> BETTINA CETTO

En 1961, las casas editoriales Gerd Hatje y Frederick Praeger publican en dos versiones bilingües (alemán-inglés e inglés-español) el libro Moderne Architektur in Mexiko, que Max L. Cetto dedica a la memoria de su maestro Hans Poelzig. Así como desde hacía buen rato lo venía haciendo en conferencias y mediante sus colaboraciones en revistas, aquí daba a conocer al público europeo la arquitectura que se construía en México, pero la intención del libro corría también en otra dirección: iba dirigido a sus colegas mexicanos.

Como historiador y crítico de la arquitectura, presenta en su libro, con rigor y disciplina, obras buenas y menos buenas que se insertan de manera primordial en la arquitectura funcionalista que va de 1929 a principios de la década de los sesenta. Las analiza desde la arquitectura misma, no desde los lazos de amistad —en algunos casos muy cercanos— con varios de sus protagonistas, aportando una crítica aguda y constructiva.

En su texto introductorio, da un lugar destacado al pasado precolombino frente a la herencia de los colonizadores. Encuentra a la arquitectura moderna de ambos continentes atrapada en un “callejón sin salida”, por lo que propone “analizar nuestras obras, aplicando un criterio independiente de la moda del momento”. Invita a los “señores arquitectos con grandes oficinas” a ejercer la crítica y elude las teorías abstractas definiendo a la arquitectura como “lo creado por los arquitectos”. Desde su experiencia en la Alemania de los años 1920 y 1930 hasta su prolífico trabajo en México, Cetto se inclinó por el equilibro entre la función y la forma, equiparando los valores estéticos, como factor de bienestar, a la utilidad de los espacios y los elementos constructivos.

SU LLEGADA A MÉXICO

Max L. Cetto nació en Coblenza, Alemania, en 1903. Fue también pintor, docente, escenógrafo, diseñador y fotógrafo, emigrado a México en 1939, donde desarrolló gran parte de su obra. Contribuyó a la renovación de la arquitectura de nuestro país, integrando los principios de las escuelas europeas con la herencia de la tradición mexicana. Artífice del desarrollo del barrio residencial Jardines del Pedregal de San Ángel, sumó en ese proyecto naturaleza y tecnología al incorporar el terreno volcánico como elemento visual y constructivo y empleando el trabajo artesanal, pero utilizando nuevas técnicas y materiales de construcción.

¿Con qué bagaje llegó a México? Si bien se oye por ahí que estudió en la Escuela de Arquitectura y Diseño Bauhaus, no es así, pues cuando ésta surgió en Dessau, él ya se había recibido; se graduó en München con Heinrich Wölfflin, y después en el taller de Hans Poelzig, en la Universidad Técnica de Berlín. Ahí, su cultura arquitectónica se nutre del expresionismo.

 Walter Gropius, el fundador de la Bauhaus y de mucha más edad que Cetto, también había tenido raíces expresionistas, y coincidiría con él al presentar la nueva idea de arquitectura racional, es decir, de la que fluye a través de la toma de conciencia de la realidad social del momento. Al terminar su carrera, muy joven, de 23 años de edad, se incorporó al Departamento de Planeación Urbana y Obras Públicas de la entonces progresista ciudad de Frankfurt, bajo la dirección del arquitecto Franz May.

Esto significa que ya en 1926 estaba proyectando edificios que se inscriben en la modernidad arquitectónica pues, con su formación de arquitecto-ingeniero, proyectó numerosas obras industriales en parques, conjuntos de vivienda, hospitales, una famosa escuela de cocina y otras edificaciones para la empresa estatal de electricidad, e incluso, un poco más adelante, un aeropuerto. Éste sería su período más racionalista. La pureza invadía su espíritu creador. El cliente era la ciudad en formación.

Max Cetto y Wolfgang Bangert, a quien conocía desde el taller de Poelzig y quien a la sazón sería su colega en el departamento de Ernst May, elaboran en sus ratos libres un proyecto para el concurso de la Liga de las Naciones en Ginebra. A Sigfried Giedion le gustó, tanto así que lo llamó “el mejor proyecto alemán” y, además, lo invitó a formar parte del I Congreso Internacional de Arquitectura Moderna, con lo que se convertiría en el miembro fundador más joven de esa asociación.

En 1938, se lanzó a buscar nuevos horizontes. Un barco lo llevaría de Southampton, Inglaterra, a Nueva York, Estados Unidos, donde se reunió con la historiadora de arquitectura Sibyl Moholy-Nagy, visitó la asociación Bauhaus en Boston y buscó al arquitecto Frank Lloyd Wright. Pasó un par de días en Talliesin West, Arizona, en la casa de invierno y escuela de este famoso arquitecto norteamericano, para luego visitar otra de sus edificaciones emblemáticas: “La Casa de la Cascada”, en Fallingwater, Pensilvania.

Por la correspondencia, se deduce que al escribirle a F. Lloyd Wright expresando sus impresiones sobre las casas visitadas, las que años después se convertirían en museos, deslizó el tema de que buscaba empleo, lo que hizo que éste lo recomendara con Richard Neutra, uno de los arquitectos más importantes del Movimiento Moderno, con quien trabajó diez meses en San Francisco, California… Sin embargo, los vientos de la II Guerra Mundial soplaban con fuerza y, por temor a ser deportado a Alemania, en mayo de 1939 Max Cetto decide viajar a México. De hecho, ésa era su idea desde el principio.

LOS APORTES A LA ARQUITECTURA MEXICANA

Ya en nuestro país, descubrió la obra artesanal local en su primer trabajo. Cinco días después de su llegada a la capital del país, consiguió trabajo con el arquitecto José Villagrán García, quien le asignó supervisar la obra del Hospital Infantil de México, a pesar de no saber hablar una palabra de español. Todo ello le permitió aprender tecnicismos y palabras que, al llegar a casa y buscar en un diccionario, no encontraría.

De manera paralela, ese mismo año, regresa de estudiar en Estados Unidos el arquitecto yucateco Jorge Rubio, se conocen, y juntos entran a una competencia: el proyecto para el Balneario de San José Purúa, en Michoacán. Esa experiencia reforzaría en Cetto su opción por una arquitectura moderna, artesanal, con la mano de obra del lugar, los materiales del lugar y enraizada en la tierra. Cetto y Rubio concibieron para la obra una arquitectura vernácula de marcado carácter expresionista.

Walter Gropius, buen amigo de Cetto, veinte años antes había postulado la unión del arte y la técnica, con la consideración de que el artesanado estaba rebasado.

En 1946, el fundador de la Escuela de Arquitectura y Diseño Bauhaus visitó el hotel y le escribió a Cetto: “El trabajo en San José, de hecho, me ha gustado bastante. Se requiere de mucha imaginación para desplantar un edificio entre las rocas. El concepto de los diferentes niveles está llevado a cabo magistralmente.”

La crítica de Gropius es significativa, pues en San José Purúa, Cetto y Rubio iban a contracorriente de las tendencias de la época, cuando los jóvenes arquitectos mexicanos optaban por una arquitectura basada en obras europeas de los años veinte. Y bueno, en San José Purúa, Cetto y Rubio respetan la topografía, las vistas, la vegetación, los árboles, las rocas. No sólo respetan el terreno, sino que también el proyecto emana literalmente de él.

Durante los primeros años, Max Cetto labora por las mañanas con Villagrán García y, por las tardes, el famoso ingeniero y arquitecto Luis Barragán le lleva trabajo a casa. También trabaja como asociado con el arquitecto yucateco que tanto estimaba y con quien edificó San José Purúa. Juntos proyectarían múltiples casas y viviendas colectivas. En ese momento, inicia en México la historia de las torres de departamentos, en un intento por integrar la cualidad de una casa en un edificio colectivo.

Estos inicios coincidieron con el auge de la vivienda de alquiler, sobre todo en las nuevas colonias capitalinas como Polanco, Cuauhtémoc y Condesa, donde aparecieron, en palabras de Fernanda Canales, “los primeros edificios de departamentos de la modernidad mexicana (con) obras de Luis Barragán y Max Cetto”, en su libro Vivienda colectiva en México. Entonces, Max diseñaría, junto con Rubio y Barragán, una serie de edificios de departamentos y eso creo que es un dato poco conocido.

La colaboración de Max Cetto, mi padre, con otros arquitectos duró hasta 1945, cuando decidió ser independiente para hacer con toda libertad su propia arquitectura. Sus primeros proyectos de ese año serían el estudio del pintor Wolfgang Paalen y las casas Villaseñor, en Tacubaya. Claro, dependía ahora de que su compadre Juan O’Gorman le prestara su firma, ya que aún no le había sido otorgada la nacionalidad mexicana. Renunció, sí, a la nacionalidad alemana para adquirir la del país que lo recibió con los brazos abiertos. De hecho, aún pasarían varios años desde esa etapa para que los planos pudieran llevar sólo su firma al tramitar los permisos de construcción.

A ningún conocedor se le ocurre que un plano de Max firmado por su mejor amigo, mi padrino, nos hable de una obra conjunta. Sin embargo, por ahí navegan proyectos de la autoría de Cetto bajo el nombre de otro arquitecto o ingeniero. A este tema del crédito justo se refiere mi ensayo integrado en el dossier que antecede a la versión facsimilar del libro de Max L. Cetto Arquitectura Moderna en México, que en agosto de 2021 publicara la Facultad de Arquitectura de la Universidad Nacional Autónoma de México

Share.

About Author

Comments are closed.