El Minotauro.
Nicolás Durán de la Sierra.
En los últimos días, en el norte del Estado y sobre todo en Cancún, se ha dado una escalada delincuencial que ha dejado decenas de muertos. Purgas entre bandas de narcos, dice la autoridad; el próximo arribo de miles de policías militares ha cambiado el escenario y estos son reacomodos. Los cárteles están marcando su territorio, se explica a una comunidad que, por desgracia, tiene ya a las ejecuciones como su pan de cada día.
Sobra decir que, por los resultados, es poco lo que hace el gobierno federal para abatir o, de menos, controlar a los cárteles. Hablo de la fuerza federal pues las policías municipales y estatal no tienen con qué hacer frente al crimen organizado, si es que no son cómplices. No todos y no siempre, es cierto, pero abundan ejemplos. Muchos policías viven en el dilema de entre plata o plomo para ellos y sus familias. De allí la importancia de la llamada “ciudad militar” que se construye en Cancún.
Sin embargo, en este tráfago de noticias sobre cárteles y muertes se han diluido los resultados de la lucha contra la delincuencia común, la que afecta de manera directa al ciudadano. Según estimación reciente, de los delitos cometidos sólo el 21 por cien tiene que ver con drogas y los más usuales son delitos como robos y asaltos. Es en este ámbito donde las policías locales han tenido éxito, aunque en algunos medios se les escamotee el mérito.
Pudiera alegarse que para eso están y que es su trabajo, pero conviene a todos destacar las aprehensiones de los delincuentes comunes, los de poca monta, pues con ello se envía un mensaje desalentador al hampa y no han sido pocos los detenidos por la fiscalía y las policías del patio. Con la comisión de un 79 por ciento de delitos de este tipo cometidos en Cancún, la reducción del índice es siempre una buena noticia.
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