Pedro Flota Alcocer
Siempre hay algo por descubrir en estadistas de la estatura de Benito Juárez, sobre todo ante escenarios convulsos como los que vibran dentro de nuestras fronteras y aún fuera de ellas, en escenarios en los que el caos podría ser la constante. Por eso es que en ambos estadios, ya en el tercer milenio de la humanidad, su ideario político, su legado, deviene en uno de los pilares que dan base al pensamiento liberal de nuestros días.
Creo que hay que iniciar por subrayar los fuertes lazos de los talleres masónicos con la historia del México independiente y con los valores con los que se han conducido el Estado y sus instituciones; en especial con el ideario de principios liberales, morales y científicos de la nación mexicana. En gran medida, esto lazos son los que saltan el tiempo y ligan a Juárez con hombres, por ejemplo, como Jesús Reyes Heroles, quien en su momento, dejara su huella en nuestra modernidad.
Los talleres masónicos son los guardianes de ese ideario, pero en la práctica, los políticos somos los responsables de su continuidad y vigencia, de que este legado no sea un recuento histórico, sino una enseñanza viva, y hasta la inspiración para seguir construyendo el presente posible, mientras imaginamos un futuro que nos incluya a todos.
Estas líneas van por dos rutas, la simbólica y la filosófica. Van por allí por dos razones de fondo, sobre las que vale la pena abundar: la defensa del Estado laico y sobre la paz en México y en el mundo. En la primera vía encaramos el constante acecho de la iglesia católica y su moderno ‘papado tuitero’; el segundo camino va por donde se escuchan los ominosos tambores de guerra de Oriente, Medio Oriente, África y América.
Hemos de recordar que no fue es sino hasta Juárez que el Estado mexicano alcanzó claridad en sus definiciones de índole colectiva, pues antes la sociedad se debatía entre la búsqueda de una línea ideológica propia y la cristalización de una política independiente. Del liberalismo emanaron las ideas con que se enfrentó a los poderes absolutistas que, a mitad del siglo XIX, se erigían al gobierno y a la iglesia católica sobre las mayorías.
Con estas ideas, nuestro país pudo hacer que convergieran los principios universalistas de ‘libertad, igualdad y fraternidad’ con los ideales nacionales relativos a la austeridad republicana, los derechos inalienables del pueblo y la oposición a toda suerte de intervencionismo. Fruto de estas reformas es la Constitución de 1857, donde, junto a liberales como Miguel Lerdo de Tejada, Melchor Ocampo, Camilo Arriaga, Manuel María de Zamacona, José María Iglesias, y otros más, Juárez dejó su impronta.
Desde esta perspectiva de madurez política, con fuente en el liberalismo, Juárez inició un proyecto de transición, de honda raigambre republicana, en donde antes la consolidación del Estado era un sueño que no se afianzaba en la realidad. Por su visión de futuro, los liberales mexicanos del Siglo XIX diseñaron medidas políticas de largo plazo que si bien no tuvieron un eco popular positivo inmediato, resultaron esenciales para lograr la autarquía económica desde una política nacional autónoma.
Pero, si además asumimos como verdaderas estas razones inspiradas en la revolución nacida en La Bastilla, podremos entonces entender con lógica histórica a Juárez y a su gobierno y de allí será más fácil entender, entonces, la consolidación del Estado de derecho mexicano y los primeros cimientos de la edificación de la vida democrática del país.
Agregaría que el estado de derecho es, por ende, el límite para los políticos que, a veces, extravían el rumbo y pretenden asumir mayores poderes que les otorgan la Constitución y las instituciones que derivan de ella. No sobra recordar que para Juárez y su círculo liberal, el poder de los gobernantes de la naciente república quedó acotado por el Derecho, ya que como en Francia, los individuos tenían igualdad jurídica.
Acaso influenciado por el filósofo Immanuel Kant, su frase “entre los individuos como entre las naciones, el respeto al derecho ajeno es la paz” es síntesis magnífica del pensamiento universal de Juárez, un pensamiento sostenido por cuatro columnas: el republicanismo liberal, el laicismo, la democracia y el gobierno de las leyes. Estos elementos facilitaron un proceso de construcción de una nueva realidad política, social, cultural y económica, donde el reconocimiento de los derechos humanos fue un común denominador.
EL IMPULSO DE JUAREZ, VIGENTE
México desea seguir el ejemplo juarista al impulsar reformas de fondo y de largo plazo. El espíritu reformador de Juárez está más vivo que nunca, justamente, en este momento histórico que vive el país. Defender, pues, las reformas de hoy es defender nuestro futuro como nación, como Juárez defendió el proyecto liberal de 1857; defender las reformas que ha puesto en marcha esta Presidencia Liberal de nuestra época es mantener el espíritu reformador, como diría don Jesús Reyes Heroles, y no pronunciar un simple discurso reformista.
El reformador es el estadista que ve más allá de su propio tiempo y espacio; el reformista es el ilusionista que no puede ver más allá de su gobierno o de su comarca. En las reformas del actual gobierno federal se respira liberalismo y se aspira al largo plazo. Hay visión de Estado y convocatoria para el bienestar social. Estamos comprometidos, entonces, a defender este momento de nuestra historia y estamos comprometidos a conducirnos como reformadores, porque este momento es el nuestro: el de los liberales de siempre.
Defender las reformas es, por lo tanto, tener conciencia de nuestra historia, historia que no es un viejo baúl de recuerdos, sino fresca memoria colectiva con bases liberales vigentes en nuestra constitución de 1917; presentes en nuestra educación, en nuestra democracia, en nuestras libertades individuales.
Así, sin frases de más, pero sin ideas de menos.
La corriente liberal del siglo XIX tenía una fuerte presencia de los valores republicanos de la Revolución Francesa, de donde Juárez tomó parte de sus convicciones políticas. El laicismo, entendido como la separación de los asuntos de religión y política en la escena pública, es un principio que defendió y acuñó en las Leyes de Reforma, en 1857.
Aunque en su momento fue una experiencia compleja, en este nuevo milenio podemos entender que Juárez, quien fuera presidente de México, tuvo por fuerza que cortar los lazos con la Iglesia católica, porque ésta representaba al imperio español contra el que se había librado una guerra de independencia, y controlaba un poderío económico que el país (endeudado) necesitaba para enfrentar los intervencionismos armados de Estados Unidos y Europa.
Aunque ante nuestros ojos, los de hoy, la medida pudiera parecer radical, lo cierto es que la misma ha evolucionado dentro de nuestra democracia, y es por eso que hoy se pueden manifestar con tolerancia y amplitud todas la expresiones de pensamiento o de culto. Entonces, el laicismo, entendido como el concepto que contribuye a lo laico, cede su lugar a la laicidad, que es el carácter neutral de las acciones públicas.
Debemos añadir que, en nuestros días, la calidad de la democracia no se mide por la fuerza de sus mayorías, sino por los derechos que ejercen sus minorías. Por tanto, no basta con la secularización del poder político, sino que también éste debe defender la libertad de pensamiento y la ética en el servicio público, al tiempo que promueve una educación crítica y humanista.La democracia fomenta libertad, lo que a su vez aflora en pluralismo. Entre esas libertades se encuentra la de elegir, individualmente, entre el amplio abanico de orientaciones ideológicas y religiosas.
LAICIDAD, PIEDRA ANGULAR REPUBLICANA
La legalidad nos conduce al Estado de derecho, la laicidad es una ruta para evitar que las diferencias religiosas fracturen la comunidad política.
Muy lejana de interpretaciones y prejuicios respecto de su presunto vacío de valores, la laicidad está constituida por la tolerancia, la libertad de credos, los derechos de las personas y la igualdad de todos ante la ley; valores sin los cuales el mundo democrático moderno sería inexistente.
Por todo esto la masonería, el gobierno y sus instituciones, y la ciudadanía en general debemos procurar que la laicidad sea la ética que rija la vida pública y la convivencia en la diversidad.
En una sociedad donde la vigencia y la enseñanza de valores no es monopolio de una institución religiosa ni política, toca a sus instituciones, a las familias y a las personas, llenar ese vacío con inteligencia y responsabilidad, con ideas y actitudes nuevas ante la comunidad, ante nosotros mismos, ante la vida.
A diferencia de la instrucción que se imparte en las aulas, el aprendizaje es una cualidad innata que nos involucra como especie, cualidad que, muchas veces, las mayorías no alcanzan a concientizar por completo. Si el laicismo es una de las grandes aportaciones de Juárez que continúan con total vigencia, para las nuevas generaciones esta laicidad debe significar un valor irrenunciable del México de este tercer milenio.
Hoy podemos decir, sin temor a dudas, que la democracia que vivimos estaría incompleta sin el estado laico, sin ésta garantía de respeto, convivencia y diversidad. A 209 años del nacimiento de Juárez, acaso el mayor liberal mexicano, sus reformas siguen siendo el vaso comunicante entre gobernantes y gobernados; entre generaciones y entre sectores sociales; entre género y diversidad.
Los mexicanos, somos herederos de la filosofía práctica y de la noción de vida que vislumbró don Benito Juárez.
Enriquecer estos caminos con nuestros aportes y que esos repercutan con luz en la sociedad, es nuestro compromiso.
Ampliar los caminos de nuestra libertad, buscar controlar las herramientas del entendimiento entre hermanos, alcanzar las vías del avenimiento y la concordia, construir el progreso, la paz, la estabilidad, son las modernas tareas que hoy deben ser los frutos de los talleres masónicos.
Los efectos benéficos de esta antigua y honrosa institución que cobijó y formó a Juárez y, con su ejemplo, a tantos otros más, tienen que sentirse en la conducción moral, intelectual y política de este país. Tienen que reflejarse en la dirección serena de la nación en medio de las contingencias que plantea el nuevo orden mundial, como dije, tan caótico.
La honorable orden tiene que reflejar el respeto absoluto a las libertades individuales y el fortalecimiento del Estado como garante único de la unidad nacional. Recordemos la epopeya del Benemérito cuando, en sus carruajes, en la invasión francesa, transportaba por los caminos del norte los archivos del estado y con ello a la propia República. Recordemos que con esta gesta se convirtió en símbolo de una nación de rostro moreno y carácter serio.
A poco más de dos siglos de su nacimiento, los mexicanos y en especial los masones mexicanos, debemos hacer que su recuerdo perdure, que su ideario filosófico permanezca y que, para el futuro, nos reunimos en este altar que la patria levantó a uno de sus mejores hijos, para decirle a Benito Juárez García que su recuerdo perdura, que su ideario filosófico permanece, que su ejemplo nos guía y que, para el futuro, la luz de su pensamiento seguirá siendo faro en el rumbo de la nación.
Para comentar debe estar registrado.