A fines de mayo, el ex presidente Lula da Silva publicó en el diario francés Le Monde “Por qué quiero volver a ser presidente de Brasil”, carta con la que inicia su campaña por el gobierno de su país. El ex presidente fue condenado “por corrupción” a doce años de cárcel en un juicio protestado por diversos organismos internacionales defensores de los derechos humanos.
Soy candidato a presidente de Brasil en las elecciones de octubre porque no he cometido ningún crimen y porque sé que puedo hacer que el país reanude el camino de la democracia y del desarrollo en beneficio del pueblo. Luego de lo que hice como presidente de la república, estoy seguro de que puedo rescatar la credibilidad del gobierno, sin la que no hay crecimiento económico ni defensa de los intereses nacionales; soy candidato para devolver a los pobres y excluidos su dignidad, la garantía de sus derechos y la esperanza de una vida mejor.
En mi vida nada fue fácil, pero aprendí a no renunciar. Cuando empecé a hacer política, más de cuarenta años atrás, no había elecciones en el país, ni derecho de organización sindical ni política. Enfrentamos la dictadura y creamos el Partido de los Trabajadores, creyendo en la profundización de la vía democrática. Perdí tres elecciones presidenciales antes de ser elegido en 2002 y probé, junto al pueblo, que alguien de origen popular podía ser buen presidente. Terminé mis mandatos con un 87 por ciento de aprobación, que es lo que el actual presidente de Brasil, que no ha sido elegido, tiene de rechazo.
En los ocho años que goberné, hasta 2010, tuvimos la mayor inclusión social de la historia, que tuvo continuidad en el gobierno de Dilma Rousseff. Sacamos a 36 millones de personas de la miseria y llevamos a más de 40 millones a la clase media. Fue el período de mayor prestigio internacional de nuestro país. En 2009, Le Monde me eligió “Hombre del año” y recibí el homenaje no como mérito personal, sino como reconocimiento a la sociedad brasileña.
Siete años después de dejar la presidencia y tras una campaña sistemática de difamación contra mí y mi partido, que reunió a la más poderosa prensa brasileña y sectores del poder judicial, el momento del país es otro: vivimos retrocesos democráticos, crisis económica y los más pobres sufren la reducción de los salarios y de oferta de empleos, el alza en el costo de vida y el desmontaje de programas sociales.
Cada día más brasileños rechazan la agenda contra los derechos sociales del golpe parlamentario que abrió el camino a un programa neoliberal que había perdido cuatro elecciones seguidas y que es incapaz de vencer en las urnas. Lidero, por amplio margen, las encuestas de intención de voto en Brasil, porque los brasileños saben que el país puede ser mejor.
Lidero las encuestas incluso tras haber sido arrestado como resultado de una persecución judicial que escudriñó mi casa y la de mis hijos, mis cuentas personales y el Instituto Lula, y no halló ninguna prueba o crimen contra mí. Un juez notoriamente parcial me condenó a doce años de prisión por “actos indeterminados”.
Pero mis problemas son menores comparados con los de la población brasileña. Para sacar al Partido del Trabajo del poder tras las elecciones de 2014, no dudaron en sabotear la economía con decisiones insensatos en el Congreso Nacional y una campaña de desmoralización del gobierno en la prensa. En diciembre de 2014, el desempleo en Brasil era el 4,7 por ciento. Hoy está en el 13,1 por ciento.
Tengo cuarenta años de vida pública. Fundé un partido político con compañeros de todo nuestro país y luchamos, junto con otras fuerzas políticas en la década de 1980, por una constitución democrática. Como candidato presidencial prometí, luché y cumplí la promesa de que todo brasileño tendría derecho a tres comidas al día para que no pasara hambre como pasé cuando era niño.
Después del gobierno volví al mismo departamento del que salí, cerca del Sindicato de los Metalúrgicos de São Bernardo do Campo, donde inicié mi vida política. Tengo honor y no voy a hacer concesiones en la lucha por mi inocencia y por el mantenimiento de mis derechos políticos. Como presidente promoví por todos los medios el combate a la corrupción y no acepto que me imputen ese tipo de crimen por medio de una farsa judicial.
En las elecciones de octubre, elegirán a un nuevo presidente, un nuevo Congreso Nacional y gobernadores de estado y son la oportunidad de que Brasil pueda debatir sus problemas y defina su futuro con el voto como nación civilizada, pero sólo serán democráticas si todas las fuerzas políticas pueden participar de forma libre y justa.
Yo ya fui presidente y no estaba en mis planes volver a presentarme, pero, ante el desastre que se abate sobre el pueblo brasileño, mi candidatura es una propuesta de reencuentro de Brasil con el camino de inclusión social, diálogo democrático, soberanía nacional y crecimiento económico para la construcción de un país más justo y solidario, que vuelva a ser una referencia en el diálogo mundial en favor de la paz y la cooperación entre los pueblos.
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