(Ilustraciones del autor, en la edición de 1794)

Son muchos los estudiosos y escritores que han sido seducidos por el misterioso mensaje del poema “El Tigre”, del William Blake. Chesterton escribió un ensayo biográfico memorable sobre el mismo y Luis Cernuda hizo lo propio en el prólogo de la traducción de la obra de este poeta inglés del siglo XVII, pero, sin duda, uno de los más osados fue Jorge Luis Borges, quien, en su cuento “Tigres azules”, rinde un homenaje al poema y a su autor, lanzando un afilado guiño lúdico a nuestro siempre necio afán de definir el sentido del mundo y de la realidad.

Al igual que muchos otros analistas, Borges fue seducido por el hechizo de los versos de Blake y en su texto nos guía hacia el umbral de esa zona limítrofe entre el símbolo y lo que representa: esa zona indefinible donde la palabra parece diluir su sentido literal y, a un tiempo, deslumbrarnos con múltiples significados, como lo hace la poesía. Sin pretender descifrar lo que eruditos analizan y discuten respecto de la intención y significado de “El Tigre”, me atrevo a llamar la atención respecto de lo que podría denominarse como un símbolo recurrente en la historia humana que halla en fieras y bestias la mejor forma de representar lo que parece evadir cualquier intento por explicar o entender los enigmas que lo han acompañado desde que tuvo consciencia de sí mismo y quiso explicarse el origen y fin de su existencia y la de cuanto le rodea. Blake, para mí, representa la perplejidad del que se descubre incapaz de entender lo insondable de la existencia y la cuestiona, percatándose de las limitaciones del lenguaje y la razón para enjaular o vislumbrar siquiera la magnitud de las fuerzas cósmicas y naturales de las cuales proviene, y a las que trata de nombrar o definir, en un ingenuo afán de “conocerlas” y “entenderlas” para hacerlas menos aterradoras para su conciencia. “El Tigre”, de Blake, parecería ser una mezcla entre el reclamo, la jaculatoria y el hechizo que lanza un ser desamparado ante el silencio y el abismo de un universo ante el cual sólo queda la posibilidad de un profundo desconcierto y un fervoroso asombro. Dejo pues a los lectores una traducción del poema (escrito originalmente en inglés), con la certeza de que cada lector tendrá sus propias revelaciones:

EL TIGRE

¡Tigre! ¡Tigre!, fuego que ardes en los bosques de la noche, ¿qué mano inmortal, qué ojo pudo idear tu terrible simetría?

¿En qué distantes abismos, en qué cielos ardió el fuego de tus ojos? ¿Con qué alas osó elevarse? ¿Y qué mano osó tomar ese fuego?

¿Y qué hombro y qué arte podrían retorcer la nervadura de tu corazón, y cuando tu corazón comenzó a latir, ¿qué formidable mano, qué formidables pies?

¿Qué martillo, qué cadena? ¿En qué horno se forjó tu cerebro? ¿En qué yunque? ¿Qué osadas garras ciñeron su terror mortal?

Cuando las estrellas arrojaron sus lanzas, y bañaron los cielos con sus lágrimas, ¿sonrió al contemplar su obra? Quien hizo al cordero ¿fue quien te hizo?

¡Tigre! ¡Tigre!, luz llameante en los bosques de la noche. ¿Qué ojo o mano inmortal osó idear tu terrible simetría?

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