Por Nicolás Durán de la Sierra

Para evitar lamentos de lectores bastos en el sentido de que El Escriba se ocupa más de las aventuras del Señor del Egeo, de su fina trupé y de glosar insólitos ágapes con aún más extraños personajes; para soslayar tales lloros, se anuncia que en esta entrega se atenderán dos pendientes políticos estatales. El uno tiene que ver con la vida municipal de Cancún, y el otro con las posibilidades turísticas del sur de Quintana Roo.

Empero, para dejar nítido que esta es una cortesía a tales lectores y no flaqueza del amanuense, se anuncia que seguirán las sibaritas reseñas culinarias que ornan estas páginas dado que, primero, al autor le da la gana, que es razón de peso; y, segundo, que ya hace legión el número de leyentes que gustan de esta suerte de oasis en el tráfago ríspido del día a día. Para muchos un oasis imaginario, pero oasis al fin.

La buena mesa y la buena bebida son, ante todo, pruebas irrefutables de agudeza intelectual y, a veces, también de finura espiritual, aunque no siempre como lo ilustra El silencio de los corderos, del novelista Thomas Harris, aunque, claro, de los anglos se puede esperar estos gestos y de ello da clara muestra el propio William Shakespeare en su drama Titus Andrónicus, general romano que preparaba singular pudding de carne.

Por cierto, ya que las fiestas patrias están en puerta, hace algún tiempo un político de vieja cuña, de los que sabían mover el abanico, comentó en tertulia que saber gobernar es casi como saber comer pozole. Sobra decir que el personaje no era de la Península de Yucatán y que más de uno quedó sin entender el postulado. El político era don Jesús Reyes Heroles y el lugar la Fonda Santa Anita, en el sur de la Ciudad de México.

Don Jesús, vestido con su habitual traje oscuro y corbata, presidía la mesa, a la que estaban periodistas y poetas con los que solía convivir, entre ellos Zita Finol y Othón Villela, con quienes trabajaba en acabar con la centralización educativa del país, la misma volvió a reinstaurar el sagaz Enrique Peña Nieto en medio de un desarreglo magisterial que parece no acabar. Ya estaban en los postres, entre café y coñac.

Comer pozole, evoco, tiene su chiste. El gobernante tonto o primerizo, ve el plato con caldo y granos y se abalanza sobre él, desbordando el líquido y hasta la carne; no sazona, sino abusa de condimentos y guarniciones y hace del platillo un menjurje; sale con la boca estragada. Se atraganta, no goza, aunque sus subalternos celebren su modo de comer. Manchan el mantel y creen que ello es connatural a comer pozole; ensucian todo.

Pero hay aquellos que hacen un arte de comerlo, como son los hombres de Estado, los de poder real. Primero, no ensucian el mantel porque saben que luego vendrán otros comensales y la continuidad es importante. Saborean el guiso y el tiempo que dura comerlo. Utilizan los condimentos con mesura y paciencia hasta lograr el sabor que buscan, su impronta. Se nutren y por lo general terminan con un buen sabor de boca.

Pero dejemos greguerías estilo Gómez de la Serna para ir al primer pendiente. En breve se presentará al Congreso estatal una iniciativa para crear el municipio de Puerto Morelos. Esta municipalidad se nutriría de parte del Municipio Benito Juárez, del hotel Moon Palace y la franja costera conocida como la ‘milla de oro’ hasta Solidaridad e incluiría, hacia el Poniente, a la rural y paupérrima delegación de Leona Vicario.

El proyecto, del no se ha consultado siquiera al Municipio Benito Juárez, con cabecera en Cancún, según la voz oficial tiene basamento en el ‘Plan de Gran Visión Ciudadana’ que se concibió de quince mesas de trabajo celebradas entre el 2014 y este año en aquel puerto, y en el que se justifica la creación del nuevo municipio desde el punto de vista social y político hasta en lo que toca a lo financiero y lo ambiental.

Sin embargo, como ya se dijo, de la política pretensión no se ha notificado al ayuntamiento de Benito Juárez, que con ello perdería una parte sustantiva de su recaudación fiscal y de servicios. Este proyecto ha sido impulsado en los últimos meses por el diputado croquista Mario Machuca, a quien se considera como ‘el idóneo’ para ser el próximo alcalde del puerto, según, claro está, la propia central obrera.

No obstante, más allá de lo romántico que pudiera sonar la supuesta autonomía municipal, la creación del nuevo municipio supondría también la ineludible creación de una muy costosa burocracia que, dada la crisis financiera que encara el Estado, difícilmente podría satisfacer las necesidades de su población. La quiebra del Municipio Bacalar, en el sur estatal, da imagen clara de esto, sobre todo si se sale de la cabecera municipal.

La idea de crear el nuevo municipio nace del abandono que por años ha sufrido la población costera por parte de la comuna de Cancún, sobre todo en lo que respecta a la seguridad policial y la dotación de servicios públicos básicos. Antes de optar por una cara burocracia, mucho mejor sería que las autoridades cumplieran por fin con sus tareas y atendieran ya al pueblo de Puerto Morelos que, a fin de cuentas, eso es todo lo que pide.

Más antes de ir al otro pendiente –ole- retornemos al ágape que El Minotauro y su séquito brindan a Dédalo y Náucrate en el Laberinto. Cabe decirse que ésta, antes de ser la gran señora que de hoy, fue sirvienta del invitado de honor. Sucede que el gran arquitecto tenía gustos plebeyos y ella, a su vez, gustaba de tres comidas diarias y de acostarse en lecho porque la hierba presentaba inconvenientes como los insectos y los guijarros.

Ella tenía las buenas carnes propias de las nubias, lo que compensaba su ‘belleza casi salvaje’, además de que, al decir de Ariadna “era simpática y sabía historias eróticas de los egipcios, que eran bastante fantasiosos”. El caso es que en el laberinto corrían a tal grado el vino blanco Bennwihr alsaciano y el Caviar Beluga del Mar Caspio, que las recepciones diplomáticas de Don Vladimir Putin hubieran pasado por refrigerios juveniles.

Ha de saber el lector que, aparte de por correr por la nieve siberiana casi desnudo, luchar a bofetadas con osos al mejor estilo de los hermanos Almada y hacer submarinismo, el jerarca es famoso también por su afición a la buena mesa y los mejores vinos –su esposa Lyudmila Putina canceló su gusto por otras damas- y por organizar festines hasta sin provocación; según se cuenta, es uno de los pocos rusos que no bebe vodka.

Esto es notable, porque el alto mando ‘de la madre Rusia’ no bebe cualquier vodka, sino el Kauffman Vintage Luxury –sólo se envasan 20 mil botellas al año-, el Chopin y el Jean-Marc XO, que se produce en Francia bajo pedido. No se les espolvorea pimienta porque ya está desgrasado. Los diputados de la Duma se tienen que conformar con el Stolichnaya Elit, que no es tan corriente, pero no alcanzan la categoría de los otros.

De la ensalada fresca de atún y del crujiente de langostino, que serían los platos fuertes, ni quien se acordara, al igual que de Ícaro, que al fin y al cabo habían pasado siete mil años, pero eso sí se brindó por él en varias ocasiones. “Fue un joven Apolo que se fue al cielo” dijo Náucrate; “no, creo que en realidad ese fue el problema”, objetó Ariadna. “Fue como un ave…” comentó Teseo y las dos le dijeron “¡Cállate!”

Por espacio, la glosa del festín en el laberinto seguirá en la  próxima entrega, que aún no aparece Marilyn Calipigia, quien mohína por haber sido confundida con hija del Señor del Egeo y Ariadna, no hizo mutis de la escena porque ni siquiera apareció en el comedor, aunque lo que más la irritó fue que nadie notara su ausencia. Pero hará presencia y con la bandera de Calipigia por delante, es decir, por detrás, que no haya duda.

Por lo que hace al “pendiente”, también este se sintetizará. Buena idea la de rescatar la gran estructura costera que alguna vez se ideó como centro de convenciones de la ciudad capital, la que estaría rematada por una escultura de Sebastián, pues el proyecto es bueno y vale la pena rescatarlo. Chetumal precisa de un ícono urbano y este edificio bien puede serlo, sobre todo si se considera que se ubica en un vistoso islote en la bahía.

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