Óscar González

El título de esta reflexión es la peor de las aporías: el significado etimológico de la palabra es “sin camino”, pero tanto para la novela señera de la Generación Beat En el camino (On the road) como para su autor Jack Kerouac –y acaso para la mayoría del grupo de escritores así identificado– también es aplicable el sentido filosófico, sofista y retórico, que en pocas palabras es: carente de sentido o racionalidad. Tanto Kerouac como sus amigos y compañeros de grupo literario preconizaban la escritura inmediata, espontánea, en oposición a las elaboraciones y rebuscamientos de la literatura precedente.

Se ha escrito que lo anterior no era tan cierto y desde luego que la historia de Kerouac usando rollos en vez de hojas de papel en la máquina de escribir no tendría más base real que la existencia de tal objeto en posesión de un coleccionista, pero En el camino fijó el estilo simple y directo –más acusado en su caso– que caracterizaría a un cúmulo de escritores estadounidenses con producción posterior a la Segunda Guerra Mundial, encabezados también por el novelista William Burroughs y el poeta Allen Ginsberg.

Entre otras cosas, el tiempo que pasó entre la redacción terminada en 1951 y su publicación en 1957 por la muy exigente casa editora Viking Press –parafraseando la primera frase de la novela: conocimos al protagonista Dean hasta seis años después de haber sido creado– hace muy difícil creer que lo que leemos impreso sea el pensamiento del autor en el momento de mecanografiar. En En el camino, se narran en primera persona los viajes –las vagancias, diría después Kerouac de manera explícita en Los vagabundos del Dharma (The Dharma Booms)– del autor y las vivencias con varios amigos, pero más específicamente de un desencantado extremo y existencialista llamado Dean Moriarty. Los excesos de alcohol y drogas, que quizá influyeron más en el rechazo de la obra por las editoriales que su estilo revolucionario, corren a cargo de este joven; la espiritualidad y hasta religiosidad las aporta el autobiográfico narrador, quien en la vida real hizo esos viajes, aparte de otros legendarios a México, acompañado de Burroughs, Ginsberg y otros autores.

Nueva York, San Francisco, Denver. En el Camino contribuyó a la leyenda artística de la Ruta 66, fundamental para el jazz bebop y el blues, que parece hablar de un patriotismo estadounidense disociado con el sistema, justamente como el “sax” de Charlie Parker –de estilo de vida idéntico al de los escritores, grandes consumidores de sustancias psicotrópicas que como Kerouac murió muy joven como consecuencia de las adicciones–, Dizzie Gilespie y Thelonios Monk, casi contemporáneos; la libertad sexual que defendían y practicaban con fruición los integrantes del beat, todo está en En el camino. Mas si hablábamos de aporías la mayor contradicción que subyace a estas rebeldías que la novela no sólo permite ver, sino que celebra con alegría, es que se siente una fuerte tendencia espiritual que se reconciliaría únicamente hasta la generación siguiente, la hippie, pero entonces era tan incomprensible como repulsiva para el estadounidense medio, que vivía en plena furia macartista. De ahí el término que de manera más o menos equívoca se le da a la generación – Kerouac lo rechazaba de manera terminante–, beatnik, compuesto de beat (golpeteo, en el sentido de percusión musical) y Sputnik (satélite en ruso, como se le llamó al primer artefacto humano puesto en órbita por los soviéticos) como repudio al supuesto comunismo –en los años cincuenta todo rechazo al american way of life era diabólicamente comunista– con el que sí simpatizó Burroughs, pero no Kerouac.

 La realidad es que nuestro autor nació en el seno de una familia francocanadiense, casi pobre y muy católica, y él nunca renegó de dicha fe: por momentos era incluso ferviente. Cuando se publicó En el camino faltaba mucho (1970) para que el beatle George Harrison lanzara la canción “My Sweet Lord”, que incluye alabanzas tanto del cristianismo como del hinduismo y todo el mundo feliz, sin omitir el toque psicodélico relacionado con las drogas, pero en los años cincuenta ni el ecumenismo existía y menos en Estados Unidos. El catolicismo-budismo de Kerouac no era compatible en la propia dicotomía, y menos con las drogas, el alcohol y el sexo libre que se lee, se vive prácticamente en su novela mayor, y que tan común sería a finales de los años sesenta y en los setenta.

La condición de paria renegado y marginal de Kerouac que se lee En el camino se puede entender mejor si la contrastamos con la de la camada literaria anterior, la Generación Perdida (Lost Generation) de John Dos Passos, Ernest Hemingway, Ezra Pound, William Faulkner, John Steinbeck y Scott Fitzgerald. Los efectos de la Primera Guerra Mundial, la Gran Depresión de 1929 y el racismo los hicieron rebeldes, enemigos del modo de vida estadounidense, pero, en vez de tomar la Ruta 66 y recorrer su país de la costa este a la oeste en coche, se fueron a refunfuñar en los cafés y salones de París. El mundo estaba hecho un desastre, pero ellos eran rebeldes intelectuales y dandis que lo criticaban con Martini seco en mano. Y para terminar, otra contradicción: en un país con una economía boyante, a comienzos del baby boom de la venturosa posguerra, En el camino refleja el desencanto de un puñado de artistas inconformes, pero sin el oropel de, digamos, el Manhattan Transfer de Dos Passos, tipo Ixca Cienfuegos de Carlos Fuentes. Mientras Hemingway sufría cazando en las faldas del Kilimanjaro e inventaba el daiquirí en El Floridita de La Habana, el narrador de En el camino y Dean Moriarty buscaban alcohol, drogas y sexo en bares inmundos de una carretera.

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