Montserrat Faura, presidenta de la Fundación de Arte FIEM
Manglares es un testimonio plástico de la gran preocupación que hay entre muchos artistas por la acelerad pérdida de ecosistemas costeros, tan necesarios para el equilibrio del planeta, pues es allí, entre pantanos y petenes, donde surge una de nuestras más importantes cadenas vitales.
La reciente obra de Alfredo Lanz es, primero que nada, un canto a la naturaleza virgen, tan impunemente asolada por la inconsciencia de nuestra civilización, apartada y encerrada entre muros de cemento y asfalto.
Creada en su taller plástico de Puerto Morelos, Quintana Roo, México, la obra se nutre casi de manera literal de la ora y la fauna salvaje que rodea al puerto e incorpora elementos del entorno como la guía de una raíz que se adentra en el óleo…
Manglares será presentado en breve en el Museo Nacional de Arte de la Ciudad de México. Consta de 13 piezas de gran formato que en conjunto ocupan una superficie de 21 metros cuadrados, con siete metros de largo por tres de altura. La disposición de los paneles puede ser cambiada por lo que, dice el artista, se trata también de una suerte de juego de colores como la naturaleza misma.
Desde una presentación que a primera vista podríamos tener como abstracta, el artista nos propone una inmersión en una realidad profunda, en sentimientos que van más allá de la pura anécdota del arte figurativo. El artista hace gala aquí de la plena libertad de quien crea sin fronteras, sin barreras técnicas, ya que utiliza todas las que necesita —estuco, pigmentos, óleo, agua, madera— entrelazándolas para conseguir sus texturas y matices cromáticos que conjugan de formas tridimensionales haciendo desaparecer los límites convencionales de un lienzo para lanzar- nos hacia un viaje cósmico.
Sin falsos pudores, nos muestra la sinceridad de su niño interior, profundamente entregado al más serio de los juegos: el de la capacidad de admiración absoluta por todo aquello que le rodea y que él percibe con sensibilidad extrema, trasladándolo a sus obras con la naturalidad de la maestría obtenida.
Alfredo Lanz deja que “le hallen” las texturas de estucos desgastados por el sol de los siglos, que lo encuentren los relieves esculpidos en los templos mayas o las nervaduras de las palmas selváticas de los techos de las palapas, o los esqueletos coralinos entre infinitas nebulosas marinas que cuentan de estrellas y planetas… Se trata de un viaje, acaso, a la sopa primordial de la vida.
Así, en sus trabajos, engarza finas gemas, retazos de potentes troncos y cortezas, y entre silenciosas huellas de pisadas en el manglar nos hace un guiño insertando, entre todas estas macro y micro galaxias multicolores, imágenes sugeridas de la feminidad de la Madre Gaya.
La composición de sus trazos es un salto al vacío, sí, mas con la absoluta confianza del astronauta que se sabe conectado a su matriz más allá de las leyes de la gravedad. Desde el aliento eterno de la flor de la vida, traza mapas galácticos…
En voz del investigador físico y matemático Drunvalo Melchizedek: “Cada línea en un plano no es una línea en un plano, sino un mapa de los movimientos del espíritu en el vacío… El lado invisible de nuestra realidad es, ciertamente, mucho más grande que la parte visible y probablemente… más importante.”
Para comentar debe estar registrado.