En septiembre del 2017, tras los sismos que sufriera la Ciudad de México,
Juan Villoro publicó el siguiente poema en el diario mexicano Reforma,
donde abordó lo ocurrido en la capital mexicana. “Con el puño en alto”
bien pudo haber sido escrito hace treinta y dos años. Los actores que
rebasaron al drama siguen siendo los mismos, pero con otros nombres.

Eres del lugar donde recoges
la basura.
Donde dos rayos caen
en el mismo sitio.

Porque viste el primero,
esperas el segundo.
Y aquí sigues.
Donde la tierra se abre
y la gente se junta.
Otra vez llegaste tarde:
estás vivo por impuntual,
por no asistir a la cita
que a las 13:14
te había dado la muerte,
treinta y dos años después
de la otra cita,
a la que tampoco llegaste
a tiempo.
Eres la víctima omitida.
El edificio se cimbró
y no viste pasar la vida
ante tus ojos,
como sucede
en las películas.
Te dolió una parte del cuerpo
que no sabías que existía:
La piel de la memoria,
que no traía escenas
de tu vida,
sino del animal que oye crujir
a la materia.
También el agua recordó
lo que fue cuando
era dueña de este sitio.
Tembló en los ríos.
Tembló en las casas
que inventamos en los ríos.
Recogiste los libros de otro tiempo,
el que fuiste hace mucho

ante esas páginas.
Llovió sobre mojado
después de las fiestas
de la patria,
más cercanas al jolgorio
que a la grandeza.
¿Queda cupo para los héroes
en septiembre?
Tienes miedo.
Tienes el valor de tener miedo.
No sabes qué hacer,
pero haces algo.
No fundaste la ciudad
ni la defendiste de invasores.
Eres, si acaso, un pordiosero
de la historia.
El que recoge desperdicios
después de la tragedia.
El que acomoda ladrillos,
junta piedras,
encuentra un peine,
dos zapatos que no hacen juego,
una cartera con fotografías.
El que ordena partes sueltas,
trozos de trozos,
restos, sólo restos.
Lo que cabe en las manos.
El que no tiene guantes.
El que reparte agua.
El que regala sus medicinas,
porque ya se curó de espanto.
El que vio la luna y soñó
cosas raras,
pero no supo interpretarlas.
El que oyó maullar a su gato
media hora antes
y sólo lo entendió
con la primera sacudida,
cuando el agua salía del excusado.

El que rezó en una lengua extraña,
porque olvidó
cómo se reza.
El que recordó quién estaba
en qué lugar.
El que fue por sus hijos
a la escuela.
El que pensó
en los que tenían hijos en la escuela.
El que se quedó sin pila.
El que salió a la calle a ofrecer
su celular.
El que entró a robar
a un comercio abandonado
y se arrepintió en un centro de acopio.
El que supo que salía sobrando.
El que estuvo despierto
para que los demás durmieran.
El que es de aquí.
El que acaba de llegar
y ya es de aquí.
El que dice “ciudad” por decir
tú y yo y Pedro y Marta
y Francisco y Guadalupe.
El que lleva dos días sin luz
ni agua.
El que todavía respira.
El que levantó un puño
para pedir silencio.
Los que le hicieron caso.
Los que levantaron el puño.
Los que levantaron el puño
para escuchar
si alguien vivía.
Los que levantaron el puño
para escuchar si alguien vivía
y oyeron
un murmullo.
Los que no dejan de escuchar.

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