Con dos volúmenes a cuestas: Opinión Pública y Otros Estudios y La Melancolía en Tiempos de la Modernidad, de Plaza y Valdés, el polifacético autor de este texto además de destacado periodista, es Profesor de Filosofía y Sociología en la Universidad Iberoamericana Golfo Centro.

David Lara Catalán

Los conceptos de ética de la responsabilidad y ética de la convicción tienen en el filósofo, sociólogo y economista alemán Max Weber la connotación más importante. Para él, la ética de la convicción está animada por la obligación moral y el acato absoluto de los principios. Es una ética intransigente: no permite la revisión de los medios y de los fines, ni tampoco valora la consecuencia de los actos como lo permite la ética de la responsabilidad.

La ética de la responsabilidad implica una correlación entre medios y fines, en donde la elección de estrategias y de fines en sí mismos conlleva un matiz ético. En los espacios públicos se requiere que las decisiones tomadas con miras a la consecución de algún fin que implique tomar en cuenta las diferencias de los otros y, desde luego, buscar un beneficio para los más no sólo para unos cuantos. Asimismo, los medios para acceder a esos fines no se justifican bajo el argumento clásico de que el fin justifica los medios.

La vida política moderna es acción que se mueve entre estos dos ámbitos e incluso en un tercero que no tiene nada que ver ni con la responsabilidad ni con la convicción.

Este tercer ámbito refiere al hecho de una vida política que se mueve en el marco de la falta de convicciones, aquí no hay intransigencias y tampoco análisis de los medios y de los fines que rodean la praxis política.

Es un ámbito movido por la frivolidad y por el oportunismo que ejercen expertos profesionales de la manipulación. Venden cortinas de humo y pronuncian discursos que enloquecen a las masas, pero sin sustento.

Me quiero referir, particularmente, al tema de la postura de la indignación y su contraparte: la acción política.

De un marco de acción pretendidamente racional como lo es el de la acción pública-política se desprenden dos orientaciones como lo son la ética de la responsabilidad y la ética de la convicción, pero no tan sólo, también existe esto que se denomina postura de la indignación.

Llama la atención cómo la postura de la indignación parece tener tanto peso dentro de las acciones reflejadas al interior de la vida pública incluso mucho más que las orientaciones éticas que se conforman al interior de los espacios público-políticos.

Los espacios públicos modernos se llenan de múltiples ejemplos de esto llamado indignación. Sólo vale citar algunos: nos indigna el enriquecimiento de unos cuantos incrustados en el poder; nos indigna que los partidos políticos no representen las pretendidas posturas ciudadanas y que incluso hagan alianzas entre partidos histórica y radicalmente opuestos; nos indigna que nuestros gobernantes no resuelvan el problema de inseguridad que vivimos; nos indigna el éxito de los demás, mas también nos indigna la pobreza, la desigualdad económica y la manipulación de un marco jurídico para beneficiar a los más cercanos.

La postura de la indignación se ha vuelto tan importante en nuestras sociedades. Pero, desde luego, tiene sus razones y sus convicciones.

La postura de la indignación toma fuerza porque es más fácil quejarse que organizarse como ciudadanía adulta dentro de los espacios políticos para ejercer los contrapesos del poder.

Incluso, la postura de la indignación es rentable. A fuerza de indignación conservamos siempre los elementos con que juzgar y condenar los asuntos públicos siempre con la ventaja de contar con una especie de anonimato. Ya sea desde las pláticas de café, en las reuniones privadas o en algún evento de carácter público, etcétera. Desde luego, nos indigna lo ajeno nunca lo propio.

Hasta aquí la postura de la indignación.

Por el otro lado, la vida pública moderna nos exige acción, compromiso, incluso cierto carácter ilustrado que nos permita saber de qué estamos hablando, cuáles son nuestros contenidos y cuál el derrotero de nuestras decisiones. Los espacios públicos-políticos se conforman de las discusiones que surgen de manera temporal respecto a los problemas o situaciones que son parte de su propia dinámica. Es ahí cuando nos encontramos con la necesidad de saber cuáles son los derroteros que han tomado ciertas decisiones políticas, de valorarlas y definir si sólo han sido prácticas retóricas propias de una coyuntura política o si verdaderamente son decisiones que emanan de una ética de la responsabilidad.

Nuestra acción política habría de comenzar por ahí: desmenuzar el contenido      de las decisiones que impactan a los espacios públicos para reconocer en qué medida se propicia, siempre dentro de un marco de ética responsable, un bienestar social efectivo y no sólo el beneficio de unos cuantos.

En una segunda instancia, la acción política es la búsqueda de alternativas que hagan frente, de manera ordenada y sistematizada, a las decisiones que impactan a los propios espacios públicos. Ésta, según me parece, es una tarea que ha quedado relegada para el ciudadano moderno que está más preocupado por su sobrevivencia y por su inmediatez que por buscar organizarse y generar contrapesos dentro de esos espacios público-políticos.

Volviendo a Weber, habría que retomar su idea de la modernización que no es otra cosa que la racionalización de la vida social –y donde la burocratización es una parte de esta racionalización-, como el fenómeno clave de la vida moderna que destaca por conformar una jaula de hierro de la cual nadie puede escapar. Nuestra creciente burocratización ha generado también esta postura de la indignación casi como un equivalente de la jaula moderna que merma en gran medida las posibilidades de una ética de la responsabilidad y de una acción política, en consecuencia, mucho más responsable dentro de los espacios público-políticos.

¿Hacia dónde vamos?

Los esfuerzos por generar espacios óptimos de desarrollo humano, entendiendo éstos como espacios propicios para que los ciudadanos encuentren mejores formas de participación y acceso a los beneficios sociales es ya una tarea urgente.

Temas como la dinámica demográfica, desempeño en el ámbito educativo, condiciones generales de salud, relación con el mercado de trabajo, relación con la pobreza, salud reproductiva son temas importantes dentro de los espacios público-políticos.

Preocupa que alrededor de cinco millones y medio de mexicanos no saben leer ni escribir y más de treinta y tres  millones de mexicanos son analfabetas funcionales. Pero más preocupa que, a pesar de que los demás sepan leer y escribir, la inmensa mayoría de nosotros no parece estar interesado en la actividad propia de la vida pública.

La postura de la indignación se vuelve un escenario esperpéntico en medio de la impunidad y el rezago social y humano. Sin embargo, es una postura cada vez más real y más cercana a nuestra cotidianidad.

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