Fundado en 1993 en Madrid, España, el Proyecto Gran Simio formado por primatólogos, psicólogos, filósofos y otros expertos, lucha por una protección especial para simios mayores como chimpancés, bonobos, orangutanes y gorilas, partiendo de la base de la gran similitud de estos homínidos con el ser humano, no sólo desde el punto de vista genético, si no también en comportamiento y capacidad.

Sobre este punto, se han tenido hallazgos asombrosos, como demostrar que tienen su propia cultura, que son capaces de trasmitírsela a sus hijos, que conversan entre ellos y tienen pensamientos privados, imaginación, recuerdos temporales, empatía, capacidad de engañar, curiosidad, sentido del humor y del tiempo, consciencia de la muerte y son capaces de mantener una amistad de por vida.

El parentesco que tienen estos animales con el hombre es enorme, ya que compartimos el 96.4% de genes con los orangutanes, el 99.4 % con los chimpancés y el 97.7 % con los gorilas, según estudios genéticos. El objetivo primario del   proyecto presidido por Joaquín Araujo, es lograr leyes que eviten que éstos sean torturados física o psicológicamente y que se garantice que los que estén cautivos, sean tratados de manera digna.

Entre los diversos científicos de renombre que avalan el proyecto destacan Eduardo Punset Casals, Roger y Deborah Fouts, Toshisada Nishida, Jane Goodall, Lyn White y Carl Sagan. Sus tesis están recogidas en el libro El Proyecto Gran Simio, la igualdad más allá de la humanidad. El presente es uno de los varios testimonios que se presenta en el volumen.

La chimpancé había nacido en África alrededor de 1965 y, según sus cuidadores, conocía 250 palabras del lenguaje de signos americano

Cuando la Nasa acabó los trabajos con chimponautas, a principios de los 60s, cedió a la chimpancé Washoe a los Gardner, un matrimonio de psicólogos que quería realizar un experimento consistente en introducirla en un ambiente humano en el que sólo se hablara el lenguaje de sordomudos. La experiencia fue un éxito, ya que gracias a la posibilidad de hablar (conocía 250 palabras del lenguaje de signos, a su muerte en el 2007) con un chimpancé se pudieron averiguar cosas que no es momento de explicar en este texto. En ese trabajo colaboró un joven becario llamado Roger Fouts.

Cuando Washoe cumplió seis años, se empezó a hacer difícil de manejar en un hogar, así que los Gardner no tuvieron más remedio que entregarla a un centro de cría de chimpancés para suministrar a laboratorios. Roger no quiso dejarla sola y marchó con ella.

La vida que vivieron en aquél centro de Oklahoma, fue un infierno que terminó cuando Roger, aprovechando el embarazo de Washoe, consiguió trasladarla a la Universidad de Washington, donde quería demostrar que los chimpancés tienen cultura y como tal pueden pasarla de padres a hijos.

La idea era dejar a Washoe sola con su hijo, mientras vigilaba por un circuito cerrado de televisión, si ella le enseñaba lenguaje de signos a su pequeño y qué tipo de conversaciones tendrían sin presencia humana. Sin embargo, Washoe perdió a su cría. Ante esto, la universidad, interesada en el experimento, consiguió un joven chimpancé llamado Loulis y lo ofreció para que Washoe lo adoptara.

El experimento fue un éxito y del detalle se contará en otra ocasión. La cuestión es que Roger Fouts, hoy codirector del Instituto para la Comunicación entre Chimpancés y Humanos, en la Universidad de Washington, describe una interacción entre Washoe y una voluntaria que trabajaba con la chimpancé día con día.

Esta voluntaria era la favorita de Washoe, quizá porque  estaba embarazada como lo había estado ella. Cierto día, la voluntaria dejó de visitar a la chimpancé y cuando semanas después regresó, ésta mostró su enfado dándole la espalda y marchándose a la esquina opuesta de la habitación. La voluntaria la llamó varias veces sin conseguir que le hiciera caso. Al final, la voluntaria le dijo:

– Washoe ¿estás enfadada? No he podido venir antes… mi bebé murió.

Washoe se giró, la miró y le preguntó con el lenguaje de signos ¿Lloras?

La voluntaria, asintió con la cabeza y Washoe le dijo:

– Por favor, persona, abraza. Ella se acercó y se abrazaron.

Aunque de distinta especie, las dos se abrazaron y consolaron porque ambas habían pasado por lo mismo y cada una de ellas comprendía el dolor de la otra. Esto se llama empatía, y los chimpancés la tienen, como los humanos.

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