Juan José Morales
Con suficiente oportunidad para comentarlo en los próximos Días de Muertos, viene a mi memoria el mensaje que alguna vez me enviara una lectora respecto de si era cierto o no que se había demostrado de manera científica que el peso del alma humana era de sólo 21 gramos y que, incluso, por si fuera poco, había una película al respecto que se llamaba precisamente 21 gramos; además, dijo ella, había una fotografía de un alma desprendiéndose del cuerpo.
En realidad, el tal experimento científico —mal planeado, peor realizado y nunca repetido— no demostró nada en absoluto y así lo reconoció su propio autor, un médico de los Estados Unidos de nombre Duncan Mac Dougall, del que no se tiene mayor memoria. En lo que respecta a la fotografía del alma elevándose desde el exangüe cuerpo de un difunto, no fue más que una burda (casi infantil) falsificación de una revista sensacionalista norteamericana.
La revista Weekly World News fue la que publicó “disque” la “primera imagen del alma humana”, que supuestamente había emergido del cuerpo de una mujer fallecida durante una intervención quirúrgica, pero en realidad era un mero truco fotográfico y uno tan burdo que resulta sorpresivo que haya ingenuos que se lo crean o que quieran creerlo. Por lo que respecta al supuesto experimento científico, el mismo se realizó en 1907 y consistió en instalar a pacientes moribundos, que accedieron a ello, sobre una cama especial que registraba su peso, de modo tal que pudiera detectarse cualquier variación en el momento de su muerte.
Con independencia de las dificultades para monitorear con toda precisión el peso de una persona —sobre todo cuando está agonizando y con la tecnología que existía hace poco más de un siglo—, cuando no se puede determinar con exactitud el momento de la muerte, los resultados fueron confusos. Según los propios informes del tal Mac Dougall, fueron seis los pacientes que murieron en la cama-balanza. Uno no llegó a ser pesado, pues falleció antes de poder hacerse el cálculo; de otro no se lograron tomar los datos por “interferencia de personas ajenas” (¿?); un tercero perdió más de 43 gramos, aunque no súbitamente, sino en un par de etapas; el cuarto perdió solamente 10.5 gramos —debió ser de alma muy liviana—, pero poco después la balanza de nuevo regresó a su “posición inicial”; el quinto perdió 46 gramos, pero no de manera repentina, sino a lo largo de 18 minutos, y sólo en uno de los seis casos, el último de la secuencia, se registró lo que pareció ser una brusca pérdida de peso de 21.3 gramos en aparente coincidencia con la muerte del sujeto.
Tan diversos, limitados y confusos resultados, obviamente no podían llevar a ninguna conclusión, y así lo admitió Mac Dougall, quien con toda honradez calificó su experimento de intento inicial que debía ser seguido por otros para evitar “cualquier posibilidad de error”, pero nadie intentó de nuevo pesar el alma o registrar algún cambio de peso del cuerpo en el momento de exhalar el último suspiro, como dice la manida expresión. Sin embargo, sigue corriendo la versión de que el alma pesa 21 gramos.
Respecto de la supuesta fotografía de un ánima elevándose desde el cuerpo de una persona en el momento de fallecer, el mito dice que fue tomada por un médico alemán y que el Vaticano certificó su autenticidad, pero la tal foto no fue más que un montaje de la revista amarillista norteamericana Weekly World News, como se dijo, que la publicó en su edición del 22 de septiembre de 1992.
Esa revista, dicho sea de paso, también había publicado la que dijo era la primera fotografía del Cielo así, con mayúscula y todo, el Cielo de los ángeles, arcángeles y querubines—, tomada nada más ni nada menos que por el telescopio espacial Hubble.
El insustancial peso del alma humana, sin duda, es un tema ad hoc para los próximos Días de Muertos.
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