Pablo González Casanova
A los enemigos de Roma, según el teólogo Dussel, les colocaban una corona de espinas y los crucificaban; lo que le hicieron a Cristo no fue por ser su enemigo, sino por razones políticas propias del imperio romano. Los teólogos de la liberación descubren que “lo político es el lugar del encuentro con Dios”. Su gran lucha no consiste en desacralizar a la religión, sino a la política. El proceso de desacralización no los lleva por la vía del renegado, pues lo sagrado, la fe y el dogma no se tocan. Se ahonda en la política como hecho profano que no exige ni fe en lo político, ni aceptación de la LA TEOLOGÍA DE LA LIBERACIÓN PABLO GONZÁLEZ CASANOVA* propuesta política como dogma, ni sacralización del político o la política con la fe de Cristo En el ahondamiento del proceso de desacralización de lo político, estos teólogos pasan de “una pastoral de mediación a una pastoral de compromiso –dice un documento episcopal–. Se comprometen con los oprimidos y dejan la postura ‘mediadora’ entre opresores y oprimidos”. La teología descubre la dialéctica del mundo como un hecho político. Recupera el sentido en que la fe puede ser usada y es usada por razones políticas. Refuerza su fe con un compromiso político de los pobres con la fe. Ve la realidad teológica como realidad concreta sujeta a los vaivenes políticos y usados por las fuerzas políticas. “En los círculos cristianos —escribe el teólogo Gustavo Gutiérrez— siempre ha habido y sigue habiendo dificultades para percibir la originalidad y la especificidad de la esfera política.”
El acento se ha puesto en la vida privada; los hechos políticos han sido en general relegados a un segundo plano, reducidos al área elusiva y nada exigente del “bien común”. Así se generó la complacencia con una visión general y humanitaria de la realidad, en detrimento de un conocimiento científico y estructural de los mecanismos socioeconómicos y de la dinámica histórica. “Así también vino la insistencia en los aspectos personales y conciliadores del Evangelio frente a sus dimensiones políticas y conflictivas.” En tanto, la teología de la liberación plantea el problema de la opresión-liberación más allá de un “concilio para simples”, en una lucha por paz y justicia que exige considerar la dimensión política, y la preocupación del pensamiento teológico por la praxis social para una participación efectiva. Participar en el proceso de liberación es considerado como un obligatorio locus de la reflexión cristiana. En esa participación, se descubrirán matices de la palabra de Dios imperceptibles en otras circunstancias y sin los que no puede haber una fe en el Señor auténtica y fructífera.
Si la teología puede ser usada para una política de opresión, también puede haber una teología de la liberación, en que política y fe sean mucho más coherentes, en que la política sirva a la fe y no se sirva de ésta. Estos teólogos creen que “sólo puede haber un desarrollo real de América Latina si se logra la liberación del dominio que ejercen los países capitalistas y en especial el más poderoso de ellos: Estados Unidos. La liberación también implica un enfrentamiento contra los aliados de esas fuerzas, los compatriotas que controlan la estructura nacional de poder”.
La liberación se entiende a la vez dentro de un movimiento muy complejo y amplio que lucha por el socialismo y por una sociedad cualitativamente distinta en que el hombre esté “libre de toda servidumbre”. En esa lucha, los teólogos recogen la experiencia de los fracasos del reformismo, del desarrollismo, del populismo, de las guerrillas aisladas de las masas, de la llamada “vía pacífica” o “electoral” al socialismo; rechazan cualquier interpretación monolítica del proceso histórico; están abiertos a las distintas estrategias y tácticas que florecen por todas partes En los distintos acercamientos teóricos, ven métodos de interpretar la sociedad para cambiarla: para que la cambien los oprimidos a partir de los valores de los oprimidos. Empezar con los valores, los conceptos y las expresiones de los oprimidos y elaborar, al mismo tiempo, una teoría pública implica usar un lenguaje distinto al de sectas y sus equivalentes laicos. “La construcción de una sociedad diferente – agrega Gustavo Gutiérrez–, y de una humanidad diferente sólo será auténtica si los oprimidos la llevan a cabo.” Por lo tanto, todo el proyecto debe empezar desde los valores de los oprimidos. Los teólogos de la liberación advierten que “una situación injusta no ocurre por casualidad”. Buscan, tras ella, la “responsabilidad humana”.
Condenan dos tipos de abusos y no sólo uno: los tradicionales, los individuales, de los que se benefician los poderosos, y los nuevos, los sociales. Condenan el sistema existente al que la propia Iglesia pertenece. El pecado como explotación del hombre por el hombre es uno, pero otro es el “pecado como sistema” de dominación y explotación. Éste exige otro trabajo pastoral, otro enfoque de la salvación y la gracia. Implica una revolución desde la religión, con la religión en su sentido genuino. Desde ella y con ella se busca la liberación política, la liberación del hombre del pecado y su acceso a la comunión con Dios. Lo único que lamentan en lo que toca a las ciencias sociales es la falta de una teoría del proceso. Uno de los peligros, que amenazan la construcción del socialismo en América Latina, es la falta de una sólida teoría.
Esta teoría debe ser latinoamericana, no para satisfacer un deseo de originalidad, sino por realismo elemental. La teología de la liberación atrae así, a la lucha contra el nuevo imperio, a una población inmensa y católica, y pone la fe al servicio de la liberación del alma y de los pueblos. Se inserta en un movimiento revolucionario más vasto, religioso y laico, y esto muestra respeto ante los valores religiosos mientras lucha junto con los católicos por la liberación mínima e inmediata. Hace poco, un periodista norteamericano le preguntó al escritor guatemalteco Cardoza y Aragón: “¿Qué piensan los revolucionarios guatemaltecos sobre el comunismo?” El escritor contestó: “Es un viejo sueño cristiano que no está en nuestros proyectos inmediatos.”
El escritor expresó con agudeza un nuevo planteamiento de los revolucionarios en relación con la religión: sus sueños son los de los cristianos, pero, en lo concreto e inmediato, luchan sólo por un proyecto popular de democracia e independencia frente al imperio y al tirano. La revolución interpreta la religión y ésta a aquélla. Así, en las anteriores revoluciones, el cristianismo era una de las ideologías de las que el pueblo trataba de liberarse y ahora es conocido como un factor decisivo de liberación. Si las clases en el poder hacen de la religión “el opio del pueblo”, las nuevas revoluciones viven la fe y la lucha por la liberación como un solo compromiso; el compromiso es vivido por los creyentes como una conversión. Surge una necesidad de coherencia entre la revolución y la dimensión cristiana, o entre ésta y aquélla, surgen identidades vividas, religiosas y revolucionarias: la resurrección es la revolución. Cambia el sentido de la liturgia y de la celebración eucarística. Durante la misma, se escuchan las gestas de los militantes, se oyen nombrar a sus santos y mártires, se rinde homenaje a los caídos. La eucaristía se liga al “acontecimiento liberador y pascual que se ha vivido en carne propia”.
Se elabora el análisis político antes y después de la misa. El atrio es ágora y lo profético cobra un nuevo sentido, que no sólo viene del análisis de clases, sino también del vínculo de los valores cristianos con los de la revolución popular. Se descubre el marxismo desde la religión y la revolución desde el amor. Se plantea la necesidad de reformular la teoría revolucionaria de la religión. Y el amor advierte que “ya no puede disociarse de la lucha de liberación de los oprimidos”. Ha escrito el sacerdote y poeta Cardenal: “El amor es subversivo y creo que la teología debe transformar la realidad.”
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