El presente texto es una selección del amplio discurso DICTADO a fines del pasado febrero por el Doctor José Luis Pech Várguez, rector de la Universidad de Quintana Roo, con motivo del 20 Aniversario de la máxima casa de estudios estatal. Su mensaje humanista habla el lenguaje de todos, pues trasciende la geografía y el tiempo.
José Luis Pech Várguez
El universitario debe ser primero humanista, respetar al ser humano, a los otros, a los que lo rodean, a los que trabajan con él, a los que le permiten construir una sociedad y en esa construcción, debemos estar conscientes de que donde abundan las injusticias sociales, no puede abrirse camino la prosperidad colectiva.
Dice con certeza el filósofo Fernando Savater que nuestras democracias tienen que educar en defensa propia. Porque lo que defiende, hace grande y productiva a una democracia, es una buena educación. Si una democracia quiere sobrevivir, mejorar, generalizarse; si quiere hacerse de todos y para todos, necesita educación. Es punto básico, no optativo, pues la educación no es una especie de adorno para colgarse. La educación es un pilar para el buen funcionamiento de una democracia, porque ésta, para cumplir con eficacia su cometido, necesita hombres educados en los valores que aseguren la sana convivencia para el desarrollo social.
La educación debe generar la capacidad de convivencia y ciudadanía, ambas necesarias para vivir en democracia; debe dar autonomía e iniciativa propia a las personas para que estas ejerzan su libertad y se respondan por sus actos; debe despertar en ellas el deseo de participar en la vida pública.
Los antiguos griegos, lo vieron de manera muy clara. Ellos siempre establecían una diferencia, en oposición al mundo de los persas, el gran imperio que enfrentaban desde tiempo atrás. Ellos sabían que en el mundo persa no hacía falta la educación; con los persas había instrucción, es decir, un amaestramiento de las personas.
Se preparaba a la gente para una función específica que tenía que cumplir quisieran o no; los destinados a la guerra eran adiestrados en el manejo de armas o en montar a caballo, y los que iban a ser artesanos eran capacitados sólo para el oficio. Estaba determinado ya lo que tenía que hacer cada cual, de modo que no había necesidad de educación.
Los griegos, en cambio, se vanagloriaban de que sí podían y sí necesitaban educar, porque nadie podía saber para qué serviría una persona. Sostenían que los seres humanos siempre se inventan a sí mismos y orientan su propio camino, por lo que no era posible saber si alguien se dedicaría a tareas muy humildes o a tareas llenas de mérito, por lo tanto, había que educar a todo el mundo.
Esto ocurría porque mientras en el imperio persa sólo mandaba uno, en la Atenas de Pericles y de Sócrates mandaban todos los ciudadanos, y por esta razón todos tenían que ser preparados para gobernar.
Hoy debemos ofrecer una educación en la que como señala Aristóteles en su obra Política, “antes de ser gobernante tendrás que haber sido gobernado”; es decir, tendrás que haber sido educado, porque la educación es el primer gobierno que se recibe, la primera impronta, el primer sello social que sufrimos o gozamos cada uno de nosotros para llegar a ser ciudadanos de pleno derecho y, por tanto, gobernantes. La educación en democracia remarca que todos, mujeres y hombres, hemos nacido para compartir las obligaciones del gobierno y también la obediencia de las leyes.
La educación va ligada al gobierno. Si en la democracia todos podemos ser gobernantes, entonces todos tenemos que ser educados para que la sociedad no falle. Por eso la educación en democracia debe ser educación de príncipes, educación de gobernantes, educación de aquellas personas en cuyas manos, en cuya responsabilidad estará la dirección de la nación.
Debemos formar personas, no sólo buenos profesionales.
Por eso es tan importante que en la educación no se pierda el sentido de lo humano. Enseña más el maestro al educar con su ejemplo que con la mera instrucción. En casa ya no es posible pensar que lo importante es que los hijos estudien, que tengan una profesión, que empiecen a ganar dinero pronto y se independicen; no hay instrucción que valga si dejamos de lado los valores que hacen de nuestras hijas e hijos buenos ciudadanos, productivos, responsables, solidarios.
Todos hemos de combatir la pérdida de valores, porque todos vamos a sufrir las consecuencias de una mala educación. La educación nunca es un asunto privado, siempre es asunto público, porque el efecto de la buena o mala educación es social y nos alcanza a todos; por tanto, no es un asunto sólo de padres o hijos, de maestros o de gobiernos, la educación es un asunto de la sociedad, nos implica a todos y a todos nos concierne.
Debemos luchar por lograr pronto la buena educación a todos, porque el verdadero problema de la educación no es que haya gente que vaya a quedarse sin ser educada, sino que todo el mundo, quiera o no, va a ser educado por alguien. Ése es el problema. Las personas van creciendo y educándose a la vez; el problema es ¡quién los educa!
Los jóvenes que no tienen padres responsables, que no cuentan con una escuela o un instituto al cual acudir, también serán educados o mal educados, por desgracia, pues lo serán por maleantes, por bandas callejeras, por los peores ejemplos televisivos, los más deleznables, los más banales y frívolos.
Por ello, tenemos que apurarnos socialmente a educar a todos aquellos que, si los omitimos, van a ser educados en nuestra contra. Hay que educar a favor de la sociedad, a favor del respeto de las personas y del ambiente, del valor que representa el trabajo bien hecho y honorable, del valor de la familia, de la tolerancia, de la libertad, de la solidaridad, antes que esas personas sean educadas contra esos valores y a favor de sus opuestos.
También, tenemos que educar en la exigencia y necesidad de la solidaridad. Hay que explicarles claramente a todos que la solidaridad es una medida de prudencia social. Un egoísta bien informado procurará ser solidario porque las sociedades solidarias son más seguras, estables, más cómodas y fructíferas que las otras.
La solidaridad es comprender que en una sociedad nadie se salva solo, que las sociedades se llaman así porque todos sus integrantes somos socios, porque estamos en el mismo barco y juntos flotamos o juntos nos hundimos. Por eso es que en estos tiempos agitados y turbulentos, la solidaridad implica reconocer que nosotros tenemos que intentar convencer a los demás de que tiene más valía estar dentro de la sociedad que fuera de ella; y eso porque todos nos comprometemos a crear y mantener entornos económicos y sociales donde sea más valioso cumplir las leyes que violarlas; porque, de otro modo, si creamos una sociedad en la que una gran parte de personas ven más utilidad en violar las leyes que en cumplirlas, lo harán así.
Entonces, eso será malo para todos.
Nuestra lucha en la educación es también la lucha contra la fatalidad, la fatalidad que hace que el hijo del pobre siempre sea pobre; contra la fatalidad que hace que el hijo del ignorante siempre sea ignorante.
Contra esas fatalidades lucha la educación.
Aunque la educación no puede resolver todos los problemas del mundo, en la solución de cada uno de esos problemas hay siempre una parte de educación. Hacen falta medidas sociales, económicas e institucionales en lo particular, porque la educación necesita de un largo plazo para mostrar sus efectos.
Si en la solución de los problemas no hay una dimensión educativa, si no enraizamos en la conciencia y en el conocimiento futuro de nuestras generaciones los cambios y las transformaciones positivas que queremos que ocurran, éstos desaparecerán como esas plantas que arrastra la corriente porque no tienen raíces y no han quedado fijas en el suelo, donde tenían que haber fructificado.
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