El Minotauro
Nicolás Durán de la Sierra
Dentro de los vientos de renovación nacional que soplan tras el arribo al poder del presidente López Obrador, debe tenerse por inaplazable la revisión de las leyes que regulan o debieran regular nuestra actividad turística, pues hoy por hoy buena parte de las cadenas hoteleras que operan en Cancún y otros puntos del país no tienen domicilio tributario en México, sino en paraísos fiscales como Bahamas, Belice o las Islas Caimán.
Dicho en palabras llanas, con el implícito aval de la alta clase hacendaria –eran negocios que llegaban hasta Los Pinos- y el rastrero respaldo legislativo que permitió el ardid, las más de las cadenas hoteleras tanto del país como del exterior apenas si tributan en México y, para colmo, cuando se ven obligados a pagar a los gobiernos locales, los dorados empresarios se irritan y quieren decidir hasta en qué ha de gastarse el dinero.
Si se toleran estos abusos empresariales y no se castiga a los vende-patrias, que es lo que son, México pierde soberanía. Por razones de espacio no he de abundar en ello, pero si he de señalar que si no se resguardan estas pequeñas trincheras comerciales, la talla del Estado se reduce y no sobra decir que por ahora nuestra estatura no es cimera o, si se prefiere y aún con ánimo navideño, está en el proceso de recuperar altura.
De nuevo en el tema hotelero y para reforzar su no tan boyante tesorería, conviene al gobierno federal revisar a fondo la ley de turismo, casi decorativa, y los artículos hacendarios que regulan el aspecto fiscal y la inversión turística. Con ojos de mínima honradez, resalta que si el empresariado hotelero hace negocios en México, justo es que sea aquí en donde pague sus impuestos, como se le obliga en otros países del mundo, ni más ni menos.
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