Nicolás Durán de la Sierra

El recién iniciado combate del gobierno federal contra el “huachicoleo” o robo de gasolinas de Pemex, saqueo del que sabían los últimos expresidentes y del que de cierto eran socios; la apertura del nuevo e inaplazable frente para rescatar al más importante de nuestros recursos financieros, generó una ríspida andanada de protestas en varios estados del país que se vieron afectados por el transitorio desabasto de combustibles.

Sin considerar aquí a los vociferantes físicos y virtuales pagados por los partidos políticos barridos en el pasado proceso electoral ni las ofensivas y cínicas opiniones de Felipe Calderón, quien acaso esté poniendo su barba en remojo; a la vera de ellos, los más quejosos y plañideros mostraron su falta de solidaridad para con México, su apatía por la búsqueda del bien común, que es piedra angular de cualquier sociedad.

Aunque no lo reconozcan, el asalto a la mayor industria del país fue, para ellos, asunto menor frente al sacrificio de sus comodidades pues se previó que los servicios de urgencia tuvieran gasolina. La toma de Pemex conlleva problemas y desajustes, sí, pero acabar con la criminal sangría es prioritario. Antes que la molicie y la figura de pose debe estar la solidaridad ciudadana en la defensa del bien común, nuestro petróleo.

Por añadidura, el proceso de depuración de la petrolera apenas inicia y el horizonte avisa tormentas mayores, ya que están por revisarse los contratos otorgados por el pasado gobierno federal a sus favoritos dentro y fuera del país, con el aval activo o de facto de Pedro Joaquín Coldwell, extitular de Energía y, por ende, responsable directo junto con Enrique Peña Nieto de la operación de la petrolera estatal. La tormenta comienza apenas.

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