ALEJANDRO FOLGAROLAS
Antes que pintor, músico o escritor, Alejandro Folgarolas es un artista que se vale de tales caminos para mostrar la fertilidad de su mundo íntimo, de su mente. El docto Carlos Torres, nuestro extinto articulista, no hace mucho lo calificó de renacentista, es decir, de cultivador de logos y del espíritu que sustentan nuestra cultura; añadiría que es, además, un diletante de la misma.
La selección presentada en estas páginas es de este autor que, en esta disciplina, estudió en la Academia de San Carlos, con el maestro Héctor Cruz, pintura; con Adolfo Mexiac, grabado, y, con Manuel Silva, escultura.
Larga es la lista de foros en los que, en lo individual, se ha presentado, entre ellos las galerías Aleph, de la Zona Rosa, y Ágora, en el Centro José Martí, en el Centro Histórico, así como en el Conservatorio Nacional de Música de la Ciudad de México. En el ámbito local, su obra ha sido expuesta en las galerías Costa Blanca y El Pabilo, en el teatro “8 de octubre”, en la Casa de la Cultura de Cancún y en el planetario Ka’Yok’, de Cancún; así como en el Museo de la Cultura Maya de Chetumal y en el Museo Subacuático de Puerto Morelos.
Presente en las muestras de pintura y gráfica del estado, en los últimos años, participó en 2015 y 2016 en las bienales de Cancún y, en el 2019, obtuvo el tercer sitio del Certamen de Artes Visuales Elio Carmichael.
Cuatro de sus pinturas fueron incluidas en la serie Huella del hombre en el paisaje, en la Bienal de Biodiversidad 2019, en el Museo de la Cultura Maya de Cancún. Folgarolas es también escritor y, en uno de sus textos, nos habla de la pintura, de lo que para él es la pintura. Sirvan sus palabras, pues, como el marco para redondear la presentación de sus propias obras: “El arte obliga a ejercer la libertad y tal obligación permite abrir los caminos hacia el reino de la invención; es entonces que de la contemplación viene un inflamado amor por la vida: pulsión íntima, emotiva, gloriosa, augusta. Toda pasión (sana e insana), todos los sentimientos, las reflexiones posibles y probables, todo deseo puede darse y se da en los terrenos del arte.
“La disciplina, es decir, la sintaxis de materiales modelados por las manos como vehículo de las entrañas, es crear destruyendo, eso lo hemos sabido, pero lo que ignorábamos es que, para crear tal sintaxis, el discurso –inteligible o no, pero discurso al fin– que destruimos también está vivo y es parte de nuestra propia existencia. Lo hermoso es que eso que llamamos destruir es, en realidad, la transfiguración de nuestro ser en “otro” ser creado, en el caso de la pintura, con el color, la línea, el movimiento, la composición, así como con el ojo, la mano, los músculos; un organismo contra otro, uno a favor de otro, fundido en ese otro, transfigurado.
“Un historiador, creo que Peter Gay, dijo que toda la pintura es y ha sido siempre abstracta. Tiene razón, en realidad nunca ha sido importante el motivo, sino lo que el motivo puede decir con el lenguaje de la pintura. Y volvemos a la esencia, al punto, la línea, el plano, el espacio, la yuxtaposición de los colores, la armonía de volúmenes, el claroscuro… Y vuelven las pasiones, los deseos y también los refinados sentimientos, la dulzura, la furia, la potencia y la impotencia: la pintura abstracta.”