Las corrientes marinas que hay en esa región no corren, por así decir, de allá para acá, sino a la inversa y se llevarán el viscoso material desde las cercanías de Nueva Orleans —donde se encuentra el pozo— a lo largo de las costas norteamericanas hasta hacerlo salir al Atlántico por el estrecho de La Florida. Incluso —transportado por la veloz y caudalosa Corriente del Golfo— podría llegar a las costas de Europa, si bien ya muy diluido.
No hay riesgo, pues, de que la marea negra llegue a las playas de Quintana Roo y espante a los turistas como en su momento lo hizo la influenza.
Hay, sin embargo, cierto tipo de visitantes que llegan por vía aérea a estas tierras del Mayab que sí pueden ser afectados por la contaminación con petróleo de las zonas costeras, aunque no las de México sino de Estados Unidos: las aves migratorias que en inmensos números se desplazan durante los meses cálidos desde México y Centroamérica hasta Estados Unidos y Canadá, y al aproximarse el invierno, emprenden el regreso a la zona tropical. Y cuando decimos inmensos números, hay que tomarlo al pie de la letra. Se estima que en esa migración anual pasan por la península de Yucatán o se quedan en ella para invernar unos cinco mil millones de aves de los más diversos tipos y tamaños.
Parte de ellas son aves de humedales. Y son precisamente los humedales los ecosistemas que más están siendo dañados por el derrame petrolero. Porque no debe olvidarse que prácticamente toda la costa norteamericana del Golfo de México —al igual que la de nuestro país desde Tamaulipas hasta los límites con Belice— es una intrincada sucesión de bahías someras, estuarios, lagunas costeras, caletas, ciénagas, marismas, pantanos, esteros, rías y otros tipos de humedales. En esos laberínticos sitios, que tienen un fuerte intercambio de aguas con el mar, el petróleo penetra por todas partes e impregna todo, desde el suelo fangoso hasta la vegetación. Y, naturalmente, se incorpora a las cadenas y tramas alimenticias.
Eliminar el petróleo de tales sitios es prácticamente imposible. Incluso, ante la magnitud del desastre, algunos científicos hablan de soluciones radicales, como incendiar las zonas contaminadas para que el petróleo arda. Luego, crecería nueva vegetación. Otra solución menos drástica sería inundar los terrenos afectados para que, al subir el nivel del agua y flotar el petróleo, resulte más fácil recogerlo. En cualquiera de los dos casos, sin embargo, se causaría un gravísimo daño a los ecosistemas y, por supuesto, a la fauna.
Y no se trata de una cantidad limitada de petróleo como en los naufragios o averías en los buques petroleros, sino de una cuantiosa fuga que, al momento de escribir estos comentarios, había durado ya dos meses y estaba arrojando —según cálculos de diversos expertos— no menos de 50 mil barriles cada 24 horas a las aguas del Golfo. Por comparación, en la tan mentada catástrofe del buquetanque Exxon Valdez en Alaska solamente se derramaron 260 mil barriles.
Por la cantidad de petróleo y por las características de la zona donde ocurrió la catástrofe del Golfo, los científicos están cada vez más convencidos de que las consecuencias sobre los ecosistemas serán muy amplias, profundas y duraderas. A juicio de George Fenwick, presidente de la organización American Bird Conservancy, a corto, mediano y largo plazo habrá una gran reducción en la población de aves acuáticas, muchas de las cuales —en particular patos— se mueven regularmente entre Estados Unidos y el norte de la península de Yucatán, donde constituyen un importante recurso cinegético y un componente fundamental de los ecosistemas de humedales.
Por otro lado, es muy probable que también resulten afectadas aves migratorias que, sin ser acuáticas, utilizan los humedales costeros norteamericanos como punto de escala para descansar y alimentarse antes de iniciar la travesía sobre el Golfo o después de completarla.
En fin, como vemos, la globalización no se refiere sólo a bancos, comercio o industria. También a la flora, la fauna y los ecosistemas. Aun estando muy separados entre sí, se encuentran más interrelacionados de lo que parece a primera vista. Por ello no resulta exagerado decir que aunque a los litorales de la península de Yucatán no llegue una gota del petróleo derramado frente al sur de Estados Unidos, podríamos resentir las consecuencias de esa catástrofe.
Share.
Para comentar debe estar registrado.