Con los criterios democráticos actuales, resultaría poco menos que impensable que alguien pretendiera gobernar un país por un lapso tan dilatado como lo hiciera Porfirio Díaz en México. Por poco más de tres décadas (1876-1911), el oaxaqueño nacido en 1830 ocupó la ‘Silla del Águila’, la presidencia mexicana, con el desgate físico que ello implica y también con las distorsiones propias del ejercicio del poder por tanto tiempo.
Manuel Aguilar Ortega
A cien años de su óbito en su auto exilio en París, Francia, estas mismas distorsiones, con sus visiones maniqueas de lo ocurrido en ese periodo, nos han impedido dar una dimensión histórica justa a este señero personaje. Abundan, desde luego, los actos reprobables cometidos durante su gobierno, y de ellos desde la ‘historia oficial’ hasta la cinematografía mexicana han hecho alarde. Son innegables los abusos de su dictadura.
Sin embargo, hubo muchos otros hechos que, de manera solapada, han sido cuando menos desdibujados por no decir omitidos, y que apuntalaron el desarrollo de nuestro país como son, por ejemplo, la fundación de la Secretaria de Instrucción Pública y Bellas Artes –en mayo de 1905, con Justo Sierra a la cabeza- y la creación ese mismo año del Instituto Bacteriológico Nacional, antecedente de la actual Secretaria de Salud.
Para nosotros los quintanarroenses, la figura de José de la Cruz Porfirio Díaz Mori tiene una significación especial, pues es de uno de sus decretos que inicia nuestra historia como entidad federativa. ”Yucatán -el Estado- no ha podido en más de medio siglo recuperar (de los mayas rebeldes), pacificar y conservar, y menos colonizar la comarca sur oriental (lo que hoy es el Estado de Quintana Roo) y creo con firmeza que sólo la Nación está en condiciones de obtener esos beneficios”, recomendó el general Francisco Cantón Rosado, el gobernador yucateco, al entonces presidente de la República.
Es así que 1901 Porfirio Díaz envía el proyecto de ley a la cámara de Diputados para la creación del Territorio Federal de Quintana Roo, lo que se formalizó el 24 de noviembre de 1902, aunque con la oposición de algunos sectores yucatecos.
Conviene reiterar: los quintanarroenses dejamos la tutela de Yucatán y nacimos como entidad federativa por decreto de Porfirio Díaz. Tan sólo por este hecho deberíamos rendirle homenaje público, como hacemos con otros personajes de la historia nacional que han contribuido para que Quintana Roo sea lo que hoy es, como al general Lázaro Cárdenas, cuyo nombre se le dio a uno de nuestros municipios, por no hablar de calles y avenidas en toda la geografía estatal.
En atención a voces ciudadanas y a organizaciones civiles respecto del deber de reconocer la importancia de Porfirio Díaz Mori en la fundación de Quintana Roo, en la XIII Legislatura se presentó la iniciativa de inscribir con letras doradas en el muro de honor del Poder Legislativo el nombre de Porfirio Díaz. Queda en esas voces y esos organismos que gestionaron la propuesta y en la voluntad política de la actual legislatura el brindar tal reconocimiento.
El innegable peso histórico de Porfirio Díaz, quien algunas veces aparece como autor de todos los males que llevaron a la Revolución Mexicana y otras tantas como el prohombre que modernizo, dio unidad y estabilizó a la Nación; esa ya muy larga discusión, nos haya impedido acaso el reconocer su importancia en la creación de Quintana Roo.
No olvidemos que toda la serie de mitos creados durante y después de la vida de Don Porfirio tuvieron un origen y un fin político para evitar un análisis imparcial de la vida de esta gran figura histórica. Es imprescindible entender que la imagen de Díaz Mori ha sido manipulada y que, para la gran mayoría del país, la ‘historia oficial’ es la única fuente de información, lo que por lo menos, es insuficiente.
De hecho, las diversas visiones que se tienen del régimen porfirista, pueden tomarse como claro ejemplo de los cambios que se han dado tanto en la moda historiográfica como en las tendencias de la política nacional a lo largo del siglo pasado, cambios que -apunta el filósofo francés Roland Barthes- hasta lo han despojado de su calidad histórica.
Según el historiador inglés Paul Garner en su libro Porfirio Díaz ¿Héroe o villano? La historiografía porfiriana puede ser divida en tres categorías, cada una con una cronología, un enfoque y, cabe decirse, una distorsión específica. El porfirismo, el retrato a su favor; el antiporfirismo y el neoporfirismo. La segunda de ellas domino la historiografía mexicana durante buena parte del siglo XX, con los ataques más virulentos en su primera mitad, donde se hablaba de que la “paz porfiriana” se había implantado en México con base en fusilamientos ilegales, con atentados a las libertades individuales y de prensa, a la desaparición de ciudadanos y a la corrupción generalizada.
(De seguro tal descripción puede hacer pensar al lector que se habla del México de hoy, con sus millares de desaparecidos, con la inseguridad, con una corrupción cuyas raíces parecen penetrar profundo en el ethos de la mexicanidad, con los casos de Ayotzinapa y Tlataya, pero no, se habla del siglo pasado, que la del XXI es historia que comienza a escribirse).
Estas visiones del porfirismo y del anti porfirismo tienden a equilibrarse un poco con los trabajos de historiadores como Enrique Krause, Héctor Aguilar Camín o el propio Garner, pero no se trata de un fenómeno nuevo, pues el tema ya fue bordado por biografías de Díaz como las de Francisco Bulnes en 1921; por Alfonso Taracena en 1960; Jorge Fernando Iturribaria en 1967 y más recientemente en las biografías revisionistas del citado Krause, de Fernando Orozco y de Pablo Serrano Álvarez.
En la década de 1990 se dieron los primeros indicadores de que la figura de Porfirio Díaz y la valoración de su régimen habían comenzado a mostrar una transformación en el discurso oficial. Incluso podría afirmarse que el neoporfirismo constituye ya, aunque de manera aún disimulada, la nueva ortodoxia historiográfica. En consecuencia, las nuevas tendencias de la historia social, política, económica y cultural se han reflejado en el rechazo cada vez mayor de la división tradicional de Porfiriato (voz infamante) y Revolución, para dar paso a una “revaloración de las tensiones y conflictos de la época que se dio entre una sociedad ‘tradicional’ y las fuerzas de la modernidad”.
Empero, como en el ir y venir del péndulo, el riesgo que se antoja propio del nuevo revisionismo histórico en la materia, es el crecimiento de un neoporfirismo iletrado que lleve la imagen de Díaz de dictador diabólico a la de un patriarca benévolo y patriota y buscarle, por moda, un lugar en el panteón de los Héroes Nacionales. Se precisa que antes se dé un necesario, amplio y profundo análisis, sin pasiones, de su obra y legado.
En contraparte, el hecho de que los restos de Porfirio Díaz sigan sepultados en Paris, simboliza que la reconciliación histórica de México con una de las figuras más importantes en su desarrollo como nación, aún está por darse.
En un texto reciente de Enrique Krause par Proceso, se reproducen las palabras de renuncia de Porfirio Díaz: “Espero (…) que calmadas las pasiones que acompañan a toda una revolución, un estudio más concienzudo y comprobado haga surgir en la conciencia nacional un juicio correcto que me permita morir llevando en el alma una justa correspondencia de la estimación que en toda mi vida he consagrado y consagraré a mis compatriotas” Y remata el destacado historiador: “Porfirio Díaz sigue esperando ese estudio ‘concienzudo y comprobado’. México también”.
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