Por: Nicolás Durán de la Sierra.
El 12 de octubre de 1971 se realizó en la Ciudad de México un festival que, sin duda, nos ubicó dentro del “concierto de las naciones civilizadas”, cual enfatizara en tan significativa fecha Don Francisco Rubiales o ‘Paco Malgesto’, docto pionero de la televisión de espectáculos en el país. En aquellos remotos años no solía haber asnos al micrófono y todas las starlets llegaban con zapatos a las cabinas de radio y a los platós de filmación.
De hecho, aquella fecha marcó el inicio de la expansión del festival por toda la nación –alabado sea el Señor- aunque no siempre con la aprobación de la femenina grey; si bien pocos, se dieron casos en que aguerridos grupos mujeriles se declararon de manera abierta contra la civilizatoria fiesta. Hoy los tiempos son diferentes y ellas han comprendido el místico sentido de la festividad y hasta algunas se han vuelto adeptas a ella.
Pronto se develará el misterio que encierran estos párrafos, pero antes se rinde aquí merecido homenaje al ayuntamiento Benito Juárez, a su serena dignidad. Se pide al lector no dar tono irónico a los siguientes comentarios, pues sería desatino. En esta pulcra columna no caben burlas a autoridad alguna. El problema, acaso, es semántico: no se han hallado autoridades, sino funcionarios de mediano pelo y eso, cuando hay suerte.
Resulta que Cancún se enteró hace unos días de que, por la confianza que le tienen al gobierno del alcalde Paul Carrillo los bomberos de Naperville, Illinois, éstos donaron a los locales tragafuego nada menos que un lindo camión rojo con una gran escala de 50 metros que, según el boletín de prensa, debe llenar de orgullo a la ciudad pues se trata de un transporte único en el Estado. “Ma’ta bonito”, aplaudió el guiro que nunca falta.
No se trata de un camión nuevo, nada de eso, pues tiene la antigüedad suficiente para ser pieza de desecho para la alcaldía de Naperville, suburbio de Chicago, pero bien puede desfilar en algún acto cívico con la sirena abierta, para mayor gala. Por cierto, debe aplaudirse a otros cuerpos de bomberos de Canadá, Estados Unidos y Reino Unido por donar a Cancún desde botas, pantalones y cascos, hasta chaquetas y guantes contra fuego.
Sería difícil imaginar el bienestar de los bomberos de esta turística ciudad de no contar con las dadivas de sus pares de tales países, que hasta tienen que correr con la capacitación de sus ‘ahijados’. Razón tienen los ayuntamientos de este y otras comunas del Estado al considerar casi obra de gobierno las dadivas que logran tras mostrar las carencias de sus gobiernos. Pasan verdaderas vergüenzas los pobres funcionarios…
Mas no crea el lector que lograr esto es cosa menor, no: es resultado de un amplio programa de acercamientos que se han tenido con diversos cuerpos de bomberos, sobre todo allende el Río Bravo, a los que se les pide, digamos, que sean solidarios y altruistas, que son palabras muy bonitas. Además, a los jefes de bomberos de por allá hay que hablarles en inglés y bien, pa´que entiendan. El esfuerzo no es poca cosa y debe reconocerse.
Por desgracia, que no todo se puede en esta vida, lo que no han podido lograr las autoridades locales es comprender o, de menos, copiar el complicadísimo esquema de trabajo de Estados Unidos donde hasta las alcaldías menores tienen cuerpos de bomberos capaces y con el necesario equipo para su peligroso trabajo, y no digamos ya las ciudades turísticas. Ah, todo eso sin pedirle donaciones a nadie, que conste.
Ocurre que allá toman tan en serio la seguridad pública, la policial y la de emergencias, que invierten buen en ella y, acaso por dignidad, no piden dádivas a otros cuerpos de auxilio civil. Pero esas ideas son muy extrañas por acá, donde la mendicidad se ha vuelto política oficial. Cancún puede tener un cuerpo de bomberos decoroso, si los fondos públicos no se perdieran.
Pero mejor es tornar a los conceptos de Paco Malgesto. En esa feliz fecha fue que México entró con orgullo al “concierto de las naciones civilizadas”, pues se celebró el Oktoberfest por vez primera. Organizado por el famoso Club Alemán de México, en las crónicas de aquellos días señalan que “corrieron alegres ríos de cerveza y se comieron toneladas de salchichas, aunque también hubo platos mexicanos como las carnitas”.
La primera “fiesta de octubre” se dio en Múnich en 1810 y en ella se sirvió un millón 200 mil litros de cerveza de barril para unos doce mil invitados, todos bávaros, que son de buena garganta; duró quince días y en la nota histórica no se glosa la cruda o resaca (unterströmung en la lengua de Goethe), pero de cierto fue dos veces apocalíptica si se juzgó desde la puritana versión bíblica de don Martín Lutero.
De la enorme francachela hasta hoy -215 años- sólo se ha cancelado el Oktoberfest durante las guerras mundiales y ello eso porque Guillermo II de Alemania, en la primera, y Adolf Hitler, en la segunda, eran abstemios. Monstruos verdaderos es lo que eran. En México, con más o menos fervor, la celebración no ha cesado y ello acusa que ya fue tomada por propia, aunque no se sepa ni quién diablos fue Herman Hesse.
Sin el motor de la novedad, el festejo ha decaído tanto en feligresía como en el escenario y hoy, doctos dixit, la fiesta más cercana a la original es la del Mercado de la capitalina Colonia Roma, donde venden la famosa Paulaner y la Primus Brewery, además de bebidas de la Cervecería Minerva. Si alguno pide una Heineken lo tildan de idiota, pues aquel es brebaje neerlandés, no alemán. ¡Schwanz! (¡Carajo!)
Pero ello no indica que la ingesta del ambarino licor haya decaído en el país -la mengua se dio en la fiesta- puesto que en México la cerveza va a la alza, con y sin botana, según publicó la revista Forbes con base en un análisis de la agencia Kantar Worldpanel México, cada paisano bebe al mes 6.1 litros de cerveza, pero el fin de año la cifra crece hasta 7.9 litros, lo que demuestra madurez de gañote.
Según dicho estudio, la clase media es el que más compra cerveza, ya que cada mes adquiere unos tres litros, y de estos el 91 por ciento es clara, mientras que el resto opta por la oscura. La agencia también indica que en el último año, el 69 por ciento de las familias compró cerveza y que, en promedio, pagaron 28 pesos por litro: el 56 por ciento lo bebió en su casa en botella de vidrio, y el otro 44 por ciento en lata.
La regular es la cerveza más buscada en México, pero en los últimos años las marcas ‘light’ han ganado mercado. Añade el análisis que la “tiendita de la esquina” es donde se compra el producto las más de las veces: cuatro de cada diez litros salen de ellas, mientras que el 30 por ciento va al depósito y sólo el once por cien se surte en las ‘tiendas de convivencia’.
El actual consumo de esta bebida de origen egipcio o iraní –entre sorbos de ‘Caguama’ los sabios está liados- dice mucho es lo que toca a la tendencia nacional a los estados alterados de conciencia (borracheras) o quizá a las conductas entrópicas (los desmadres) de la población, pero sea como fuere, aquí se bebe y bien. Había un bar que en uno de sus muros tenía este letrero. “¡A beber, que aquí no se viene a jugar a la casita!”.
Nota: de tanto hablar de la dichosa cerveza, que si del país o germana; de salchichas como botana y hasta del “maridaje” de la noble bebida con el enhiesto chicharrón –Huay mi nené, acota el citado guiro-, El Escriba decidió realizar algunas prácticas de campo para documentar sus asertos, por lo que se pide al lector que espere la edición por venir para seguir con la etílica charla. Entre tanto… ¿Ya cumplió con su cuota de octubre?
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