> ISELA SERRANO
El 16 de noviembre de 2022, se celebrará el centenario del nacimiento de José Saramago, el novelista, poeta, dramaturgo y periodista portugués que en 1998 ganara el Premio Nobel de Literatura. Autor de libros de crónicas y obras teatrales con prosa poética, nos dejó también una huella filosófica de gran altura. “El ser humano —consideraba— dejó de respetarse a sí mismo cuando perdió el respeto que debía a sus semejantes.” El escritor luso fue reconocido por su inconfundible voz crítica, su humor fino y su capacidad para emplear parábolas sostenidas por la imaginación, la compasión y la ironía. “¿Qué clase de mundo es este que puede mandar máquinas a Marte, pero queda impasible ante la masacre de seres humanos? Podemos huir de todo, pero no de nosotros mismos”, sostenía.
“nuestra única defensa contra la muerte es el amor” José Saramago Las intermitencias de la muerte
Saramago nació en 1922 en Azinhaga, Portugal, en el seno de una familia de pastores analfabetos. Era un niño melancólico que paseaba por los olivares que coloreaban su pueblo, pero solo, siempre solo. Con el overol puesto, pasó su adolescencia montando y desmontando motores. No tuvo recursos para asistir a la universidad y no compró ningún libro hasta los 19 años, y eso, según recordara alguna vez, con dinero prestado. Había nacido un lector voraz. (Cabe anotarse que “Saramago” fue resultado de un error del encargado del registro civil, quien cambió el apellido original de la familia que era el De Sousa.) De adulto, ya como oficinista, José se encargaba de pensiones de jubilación y de subsidios por enfermedad laboral, aunque de manera paralela colaboraba como periodista en el Diario de noticias, en la revista Seara Nova y en una editorial como traductor de diversos autores clásicos. Cierto día, fue despedido del primero de sus empleos. “Fue lo mejor que pudo haberme ocurrido, pues me hizo detenerme a reflexionar. Ese fue mi nacimiento como escritor”, confesaría en una entrevista
Acérrimo opositor de lo “políticamente correcto”, el autor, con doctorados honoris causa por diversas universidades, generó pasiones en los ámbitos político y religioso. Desde su ateísmo, fue un severo crítico de los credos, de los atropellos y, sobre todo, de las guerras y atrocidades cometidas en el nombre de Dios. Tras la edición de El Evangelio según Jesucristo, fue llamado “ateo”, “hereje” y “blasfemo”, y su apellido quedó asociado con el de un provocador que, por sus posturas y publicaciones, encolerizó al Vaticano. Sin embargo, Saramago insistió en su postura: “No, no creo en la existencia ni en la necesidad de Dios. La religión no ha servido para acercar a los seres humanos entre sí, por el contrario. A lo largo de la historia, ha significado exclusión, intolerancia y destrucción, tortura y guerra.” En 1993, las críticas fueron tan fuertes contra Saramago que incluso el gobierno portugués se opuso a que esta obra fuera presentada a concurso para el Premio Europeo de Literatura por considerar que “atentaba contra la moral cristiana”.
En su discurso ante los integrantes de la Academia Sueca, el exiliado Saramago reconoció que el hombre más sabio que había conocido no sabía leer ni escribir, refiriéndose a su abuelo materno, Jerónimo Melrinho, un pastor analfabeto, criador de cerdos y contador de historias, con quien viviera en su adolescencia. En la solemne ceremonia, narró anécdotas de campesinos rudos obligados a alquilar la fuerza de sus brazos a cambio de un salario y de unas condiciones de trabajo que sólo merecerían el nombre de infames. Se trataba de Saramago…

A LAS CUATRO DE LA TARDE
José Saramago vivió exiliado por años en la localidad de Tías, en la isla de Lanzarote; vivió rodeado de verdes y de agua, de letras y de mar en una casa, hoy museo, de mil metros cuadrados, donde durante décadas todos los relojes marcaron las cuatro de la tarde, la hora en la que el escritor conoció a Pilar del Río, una periodista española 28 años menor que él, a quien dedicó todos sus libros y un filme autobiográfico: José y Pilar. “No significa que el tiempo se haya quedado ahí, es como si el reloj marcara la hora en la que el mundo comenzó para mí”, decía. Pilar, periodista de radio y de televisión de España, fue la compañera y traductora de Saramago. Lo conoció en Sevilla, por una de sus novelas; se encontraron sin buscarse gracias a las páginas de Memorial del convento. Todos los lunes se reunía con sus amigas para almorzar y, de vez en cuando, terminaban en la librería buscando el ejemplar que iban a leer esa semana. Vio la novela, leyó la primera página, y compró un ejemplar para cada una de ellas. “El libro me fascinó y creí que tenía que darle las gracias al autor. Llamé por teléfono, algo normal para una periodista, y nos reunimos para tomar un café. Una semana más tarde recibí una carta de él diciendo que le gustaría venir a verme a Sevilla”, recién narró Pilar del Río, en una entrevista radiofónica en la que relató su vida tras la muerte del escritor. “Si yo no hubiera conocido nunca a Pilar, habría muerto mucho más viejo de lo que soy”, dijo el autor en la citada película. Desde que la conoció, explicó, no volvió a tener vacaciones. “El tiempo aprieta y cuando el tiempo aprieta, hay una necesidad de urgencia”, dijo al referirse a su deseo de compartir con su compañera de vida el mayor tiempo posible

EL DORADO EXILIO ESPAÑOL
Esta acción del Parlamento Portugués fue tomada por el autor como un acto de censura y lo llevó de inmediato a abandonar su natal Lisboa y enemistarse con sus autoridades. Así fue construyéndose el mito portugués de quien en vida unos llamaron “el ateo” y otros, por su luminosa referencia ética, “el maestro”. Era un hombre que, a pesar de su leucemia crónica, no llegaba tarde a ninguna firma de sus libros hasta dejar satisfecho al último lector que le pidiera una dedicatoria. Aborrecía las Navidades. “Me obliga a tener que sonreír para parecer inteligente”, llegó a quejarse. Huía de las fiestas y decía interesarse menos por lo que los libros dicen y más por lo que las personas son. A los cincuenta años comenzó a ser conocido por su obra y guardó silencio por casi 20 años “porque no tenía nada que decir”. A pesar de las duras críticas que recibiera por su llegada tardía a las letras, a los 76 años obtuvo el Premio Nobel de Literatura, pero en su inseparable diario personal, los Cuadernos de Lanzarote, no dedicó más que tres líneas al suceso que le diera fama mundial.
En junio de 2007, habían renovado sus votos matrimoniales en Granada; él de 84 años y ella de 57, aunque habían contraído nupcias en Portugal 20 años atrás. El 18 de junio de 2010, a los 87 años de edad, falleció el escritor en Lanzarote. Sus cenizas están en las raíces de un olivo centenario que llevaron a la isla desde su aldea natal y su epitafio es la última frase de Memorial del convento: “Y no subió al cielo porque a la tierra pertenecía.” En la casa de Pilar, los relojes siguen marcando las 4 de la tarde, como cuando vivía José Saramago.
AQUÍ YACE, INDIGNADO, JOSÉ SARAMAGO
Hace casi 20 años, en 2003, conocí a José Saramago. Él había ofrecido una magna conferencia en la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional Autónoma de México. Al término de esta, pude entrevistarlo. ¿Qué significa para usted la señora Pilar del Río? Desde que la conocí es el centro de mi vida. Dice su esposa que es feliz, ¿cuál es el secreto para un matrimonio de muchos años? Es como una plantita, hay que regarla todos los días. ¿Trabajo e inspiración? No creo que en las noches las ideas fluyan con más facilidad. Siempre me digo que almorcé porque escribí y ceno porque escribí. No creo en la inspiración, sino en el trabajo. La crítica lo ha recibido bien, pero hay quien dice que usted es un hombre triste, un hombre al que no le gusta el mundo… No es tristeza, es indignación. Si yo pudiera redactar mi propio epitafio, diría: “Aquí yace, indignado, fulanito de tal. La indignación es mi estado habitual.” ¿Cuál es su mérito como escritor? Soy un escritor que medianamente hace lo que puede y humanamente siente que tiene una responsabilidad por el mismo hecho de vivir. Una responsabilidad que asumo cada día y en cada circunstancia. Alguna vez dijo que el amor, la amistad y la literatura ayudan a soportar el mundo. Al mundo no hay que soportarlo, al mundo hay que cambiarlo. Hace falta tener ideales para cambiar al mundo, sin ellos no habrá la más mínima esperanza. Entonces, todo sería oscuridad, un callejón sin salida. * * * A un siglo de su natalicio, cien escuelas primarias portuguesas celebrarán el “Centenario de José Saramago” con sesiones de lectura del cuento “La flor más grande del mundo”, una idea a la que, anunciaron, se sumarán centros educativos de las Islas Canarias, en España, y, en Lanzarote, el 16 de noviembre, por un día entero todos los relojes públicos marcarán las cuatro de la tarde, la hora en la que se conocieron Pilar y José Saramago, una hora que continúa mostrando que, a pesar de la muerte, las ideas del escritor y el recuerdo de su amor por Pilar siguen vigentes.