Jorge Polanco /

Hace unas cuantas semanas, al presentar la Enciclopedia de Conocimientos Fundamentales de la Universidad Nacional Autónoma de México, el rector de José Narro Robles, señalo que nuestro país no se ha insertado en la llamada sociedad del conocimiento porque aún están en el rezago educativo treinta y tres millones de mexicanos y por la limitada inversión en ciencia y tecnología que se aplica en la nación.

“Preocupa –dijo- que los mexicanos tengamos nueve años en promedio de escolaridad, y preocupa también que tengamos seis millones de personas que no saben leer ni escribir; lo que  nos hace tremendamente vulnerables”.

En este contexto de pobreza educativa, se debiera agregar que para colmo, una gran parte de los ciudadanos educados no han tenido una instrucción completa sobre todo en áreas de la mayor trascendencia tan como son la ética y la moral.

Notables expertos en educación del Siglo XVIII, de donde en buena parte provienen los actuales sistemas educativos, han insistido en que “La educación debe estar dirigida a cultivar y desarrollar la mente en el buen sentido, debe enseñarse a los niños, ante todo, a fortalecer la confianza en su persona; en el amor a la naturaleza y a sus semejantes, en el altruismo y en la caridad mutua, pero más que nada, debe enseñárseles a pensar y razonar por sí mismos, reduciendo el trabajo de la memoria a su mínima expresión dando paso al desarrollo y ejercicio de los sentidos, facultades y capacidades latentes”.

Hay que tratar a cada infante como una unidad y educarlo de modo que sus capacidades y habilidades sean armoniosas y los lleven a su completo y natural desarrollo. Propiciando el crear mujeres y hombres libres intelectual y moralmente.

No cabe la menor duda que la escuela al igual que el hogar son factores de mayor importancia en la formación del carácter, de los valores y los principios que como sociedad nos debemos. Por eso, es importante transformar los programas educativos de nuestro país aprovechando los cambios innovadores en la ciencia y la tecnología, y buscando que la educación “deje de tener como objetivo principal aprobar exámenes de evaluación como meta competitiva, objetivo que en muchos casos fomenta entre los estudiantes celos, envidias, odios y propician una vida de feroz egoísmo al buscar la supervivencia de los más aptos.

Debemos tener cuidado con esto, pues si durante la juventud se inculcan estos principios, nuestro futuro como sociedad está comprometido. Por esto es necesario un cambio estructural en la educación en nuestro país, un cambio que enseñe con alto sentido humanista que permita a México integrarse a la sociedad del conocimiento de la que hablara José Narro Robles.

 

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