Óscar González.

Decir que la novela corta Carmilla, del irlandés Joseph Sheridan Le Fanu, es un precedente no sólo por más de dos décadas de adelanto, sino porque también influyó de manera decisiva en Bram Stoker para escribir su Drácula, no es sólo un lugar común sino también una pena, pues, además, la alta consideración del público y la crítica que tuvo el autor en su tiempo, por alguna razón desde los primeros años del cine comercial, ya se le había escamoteado su papel de pionera de
la narrativa gótica.

Hasta la irrupción en la literatura del periodista en su natal Dublín, casi siempre publicando sus narraciones en revistas de la época –Carmilla vio la luz en 1872, sin embargo, en una colección de cinco relatos: In a Glass Darkly (En un espejo, oscuramente)–, pocas veces las historias de horror, ultratumba, fantasmas y vampiros habían relacionado tan estrecha e intensamente el horror con la belleza, el amor con el mal, sin faltar fuertes cargas de sexualidad, que en el caso que nos ocupa son de inequívoco carácter sáfico. La homosexualidad de la vida real, sobre todo la masculina, en el Reino Unido de la era victoriana era severamente castigada –como bien lo supo otro coetáneo y contemporáneo de estos escritores, Oscar Wilde–, pero en la literatura, por lo menos la femenina, era celebrada como un ejercicio de belleza y amor ideales.

Es cierto que el estadounidense Edgar Allan Poe, en sus narraciones de misterio, horror y a veces sobrenaturales, había mostrado la misma fascinación por la muerte que los irlandeses románticos y pre-modernistas, pero, aunque el término gótico en literatura es casi un anacronismo, pensar en la convivencia de los arcos apuntados y las nervaduras de las altas y esbeltas torres de ese estilo arquitectónico que hacen elevar la vista al cielo en místico arrobamiento –tal era la finalidad– con los horrendos monstruos de las gárgolas, como en las catedrales de Colonia y Milán, da una buena idea del novedoso ideal de belleza.

Carmilla es una joven descrita por la narradora Laura como de extraordinaria belleza –al grado de que- dar prendada de ella casi a primera vista–, que, además, se muestra agresivamente seductora con su amiga, sin excluir el contacto físico, con caricias, abrazos y besos que se describen con cierta discreción, tal vez menos de la debida en la época, aunque la talentosa narrativa de Sheridan tiene la plena capacidad hacer dichos arrumacos intensamente eróticos para el lector.
La hermosa vampira con frecuencia le habla a Laura de una vida eterna de amor en la muerte, juntas y en permanente arrobamiento, y lo particular de la conducta en el vampirismo de Sheridan es que las vampiras eligen a sus víctimas, jóvenes solitarias y hermosas, para luego enamorarse de ellas y chuparles la sangre hasta causarles la muerte. Matar no se hace sólo por supervivencia, sino también y tal vez primordialmente por amor.

La protagonista no es un monstruo sólo por su origen maligno –el autor curiosamente evita “demoniaco”–, sino porque, una vez hospedada en la casa de la infortunada muchacha, al ejercer sus oficios en la oscuridad de la noche se transforma en un ser horripilante que ronda su cama. La asedia- da cree que se trata de una pesadilla. Sin embargo, mientras duerme en la tumba, la vampira, que en el caso de Carmilla tiene una centuria de haber fallecido, conserva su belleza y lozanía, e incluso respira con suavidad.

Hay en la novela un ascenso sutil hacia un clímax trepidante hasta la muerte de la vampira, que sucede, esa sí, con la consabida estaca de madera, decapitación e incineración, lo que sucede poco después de haber sido descubierta por culpa del reconocimiento de un retrato que data de los tiempos de su noble familia que habitaba en un castillo ubicado en una villa abandonada y ruinosa por parte de un viejo general, tío de una víctima reciente.

No hay duda, pues, de la influencia de Sheridan Le Fanu en el género y la época: la belleza de Car- milla se puede comparar fácilmente con la del posterior Drácula de Stoker, quien se supone que habría tomado como modelo para las características físicas de su legendario personaje al compositor, director de orquesta y sobre todo virtuoso del piano Franz Liszt que por guapo hacía desmayar y ponerse histéricas a las señoras que asistían a sus recita- les al modo de The Beatles o Luis Miguel siglo y medio después, por cierto nativo de la misma región de la baja Austria, Hungría, Rumania y Eslovaquia, cerca de los Cárpatos, en Europa oriental, en la que se desarrollan Carmilla y Drácula, no lejos de Valaquia, Transilvania, donde a mediados del siglo XV el príncipe Vlad Dráculea, personaje histórico que habría inspirado a Stoker (muy libremente), quien encabezando un belicoso y sanguinario régimen autocrático em- palaba-ensartaba con un palo para mantenerlos en posición vertical, sembrados en los alrededores de su castillo, a sus enemigos como medida disuasiva contra las rebeliones e invasiones, sobre todo cristianas.

Bram Stocker trabajó en el periódico Dublin Evening Mail, cuyo propietario era nada menos que Joseph Sheridan, y ambos estudiaron en el Trinity College de Dublín. En la misma alma máter, atendió clases Oscar Wilde. Estos tres escritores encabezaron sendas generaciones de una época fascinada por la belleza, el sexo, el amor, el mal y la muerte, considerándose al autor de Carmilla como el maestro, después casi olvidado tal vez por la grandeza de sus alumnos, o acaso por una de esas extrañas injusticias de la historia del arte y la literatura.

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