El pasado noviembre, ante el Consejo de Seguridad de la ONU, el presidente Andrés Manuel López Obrador presentó una opción filantrópica para para dignificar la vida de los más de 750 millones de pobres del mundo. Esta es una versión editada de sus palabras.

No vengo a hablar de seguridad como sinónimo de poderío militar, ni como argumento para el empleo de la fuerza contra nadie; en cambio, mi planteamiento se basa en lo que postuló ese titán de las libertades, según Pablo Neruda, que fue el presidente Franklin Delano Roosevelt, cuando se creó la Organización de las Naciones Unidas (ONU): el derecho a una vida libre de temores y miserias, que sigue siendo el más sólido fundamento de la seguridad para todas las sociedades y los Estados. El principal obstáculo para el ejercicio de ese derecho es la corrupción en todas sus expresiones: los poderes transnacionales, la opulencia y la frivolidad como formas de vida de las élites; el modelo neoliberal que socializa pérdidas, privatiza ganancias y alienta el saqueo de los recursos naturales y los bienes de pueblos y naciones.

Estamos en decadencia, porque nunca antes en la historia del mundo se había acumulado tanta riqueza en tan pocas manos mediante el “influyentismo” y a costa del dolor de otras personas, privatizando lo que es de todos o lo que no debiera tener dueño; adulterando las leyes para legalizar lo inmoral, desvirtuando valores sociales para hacer que lo abominable parezca negocio aceptable.

Por ejemplo, lo sucedido con la distribución de la vacuna contra la covid-19. Mientras las farmacéuticas privadas han vendido el 94 por ciento de las vacunas, el mecanismo COVAX, creado por la propia ONU para países pobres, apenas ha distribuido el seis por ciento: un doloroso y rotundo fracaso.

Este dato debiera llevarnos a admitir lo evidente: en el mundo actual la generosidad y el sentido común están siendo desplazados por el egoísmo y la ambición; el espíritu de cooperación pierde terreno ante el lucro y con ello nos deslizamos de la civilización a la barbarie y caminamos, como enajenados, olvidando principios y dando la espalda a los dolores de la humanidad.

POR EL BIEN DE TODOS, PRIMERO LOS POBRES

Optar por los pobres implica asumir que la paz es fruto de la justicia y que ningún país es viable si persisten y crecen la marginación y la miseria. Por ello, sostenemos que la solución de fondo para vivir libres de temores, riesgos y violencia, es acabar con el desempleo, favorecer la integración de los jóvenes al trabajo y al estudio, y evitar la desintegración familiar, la descomposición social y la pérdida de valores culturales, morales, espirituales.

Creo que tales propuestas deben ser aplicadas por la ONU para ir al fondo de los problemas en los países pobres. Se necesita que el más relevante organismo de la comunidad internacional despierte de su letargo y salga de la rutina, del formalismo; que se reforme y denuncie y combata la corrupción en el mundo; que luche contra la desigualdad y el malestar social que cunden en el planeta. Con más decisión, profundidad, con más protagonismo, con más liderazgo.

Nunca en la historia de esta organización se ha hecho algo realmente sustancial en beneficio de los pobres, pero nunca es tarde para hacer justicia. Hoy es tiempo de actuar contra la marginación atendiendo las causas y no sólo las consecuencias. Por esto, en los días que vendrán, México propondrá a la Asamblea General de la ONU un Plan Mundial de Fraternidad y Bienestar. Se busca garantizar el derecho a una vida digna a 750 millones de personas que sobreviven con menos de dos dólares diarios. Por el bien de todos: primero los pobres.

LA PROPUESTA DE MÉXICO

Proponemos crear el Estado Mundial de Fraternidad y Bienestar y financiarlo con un fondo de al menos tres fuentes: el cobro de una contribución voluntaria anual del cuatro por ciento de sus fortunas a las mil personas más ricas del planeta. Una aportación similar de las mil corporaciones privadas más importantes por su valor en el mercado mundial y una cooperación del 0.2 por ciento del Producto Interno Bruto de los países integrantes del Grupo de los 20. De lograrse cumplirse estos ingresos, el fondo podría disponer al año de alrededor de un billón de dólares.

Los recursos del fondo deben ir a los beneficiarios directamente, sin intermediación alguna, pues cuando se entregan fondos de ayuda a los pobres a organismos no gubernamentales de la sociedad civil o a otro tipo de instancias, sin generalizar, pero en muchos casos, ese dinero queda en aparatos burocráticos, en oficinas de lujo, en pagar asesores y termina por no llegar a los beneficiarios. Por eso, repito, los recursos deben llegar de manera directa, sin intermediación, mediante una tarjeta o un monedero electrónico personalizado.

No creo, lo digo con sinceridad, que alguno de los miembros permanentes de este consejo se oponga a la propuesta, pues ésta no se refiere a armas nucleares o invasiones militares, ni pone en riesgo la seguridad de ningún Estado; al contrario, busca la estabilidad y la paz por medio de la solidaridad con quienes más nos necesitan; creo que todos, ricos y pobres, donantes y beneficiarios, estaremos más tranquilos con nuestras conciencias y viviremos con mayor fortaleza moral.

No olvidemos que el deber colectivo de las naciones es ofrecer a cada una de sus hijas e hijos el derecho a la comida, la salud, la educación, el trabajo, la seguridad social, el deporte y la recreación.

Cierro evocando a dos patriotas y libertadores de nuestra América: José María Morelos y Pavón, siervo de la nación mexicana, que hace más de dos siglos demandaba: “que se modere la indigencia y la opulencia”; y, casi al mismo tiempo, Simón Bolívar aseguraba que “el sistema de gobierno más perfecto es aquel que produce mayor suma de felicidad posible, mayor suma de seguridad social y mayor suma de estabilidad política”

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