Tomás Contreras Castillo

Sin duda, el país y en especial el Estado se encuentran en un momento especial, en una encrucijada histórica en la que el modelo político vigente muestra signos claros de agotamiento. Por ello es crucial abordar el tema de Quintana Roo y su futuro con voluntad política, con visión de largo plazo, con proyecto y sobre todo con un programa inteligente. Este es el reto de toda la clase política local.
A punto de comenzar las campañas políticas, al inicio del proceso electoral adelantado por el que habrán de renovarse la gobernatura, el congreso estatal y los poderes de los nueve municipios, tanto los partidos como los propios candidatos y aún los gobernantes en turno, se topan con un entorno social refractario a sus mensajes.
La razón es simple: vastos segmentos sociales perciben que sus necesidades  fundamentales, las básicas, no han sido atendidas con efectividad y que, además, el tesoro colectivo no ha sido bien administrado, lo que genera el que los niveles de legitimidad oficial sean bajos. Esto constituye un factor de alto riesgo para la estabilidad y la gobernabilidad del Estado. Ante tal situación, la clase política en funciones no tendrá más camino que renovarse o bien resignarse a ser sustituida.
Ciertamente la visión de nuestros gobernantes, en especial la de los que provienen del Partido Revolucionario Institucional, se encuentra anclada en los años ochentas -sólo tiene un atraso de veinte años-, en donde la lógica del poder era la del régimen del partido de Estado y ello ha generado en gran medida la visión de ilegitimidad de la mayoría de los gobernados.
Aunque la alternancia política ya es una realidad, aún el proceso de la toma de decisiones se encuentra muy centralizado y el ejercicio de poder sigue funcionando sobre la base del culto a la personalidad del gobernante en funciones, un culto que es sostenido por la actitud cortesana de una burocracia insensible y lacayuna que muestra total ignorancia del proceso histórico de su entorno social.
Así, el ejercicio del poder en Quintana Roo se caracteriza por sus bajos niveles de eficiencia y eficacia administrativa; por una prácticamente nula rendición de cuentas y por la falta de espacios que garanticen la participación social en las cuestiones públicas. Es una realidad el que los ciudadanos no cuentan aún con las herramientas básicas que posibiliten su participación en la toma de decisiones como la inclusión de figuras como el plebiscito y el referéndum en nuestra forma de gobierno; no tienen siquiera la posibilidad de valorar la reelección o no de un gobernante que se haya destacado.
Esta sociedad tampoco dispone hasta el momento de los mecanismos que le permitan sustituir en forma institucional y ágil a los gobernantes que no cuenten con la estatura política suficiente para garantizar un buen desempeño en su encargo. Para colmo, la noción de gobernabilidad democrática no existe en la mente del noventa por ciento de nuestros gobernantes, por lo que la incongruencia se ha vuelto en componente primario de su modus operandi.
Hoy la sociedad quintanarroense es totalmente diferente a la existente en las décadas de los 70s y los 80s; su estructura ha cambiado y como sociedad nos ubicamos en un verdadero parteaguas. Por un lado, nuestra tasa de fecundidad es menor a la media nacional, por lo que no podremos garantizar mediante el crecimiento natural comunitario, la reposición generacional en los próximos cincuenta años
Mas por el otro lado y en contrapeso, como consecuencia directa de las olas migratorias que llegan a la entidad, es muy probable que estemos a punto de entrar en una etapa especial de la evolución de nuestra sociedad, en una etapa en la que la población económicamente activa, la que va de de los quince a los 64 años, sea mayor que la población dependiente en lo económico, la de catorce años o menos, y de 65 años o más.
Esto nos deja ante la oportunidad histórica de mantener niveles de desarrollo acelerado en los próximos cuarenta años, si logramos dar respuesta oportuna a las demandas de que conlleva este importante bono demográfico; una oportunidad que sin duda nos exigirá mayores oportunidades de empleo de calidad, elevados estándares de educación y salud, mecanismos de inversión y ahorro y, sobre todo, espacios de poder político.
De no lograrlo, esta misma oportunidad podría tornarse en seria amenaza, ya que las masas insatisfechas, las que no cubren siquiera sus necesidades mínimas, pueden transmutar sus demandas en luchas de reivindicación social, en luchas que generarían un discurso y una acción contra el establishment que tendría un alto costo político.
Esto es: si nuestros políticos siguen siendo prisioneros de sus pequeños intereses, si no posibilitan la creación de nuevos equilibrios de poder, si no logramos, en fin, dar un salto de calidad en nuestra cultura política, perderemos un tiempo que quizá nunca se vuelva a repetir.
Sin embargo, esperemos que exista la grandeza necesaria en los candidatos y sus partidos para entender la importancia de este bono demográfico que vendría a sumarse a un Quintana Roo privilegiado, a un Estado que se ubica en una zona de gran valor geoestratégico: a sólo cinco kilómetros de una de las rutas marítimas y comerciales más importantes del mundo y con  fronteras con Belice, Guatemala y el Mar Caribe.
Ante esto, no es aventurado imaginar que nuestro Estado está llamado a ser uno de los mas poderosos del país, y la punta de lanza de la expansión de la federación mexicana hacia Centroamérica, un estadio que podemos lograr en las décadas siguientes si hacemos bien las cosas y sobre todo, si somos capaces de realizar los cambios de segundo orden que requiere nuestro modelo de gobierno.
Por ello, quienes aspiren a gobernarnos deberán explicar cómo pretenden hacer realidad la gobernabilidad democrática, cómo piensan administrar este bono demográfico, cómo llevar a cabo el camino que nos conduzca la equidad de género y cómo lograr un desarrollo sustentable.
Los candidatos deben entender que ante estos retos están obligados a presentar un discurso claro, ágil, que dé respuesta cabal a las expectativas de los diferentes segmentos y grupos sociales. Dicho de otra manera: ojalá asimilen que una voluntad política no sustentada en un proyecto sólido es, por definición, una voluntad débil, una voluntad que no expresa vocación de poder, sino sentimiento de no poder.
Debe quedar claro que proyecto que no se sustenta en un programa político inteligente, sólo es palabrería vana y que la acción política que no se sustenta en una voluntad fuerte y en un proyecto claro y definido, sólo se reduce a mero montón de ocurrencias…. Y de los ocurrentes e ignorantes, sálvese el que pueda.

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