Juan José Morales

Hace algún tiempo, se dio por llamar cerebros electrónicos a las computadoras. El término pronto cayó en desuso, pero quizá pronto resurja. En Suiza, un grupo de investigadores encabezado por un brillante experto en computación, Henry Markram, director del Centro de Neurociencia y Tecnología y del Instituto de la Mente y el Cerebro, viene trabajando desde hace ocho años —y ha logrado avances sustanciales— en la construcción de un dispositivo electrónico que no simplemente almacene y procese información y realice operaciones a gran velocidad como una computadora, sino que tenga conciencia de sí mismo, sea capaz de razonar, aprender y tomar decisiones concientes, que desarrolle pensamientos, deseos y sentimientos propios —quizá incluso amor, odio, ira, tristeza, angustia o temor— y, en fin, posea los rasgos característicos de una mente humana. Al decir de Markram, deberá estar listo, en su primera versión, dentro de diez años como máximo.
Sobre la naturaleza y características del cerebro humano, hay dos puntos de vista contrapuestos. El primero, de índole religiosa, considera que sus capacidades se deben a que el hombre posee un alma o “algo” inmaterial que conforma la mente y le imprime al cerebro la posibilidad de tener conciencia y no simplemente reaccionar sino también razonar, reflexionar, manejar conceptos abstractos y desarrollar sentimientos humanos. El segundo punto de vista, de tipo científico, sostiene que no existe tal dualidad, que mente y materia no son entidades separadas, sino una y la misma cosa, y que los sentimientos humanos y todas las cualidades inherentes a la mente humana, son simplemente resultado de la actividad cerebral misma, del intercambio de señales eléctricas y nerviosas entre los miles de millones de células que conforman el cerebro.
Markram, desde luego, se guía por este último concepto. El objetivo de su Proyecto Blue Brain (Cerebro Azul) es reproducir los procesos que ocurren en el cerebro humano, para crear así lo que podríamos llamar una mente artificial, que tenga conciencia de su existencia y genere sus propios pensamientos y sentimientos.
La tarea, desde luego resulta ciclópea. El cerebro humano es el objeto más complejo que se conoce hasta ahora en el Universo. Esta formado por cien mil millones de células nerviosas, llamadas neuronas, cada una de las cuales tiene a su vez miles de enlaces con las células vecinas mediante conexiones llamadas axones y dendritas a través de las cuales circulan señales eléctricas. Esto conforma una red extraordinariamente intrincada, con un funcionamiento tan enmarañado, que muchos neurólogos consideran imposible copiarla y entender cómo funciona.
Pero los investigadores del proyecto no se amilanan ante las dificultades. No pretenden, ni copiar en detalle ni averiguar todo. La meta que se han trazado es más sencilla pero no por ello menos ambiciosa: construir un sistema electrónico, constituido por microcircuitos, que en líneas generales funcione como el cerebro humano, aunque no necesariamente se parezca a él y aunque no comprendamos todos sus procesos.
Por lo pronto, ya lograron mediante este enfoque, y con ayuda de una supercomputadora, simular el funcionamiento de medio cerebro de ratón. Esa mitad contiene ocho millones de neuronas, cada una con ocho mil conexiones. El cerebro simulado funcionó sólo diez segundos y muy lentamente. Pero durante la prueba se detectaron patrones de actividad cerebral similares a los que se registran mientras un ratón real “piensa”. Y como la potencia de las computadoras crece exponencialmente y con gran rapidez de año en año, pronto las habrá capaces de ejecutar simulaciones mucho más complejas y veloces. Basta recordar que la computadora escolar de escritorio con que trabaja un niño de nuestros días tiene una capacidad de procesamiento muy superior a las monstruosas máquinas, que ocupaban toda una habitación, de la época en que sus padres estaban en la infancia.
La posibilidad de que para 2020 haya en el planeta Tierra una nueva y muy peculiar forma de vida inteligente creada por el hombre, es, pues, algo muy real y concreto. Y ello tendrá una doble consecuencia: por un lado, abrir enormes e inimaginadas posibilidades científicas, médicas y tecnológicas. Por ejemplo, para desarrollar nuevos métodos de control de procesos industriales, o para estudiar trastornos nerviosos y siquiátricos. Por el otro, planteará dilemas éticos igualmente enormes.
Una mente artificial con características humanas, ¿tendrá los mismos derechos que un ser humano? ¿Desconectarla equivaldrá a un homicidio? ¿Será lícito utilizarla para realizar experimentos médicos? ¿Quién será responsable de ella? En otro orden de ideas, ¿tendrá por sí misma principios éticos y sentido de responsabilidad, o habrá que enseñárselos?
Por ahora, no es posible responder a esas preguntas, que -por lo demás- no deben ser pretexto para detener las investigaciones. Pero lo que sí puede afirmarse con toda certeza es que en el momento en que haya un objeto creado por el hombre, capaz de decir “pienso, luego existo”, estará comenzando el cambio más radical que haya habido jamás en la vida de la humanidad.

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