Juan Carlos Arriaga, Profesor del Departamento de Estudios Políticos e Internacionales, Universidad de Quintana Roo
La derecha regresó al poder en América Latina. En los recientes procesos electorales, el triunfo de los partidos conservadores lo hace evidente. Esta tendencia refleja el éxito de una relativa renovación del discurso político conservador, que se concreta en algo que sus dirigentes definen como “derecha moderna”. Pero ¿qué es tal cosa?
Es harto difícil de definir el concepto de derecha, pues no es en sí una ideología política o social que se puede identificar con claridad o que esté plenamente construida. Sin embargo, los ideólogos de esta forma de pensar identifican tres características básicas: Primero, en lo político defiende los principios del liberalismo; segundo, en lo económico, pregona las tesis de la economía clásica; y tercero, en lo social, persigue los ideales del cristianismo y de la “persona humana”.
Ahora bien, la derecha moderna no cambia ni renueva los principios económicos y políticos del liberalismo clásico, y menos aún redefine los valores sociales de las iglesias cristianas, ya sea la católica o las protestantes. La novedad en el discurso está en los temas de la agenda política: los problemas derivados de la pobreza, no de la pobreza en sí; la postura “gerencialista” de la administración pública; la negación de las “ideologías extremas” como los discursos de género o los de la tolerancia a las diferencias culturales, étnicas y sexuales; y la “cruzada” en contra del populismo de izquierda.
Una característica más de esta moderna derecha es que la enarbola una nueva generación de políticos derechistas. En Centroamérica, por ejemplo, incluye a políticos nacidos a finales de la década de 1980, cuando las guerras civiles estaban ya en proceso de solución; o en países de América del Sur, donde representan a la generación “posdictadura”, como Brasil, Chile, Uruguay, Argentina y Paraguay.
Al respecto, Alejandro Sinibaldi, otrora candidato a la presidencia de Guatemala en 2015 por el derechista Partido Patriota, dijo lo siguiente a Prensa Libre en octubre de 2015: “Para mí, la derecha moderna es aquella que respeta todos los principios fundamentales de la derecha, el Estado de Derecho; que respeta la propiedad privada; la que consideramos que después de la vida la libertad es el bien más preciado. Estoy hablando de que mi derecha es muy diferente a la derecha de Otto Pérez Molina (expresidente de Guatemala), por un tema de generación y de edad.”
Así, pues, la derecha moderna es una derecha reinventada, que está envías de retomar por completo el poder asumiéndose más sensible a los problemas sociales, y armada con nuevas herramientas para hacer política y gobierno. Es la derecha que se disfraza de socialdemócrata, que persigue una nueva manera de hacer política “despolitizada”, y creadora de una propuesta política que no pasa de las meras generalidades.
Los líderes de esta derecha muestran rostros sonrientes y lanzan mensajes evangélicos; son líderes que venden imágenes idealizadas de sí mismos por medio de costosas campañas de marketing. En su prédica, similar a la de muchas Organizaciones No Gubernamentales latinoamericanas que operan con fondos de United States Agency for International Development (Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional) han declarado que su “guerra santa” es en contra del populismo —el de izquierda, porque para ellos no existe otro— pues es una ideología “que debe llegar a su fin”.
Y quieren más: en un “devaneo progresista”, esta derecha moderna anhela tener a una mujer como presidente de la república. Por ejemplo, en México se ha estado construyendo la imagen de la “Heidi Thatcher de la política”, una mujer bondadosa, amable, alegre, maternal y amorosa, pero que ante el primer conflicto nacional o internacional serio se comportará como una verdadera “Dama de Hierro” inglesa.
¿CÓMO GOBIERNA LA DERECHA MODERNA?
La derecha moderna ya controla el gobierno en varios países de Latinoamérica, sin olvidar su presencia en numerosos gobiernos provinciales y locales. Una mirada atenta a su forma de gobernar nos permite descubrir cierto patrón en cómo identifica los problemas nacionales y cómo toma las decisiones.
Tan sólo empecemos por analizar la figura del presidente de la república de cualquier país del área con gobierno de derecha: Perú, Brasil, México, Argentina, Colombia, Honduras o Paraguay. En todos los casos, el presidente no sólo es jefe de Estado y de gobierno del país, sino también líder del grupo en el poder y el principal exponente de las ideas de esta derecha moderna.
De acuerdo con el periodista argentino Claudio Scaletta, del diario Página 12, de Argentina, la formación académica es un rasgo interesante de la inmensa mayoría de los presidentes de esta derecha: casi todos son graduados de alguna universidad privada y, en ciertos casos, de instituciones de reconocimiento académico escaso. Este rasgo es un buen indicador de la pobre capacidad intelectual de los mandatarios conservadores. Por eso, por sus escasos conocimientos en teoría económica, no es raro que éstos suelan adornar sus discursos con promesas absurdas, irrealizables y no pocas veces hilarantes.
Como mero ejemplo veamos las “explicaciones” que tales mandatarios dan al tema de la reactivación económica mediante la implantación de reformas constitucionales o, como les llaman, “reformas estructurales”. Sus alegatos sintetizan todos sus saberes de economía. Claro, “la prosperidad” con que vienen las reformas nunca llega.
En sus campañas electorales a la presidencia, los políticos conservadores de nuevo cuño aseguraran que disminuirán la inflación con facilidad, y que los capitales productivos serán seducidos por la estabilidad económica de cada país. Se les dijo en sus universidades (y lo creyeron) que es posible “gestionar” la economía de un país como si fuese un club de fútbol o, peor aún, como si se tratara de la economía de un gobierno estatal o de uno provincial. No hay que ser experto para saber que en ninguno de esos casos aplican la teoría y la práctica de la política monetaria, o sirve para enfrentar problemas macroeconómicos o los vaivenes de los precios internacionales de materias primas y, mucho menos, las relaciones internacionales.
Tal parece que la versión del “sensacional de economía a lo Luis Pazos” que les platicaron en la universidad juega contra la imaginación de los presidentes del nuevo conservadurismo. Hay que recordar que su experiencia de gobierno fue “regentear” la provincia o estado más poblado de su país que, para su fortuna, ocurrió en un contexto macroeconómico y global favorecido por los altos precios de las materias primas de exportación. Ya no existe ese contexto, y la única salida que tienen los presidentes para encarar la caída del crecimiento y el avance de la inflación es recortar el gasto público, autorizar la implantación de nuevos impuestos o aumentar los existentes, y contratar más deuda.
Esos presidentes no están solos, los acompaña un equipo de economistas integrado por “tecnócratas neoliberales”, que en su mayoría fueron educados en universidades estadounidenses. Estos presidentes creen que su equipo económico es el mejor de los últimos años.
Una revisión del currículo de los funcionarios del gabinete económico de algunos países del área revela que se trata de ex directores de empresas con nula experiencia en el manejo de la administración pública, de un puñado de viejos políticos del partido en el poder y de los llamados “puros”, es decir, de los fieles seguidores del presidente, fogueados en la administración estatal o provincial cuando su jefe era gobernador.
El plan económico de la derecha moderna ha sido aplicado al pie de la letra tanto en Argentina, informa el diario Página 12 (19 de marzo de 2017), como en México, y en ambos casos los resultados están muy lejos de lo previsto. La economía no crece, el empleo se esfuma, la inflación no cede en tanto que el déficit fiscal y comercial aumenta.
Lo que sí crece es la deuda pública. Todo eso tiene costos políticos. Cierto articulista en México recién escribió: “El presidente no lo entiende. Siempre, según quienes lo
frecuentan, está colérico y malhumorado. Los votantes ya no muestran ni el encantamiento ni la credulidad ni la paciencia de años atrás.”
PALABRAS SUAVES Y UN GARROTE
Sin duda, los electores pueden poner un alto a la incapacidad para gobernar de la derecha moderna, e incluso de la izquierda desorientada. Pero antes de ello, la derecha, que se dice moderna, puede mostrar los dientes y hasta abandonar los apapachos y las declaraciones solidarias, tal y como ocurre en Guatemala con el presidente Jimmy Morales. La respuesta de esta derecha a la creciente inconformidad social no sólo incrementará el número de presos políticos —de acuerdo con organismos internacionales de derechos humanos—, sino también aumentará el acoso y la persecución a académicos informados, periodistas críticos y activistas sociales insumisos; e incentivará los pagos a los rompe huelgas y a los bots en la internet.
Además de lo anterior, la derecha moderna no plan tea ni pretende abandonar la persecución política e ideológica contra los dirigentes sociales de la oposición. En algunos países de la zona, se observa que la principal fuerza opositora, a la que hasta hace unos meses se daba por muerta y enterrada, es hoy acusada no sólo de presuntas acciones de desestabilización, sino también de estar detrás de todo lo que le sale mal al gobierno.
No pasará mucho tiempo para que la derecha moderna regrese a sus viejas prácticas, a pesar de la renovación de su discurso y de sus cuadros.
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