-ALICIA EN EL MUNDO PERDIDO DE LOS MAYAS-
> NORMA QUINTANA PADRÓN
El mundo de las niñas se vuelve, en algunas ocasiones, complicado y extraño. Esto sucede porque, a veces, son curiosas y empecinadas. La mente de una niña puede ser un espacio inexplicable donde se puede ir tras un conejo y en un descuido caer al vacío por el tronco hueco de un árbol. El lugar en donde se aterrice dependerá, desde luego, de cada niña en particular. Hubo una vez una que fue a caer en el país de una reina acomplejada cuya única sentencia consistía en cortar la mayor cantidad de cabezas posible, pero ese país específico no era, con mucho, el peor de los mundos posibles. Puede haber sitios aterradores en los que no sólo te corten la cabeza, sino que, además, se la cosan a un perro muerto para elaborar con ello una mercancía macabra. Podría pensarse que un lugar así debería vivir en el laberinto mental de un asesino perverso, pero en realidad no es así. El delirio del cual brota esa pesadilla se eleva como una sutil niebla verdosa entre la humedad y el humus de un lugar en donde lo real y lo irreal se traslapan y confunden: la tierra caliente mexicana, tierra de promisión donde el universo complejo y demandante de la escritura literaria suele mostrar el camino a ciertas mentes inquietas entre singulares miradas al entorno físico y humano de la en otros tiempos llamada “Región de los Confines”, el sureste de México.
El maquech púrpura, de Daniela Armijo, es una colección de relatos escrita con el apoyo del Programa de Estímulos a la Creación y el Desarrollo Artístico de Quintana Roo, es una unidad cerrada donde cada elemento se articula y empalma con el otro en una comunión casi perfecta. Los siete cuentos que lo integran comparten el concepto y la intención que atraviesan el volumen, el lenguaje, los recursos narrativos, los rasgos estilísticos, y una atmósfera donde quedan atrapados para ofrecer al lector un mundo narrado coherente y cohesivo —en términos de configuración y de sentido— en el que los personajes se incrustan en el espacio ficcional o pasan por él sin poder sustraerse a su poder magnético. Esta es una colección tejida laboriosamente en torno al mito de la selva, paisaje lleno de abisales contrastes, la naturaleza a la vez pródiga y mezquina, muchas veces encubridora de peligros y asechanzas, hechicera y amable a ratos, encierra un potencial de significados que están a la espera de ser convertidos en materia literaria, y a cada tanto surge un duende atento, un ingenio agudo dispuesto a entrarle, como diría mi madre, con la manga al codo y refrescar el aire con una mirada fluctuante entre la comprensión y el extrañamiento. El maquech púrpura es el resultado de ese brote insertado legítimamente en la modesta tradición literaria quintanarroense, fresco y auténtico, para contarnos a través de sus historias la experiencia de vivir en los dominios del calor sofocante, los bichos de toda clase, el irracional acontecer en el sitio donde las razones salen sobrando ante el fluir de la existencia en medio de fuerzas primigenias y ancestrales. ¿Dónde nace la frescura de estos cuentos? Nace en el hecho de que su autora es y no es parte de este mundo, como la niña narradora en el cuento “Veneno de serpiente”, que abre la colección. Su especial posición frente a la realidad le permite elegir narradores con la cercanía necesaria como para entrar con pie seguro en el mundo que quiere mostrar, mirar sin sobresaltos los acontecimientos y, hasta cierto punto, empáticamente los rincones más cuestionables para luego salir airosos de la inmersión. No obstante, esto mismo le otorga la ventaja de poder distanciarse de manera saludable para domar el relato y meterlo en control.
Este control se observa ante todo en el lenguaje. La autora no se permite un desliz, una sola tentación. Aquí no falta nada que fuera necesario, y felizmente no sobra nada. Nada de excesos, nada del lirismo ocioso, artificial, que suele atacar a algunos, como si hablar de la naturaleza y las costumbres implicara la orden de desbordarse en palabrería vana. Lo primero que salta a los ojos es la crudeza de las palabras, lo directo y natural del discurso, la crueldad abrumadora de lo que se dice sin tratar de forzar los dichos. En particular, “Veneno de serpiente” es un ejemplo de ello. Pienso que no es gratuito el que haya elegido precisamente ese cuento para el arranque, pues si se lee entre líneas todo el libro y se analiza el inventario semántico de las palabras, se descubre que la focalización de la mayoría de los textos, al margen del punto de vista del narrador en turno, va detrás de una mirada tendida con todo el asombro de la extrema juventud, la mirada de alguien aterrizado en el espacio hiperbólico, desbordado, del trópico caribeño, que necesitó adaptarse y procesar para luego comprender lo que fue encontrando a lo largo del resto de su vida.
Entre los aciertos del libro hay que citar, además del lenguaje, el poder de sugerencia que permite adivinar detrás de los sucesos mucho más de lo que se dice. La participación del lector asume un papel relevante en tanto las palabras ofrecen siempre una puerta hacia lo misterioso, oculto, no dicho, con lo cual las condiciones sine cua non de la brevedad y la concentración necesarias para el éxito de la narración vienen a cumplirse. Lo obvio se suprime por innecesario, y lo inconfesable o innombrable se deja latente para ser rescatado por la imaginación. Para finalizar, es preciso decir que la sorpresa y el agrado de la lectura provienen del mundo descrito, que se acopla de tal modo con la materia narrativa para desgranar, con extrema habilidad, los elementos que definen la cultura de este lugar incomparable. El lenguaje, gran protagonista, capta y reproduce los decires y comportamientos más arraigados a lo telúrico con una asombrosa fidelidad y capacidad para aprehender la belleza de un acontecer, donde no se sabe dónde empieza la magia y termina la gris existencia cotidiana.