Las razas prehispánicas, con su fuerza, creatividad y pasado permanecen aún entre nosotros, en la que es su tierra. Ellas nos hacen conscientes a un tiempo de nuestra herencia mestiza y de la marginación de la que todavía son víctimas. La voz maya resuena en Quintana Roo. Igual que las de los indígenas en otros ámbitos nacionales, su silencioso dolor clama ante un campo casi en abandono que los obliga a emigrar a las ciudades en busca de una mejor vida. Son una misma voz que pide atención, ayuda y respeto. Aquí en Cancún está el Centro Cultural “Indígenas Urbanos”, A.C.
Por Zita Finol
Platicar con Carmen Cigala, Huitznahuaxochitl (Espina de luz) es como recuperar una parte importante de nuestro propio pasado, que allí permanece inamovible, conservado por quienes como ella tienen entre sus misiones conservar la tradición oral indígena, impedir que se esfume para ser sólo consignada en libros, ante la indiferencia de generaciones volcadas en un presente y un futuro cada vez más consumista, más materialista y competitivo, sobre todo aquí en Cancún, donde los más de sus habitantes al llegar dejan sus raíces e inculcan a sus hijos el interés por el dios dinero y lo que con él se adquiere y tiene valor superficial.
Desde el inicio del encuentro, Carmen hace sentir su presencia indígena con sus ropas y adornos. Con su rostro moreno claro, ojos oscuros y penetrantes, pelo abundante y también oscuro donde se pintan las canas, voz pausada y grave que proyecta fuerza y seguridad, transmite un mensaje que en náhuatl se traduciría como ipalnemohuani (lo que yo soy, mi yo interno).
Pertenece al culto a Huehveteotalt, es guardiana del fuego ceremonial y esta a su cargo no sólo encenderlo sino también de mantenerlo vivo. Tal como se sabe en otras culturas, este cuidado se extiende hacia el hogar, el hogar de todos, donde da calor y el cuidado primario base de costumbres y tradiciones que crean cultura; tiene su bastón de mando. Sigue el camino del guerrero y no es fácil.
¿Cómo llegaste a ser guardiana del fuego?
-Los caminos suelen ser extraños. El mío lo fue. Aunque desde el principio estaba señalado, faltaba mi aceptación.
Cuenta que su padre era de origen zapoteca y su madre chichimeca. Nace en Guadalajara, Jalisco, en el barrio de San Juan de Dios. Su padre y su abuelo materno conocían de botánica y sabían que lo primordial para conseguir logros y la realización personal es la voluntad. Ellos tenían presente por herencia – dice – que los jóvenes requieren desarrollar esa voluntad y saber mantenerla firme, ya sea para alcanzar una meta espiritual o de índole material.
Carmen sonríe y recordando relata: para ayudar a los jóvenes a desarrollar esa voluntad, ahuautli, había una ceremonia en honor de Huitzilopoztli que se celebraba cada año en el Cerro de la Estrella, en la Delegación Iztapalapa de la Ciudad de México. Los jóvenes debían escalarlo hasta la cima, el primero en llegar obtenía un trofeo del cual sentirse orgulloso. En la Fiesta de la Voluntad, por cierto, se repartía a los muchachos semillas de amaranto, que en la tradición prehispánica ayuda a fortificar la voluntad.
¿Y cuándo y cómo vino la aceptación?
-¿Cuándo descubrí el mundo, mi mundo, dices? Estudie en la Universidad Indígena pero diría que las puertas se me abrieron realmente estando ya casada y con tres hijos. Sentí un deseo muy fuerte de danzar y estudiar el idioma Náhuatl. Mi esposo me impulsó a tomar clases de baile en Cuernavaca, Morelos, donde residíamos. Me di cuenta entonces no sólo de que desde siempre me había gustado bailar, sino también de que me atraía especialmente la danza prehispánica. Después, al iniciar el camino del guerrero comprendí lo estrechamente relacionado que esta este tipo de danza con culturas antiguas de Europa, Asia, América y África.
Toma clases con el maestro Pedro Rodríguez, un experto “conchero”, (bailarín indígena que llevan ristras de conchas en los tobillos). Luego ingresa a Bellas Artes donde estudia por diez años danza y coreografía. Esta en su ambiente real. Incluso, el tener un hijo con pies planos resulta un aliciente más para superarse y ello la lleva a estudiar psicología un par de años con los psicólogos Master y Jonson, expertos en sexología. Danza en el zócalo de la Ciudad de México, donde a los indígenas se les permitía hacer ceremonias. Avanza en el camino y se prepara para defender la tradición oral que es historia, sabiduría y corazón del pasado.
– Ahora vives entre Cancún y Puerto Morelos, pero se que entre las ceremonias que realizas y la labor de ayuda a los indígenas urbanos, te mantiene muy ocupada…
– Se que necesitan ayuda; todos estamos conscientes de ello aunque a veces cerremos los ojos, mas primero hay algo que quiero decir: yo no cuento, ellos son lo importante, soy sólo un medio para que nosotros los indígenas, cuya red de pueblos comunales se extienden por todo el país, podamos compartir espacios aquí en Cancún, a donde llegamos convertidos en indígenas urbanos para mejorar nuestra vida. Juntos trabajamos para conservar la cultura propia a pesar de las adversidades que ponen en peligro nuestra identidad.
Siempre me viene a la mente un corto poema náhuatl que quisiera que las personas recordaran cuando nos miran ir y venir, trabajar a su lado. Dice así “No vean de mi persona la costra que esta por encima, pues dentro esta la perla…”
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