor nos dibujó al revés: yo hecho planta, y la planta hecha yo.
Es más, de forma casi inesperada, aparecieron también los que aseguraron que era curativa y quisieron arrancarme hojas al descuido y unos, hasta con violencia; otros, ofrecieron comprarlas e instalar un mercado  con la Albahaca Humana, a la que atribuían poderes de sanación.
Pasaron los días y cada vez el milagro comenzó a generar menos interés. Al ver que era improductivo, y hasta incómodo el tener una albahaca creciendo en la mano, pocas universidades se interesaron en avanzar sus investigaciones.
Sólo las vecinas se acercaban a pedirme unas hojas de la aromática planta para guisar sus pastas. En realidad, muy pocos llegaron a ver sus hojas cuando reverdeció con bravura; tanto, que su verde llegó a ser el más profundo que se haya visto en estas tierras. Un verde casi mágico.
Casi todas las tardes, mi amiga se desmaya y busca refugio entre mis dedos como una paloma que tantea un árbol cuando asoma la lluvia.
Entonces, la acaricio con mi mano solitaria; y ella, inclina sus ramas y exhala una fragancia esmeralda que empaña mis ojos y la soledad.
Un día y de repente, la planta amaneció brotada de florecitas blancas como pequeños arroces; recuerdo que fue una gran emoción para ambos recibir ese milagro.
A los pocos días se tornó amarillenta y ocre después. La otra mano la acarició con más cariño que nunca, pero fue en vano. Pasaron los días y todo acabó cuando, de sus ramas, cayó una última hoja que quedó sobre la cama, al lado de la almohada, como si se hubiera desprendido de un sueño.
Cuando más la extraño es por las tardes. Entonces, trato de no mirar la mano vacía y de no pedirle tanto trabajo. Dejo que repose su melancolía, pues algo de ella se ha ido con la planta. Sin embargo, una extraña marca ha aparecido en la mano de las caricias, causa escozor durante varias horas y se calma sólo cuando la riego.

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