El primer sábado de agosto del 2008, el Silito y el Poco Pelo, de sólo catorce años, junto con el Tito y el Kate, de dieciséis, cocieron a puñaladas a dos homosexuales en la vivienda de estos, ubicada en el fraccionamiento Villas Quintana Roo, en Cancún. La razón del salvaje homicidio fue el robo. Los cuatro mozalbetes habían planeado días antes el atraco, pues conocían el lugar por haber participado en alguna de las orgías que organizaban las víctimas.

Por Javier Ugalde García

En sus declaraciones, los jóvenes aseguraron que sólo habían planeado el robo, pero que las cosas se salieron de control cuando los dos hombres pretendieron evitar el hurto y fue entonces cuando se les fueron encima y les dieron 60 puñaladas.

Este hecho refleja, quizá en el peor de los extremos, lo que hoy ocurre con muchos jóvenes y niños de Cancún. Por  esos días las autoridades habían advertido que el volumen de ilícitos cometidos por menores era mayor en un diez por ciento al mismo periodo del año anterior y que la tendencia era a la alza.

Ahora, a casi dos años de distancia, poco o nada ha cambiado esa tendencia, como lo reflejan a diaria las noticias en que se da cuenta de cruentos pleitos entre vándalos, de los muertos, de los heridos que saturan los fines de semana el Hospital General y en fin, de la violencia juvenil que se vive principalmente en las calles de colonias populares.

Gran cantidad de menores de Cancún, no sólo los de las zonas marginales, enfrentan a diario el abandono de sus padres a la vez que encaran, sin saberlo, la falta de políticas públicas por parte de las autoridades para atender sus necesidades.

La Niñez Olvidada

La ciudad carece de espacios adecuados para generar un desarrollo sano y armónico entre sus niños, lo que a su vez da pie a que muchos de ellos queden a merced del abuso sexual, la pornografía, las adicciones y en general a la serie de patologías sociales que a lo largo de las últimas décadas se han multiplicado en este centro turístico.

Cancún llega a las cuarenta años de existencia y tiene ya una generación propia que empieza con dificultades para poder hacerse cargo del futuro de su ciudad y de su propio porvenir. No podría ser diferente si una buena parte de esta misma generación carece de arraigo y de aspiraciones, de una buena preparación y están enfermos y desnutridos.

Por el contrario, parte de esta nueva generación sólo puede contribuir a aumentar las taras sociales que en forma cotidiana se manifiestan en las calles de una ciudad cada vez más insegura.

El cuadro parece exagerado y hasta apocalíptico, pero los hechos hablan y no son alentadores. El único respaldo institucional para la niñez y la juventud -el Dif- que se tiene en la ciudad y en el estado, es un organismo de asistencia con presupuesto irrisorio para la enorme tarea que debe atender; un ente que trata de resolver de problemas graves apoyándose sólo de la buena voluntad comunitaria, en el altruismo y filantropía de personas y empresas que financian su pobre operación en volumen.

En este aspecto, el problema medular estriba en que por omisión de un Estado que debiera ser garante de su propia comunidad, estos organismos han sido rebasados. En este momento no se contempla, siquiera, la posibilidad de fortalecer a los sistemas DIF para dotarlos desde los gobiernos de mejores armas para hacer sus tareas.

En la encuesta del 2008 de la fundación Internacional Save the Children México, Región Quintana Roo, se cuenta lo que sienten los niños de Cancún y se ofrece un panorama de la vida de los mismos en esta ciudad.

Según el estudio, Cancún no es un sitio feliz para una gran cantidad de sus infantes, pues revela que el 95% de los más de mil 400 niños encuestados, indican que sus padres los ignoraban o los castigaban físicamente; el 25% recibía burlas y humillaciones en casa y el 40% sufrían de abandono temporal, debido a las actividades laborales de sus padres.

La falta de atención en sus propias casas, genera el que estos busquen respuestas en la calle, en donde cada vez hay un ambiente menos propicio para su formación y crecimiento sanos. El 86% de los encuestados afirma en el estudio ser parte de una pandilla, en la que es fácil dar el salto para  que experimenten con drogas, tengan relaciones sexuales prematuras y se alejen de la educación.

Pandillas y Crimen Organizado

En cuanto a los jóvenes, la situación es más desoladora pues ellos quedan casi al margen de las acciones del DIF, pese a la serie de programas de que dispone la instancia para atender a los adolescentes, en especial a los que corren algún riesgo social.

La historia narrada al principio, es tan sólo un ejemplo de lo que ha comenzado a ocurrir en Cancún, una ciudad que parece ir en la misma ruta que Ciudad Juárez, considerada como la urbe más insegura del planeta, donde muchachos como estos forman parte de las células del narcotráfico, una actividad que recluta a jóvenes pandilleros como carne de cañón para sus trabajos sucios.

Hace unas semanas, Patricia Sánchez Carrillo, entonces subprocuradora de Justicia del Estado, indico que Quintana Roo ya produce sus propios delincuentes, los cuales se han forjado en sus calles, en especial en las de Cancún y Playa del Carmen y que ahora, al amparo de la nueva Ley Integral de Justicia para Adolescentes, las mafias han encontrado las condiciones ideales para reclutar a jóvenes criminales, como pudiera ser el caso del Tito y el Kate, quienes por estas fechas pudieran salir libres, al alcanzar la mayoría de edad.

En Cancún, señalan algunos especialistas, el volumen de casos de abandono de menores, ya por razones de tipo económico o por mera comodidad, ha generado una gran expansión y desarrollo de las pandillas, núcleos donde se da una suerte de identidad necesaria para niños y adolescentes. En las pandillas encuentran los elementos que los identifican y les da en qué y en quién creer.

Estos núcleos o clanes, siempre o casi siempre están a la defensiva, pues no creen en nada ni nadie fuera de la pandilla; siempre están en el filo de la navaja y ello los lleva muchas veces a ir contra todo aquello que consideran hostil. Además, como se les desprecia y se les combate con violencia, asumen actitudes de revancha contra todo y todos.

La Opción del Garrote

Ante ello, la replica de la autoridad siempre es la misma: el garrote, la compra de más armamento y llevar al bote a los muchachos. Tal forma de combatir a las pandillas es igual que tratar de apagar el fuego con combustible. No se les ha ocurrido otra forma de atender el problema, pero es evidente que no ha servido. Es hora de buscar otros caminos.

Estamos en tiempos políticos y candidatos van y vienen y todos, sin falta, hablan de crear más espacios y alternativas para niños y jóvenes, pero eso solo se queda en el discurso y si acaso en acciones cosméticas como tender parques o rehabilitarlos. Mientras no representen votos, sólo serán meros recursos retóricos.

Armando Pérez Chacón, ex presidente del Comité de Participación Ciudadana de Seguridad Pública de Benito Juárez y pionero de Cancún, afirma haberse metido en las pandillas y conocer su estructura y forma de operar. Ahí es donde ha detectado que estos jóvenes están ávidos de ser escuchados, de que se les respete y se les den oportunidades.

“Pero hasta ahora –dice- no hay nada de eso, sólo tienen el abandono o el castigo de padres o familiares, al igual que el de las autoridades, a las que, por cierto, no quieren ni ver ni saber nada de ellas, pues no les creen, no las respetan y sí, las consideran sus enemigas”.

Pérez Chacón cree con fervor que la alternativa no es el garrote, sino la oferta de opciones de recreación y deporte, de actividades artísticas y programas de desarrollo, y sobre todo de educación y trabajo.

Propuestas Aisladas

En este contexto, se han dado algunos esfuerzos, como el emprendido en condiciones precarias por Carlos Hurtado, director del Instituto Municipal de Cultura, quien se ha esforzado por llevar a colonias populares programas artísticos y culturales, confiando en que la labor de hoy rendirá frutos en el futuro cercano aunque los coseche otra administración.

Otros esfuerzos los han llevado a cabo organizaciones empresariales como la Coparmex, que apoyada por empresas locales como Autocar o Coca Cola, han llevado programas como Vivir en Deporte a colonias populares, donde se han dado algunas convivencias con chavos banda y niños de la calle. Sin embargo, estos esfuerzos quedaron en simples actos fugaces, en la fotografía de prensa, pues nunca se pensó en dar seguimiento a estos proyectos.

Aunque según el Consejo Estatal de Población, más del 51% de los habitantes de Cancún son menores de 25 años, parece que nadie ha cobrado conciencia plena de que “esta ciudad de jóvenes” olvida precisamente a sus propios jóvenes.

Las muestras del olvido, sus consecuencias, están allí, a la vista de todos, como testigos de la insensibilidad y la falta de compromiso de autoridades y de la propia comunidad.

Tras el paso del huracán Wilma, un notario de la capital del país hizo una reflexión que ofrece una visión de Cancún poco valorada aquí. Apuntó que la destrucción del destino turístico había generado una sensación de dolor similar a la dejada por el terremoto de la Ciudad de México de 1985. La razón es sorprendente: Cancún es el gran orgullo de México y de los mexicanos, es la cara bonita del país, nuestra carta de presentación en el mundo; y verlo destrozado, duele.

Como comunidad, tenemos hoy por reto y compromiso el lograr que niños y jóvenes cancunenses gocen de las garantías necesarias para su desarrollo; debemos buscar las estrategias que nos permitan alcanzar un positivo relevo generacional. Tenemos los recursos para ello. Vamos a hacer que perdure el orgullo que sienten en otras latitudes por Cancún y garantizar su futuro desarrollo.

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