Gilles Lipovetsky
Cada generación gusta reconocerse y encontrar identidad en una gran figura mitológica o legendaria que reinterpreta en función de los problemas del momento. Edipo es el emblema universal, pero están también Prometeo, Fausto o Sísifo como espejos de la condición moderna. Hoy Narciso es, según un gran número de investigadores, en especial de los Estados Unidos, el símbolo de nuestro tiempo.
Más allá de la moda y su espuma y de las caricaturas que pueden hacerse aquí o allá del neonarcisismo, su aparición en la escena intelectual presenta el enorme reto de obligarnos a registrar en toda su radicalidad la mutación antropológica que se realiza ante nuestros ojos y que todos sentimos, de alguna manera, aunque sea confusamente.
Aparece un nuevo estadio del individualismo: el narcisismo designa el surgimiento de un perfil inédito del individuo en sus relaciones con él mismo y su cuerpo, con los demás, el mundo y el tiempo; en el instante en que el capitalismo autoritario da paso a un capitalismo hedonista y permisivo, termina la edad de oro del individualismo competitivo económico y sentimental, en el ámbito doméstico, y revolucionario en los estadios político y artístico.
Se extiende un individualismo puro, sin los últimos valores sociales y morales que coexistían aún en el reino glorioso del homo economicus, el que incluía a la familia, a la revolución y al arte. Ahora, emancipada de cualquier marco trascendental, la esfera privada cambia de sentido, expuesta como está sólo a los deseos inanes de los propios individuos.
Si la modernidad se identifica con el espíritu de empresa y la esperanza futurista, el neonarcisismo inaugura la posmodernidad, abre la última puerta del homo aequalis, o del hombre individualista.
EL VACÍO:
“¡Si al menos pudiera sentir algo!” es la fórmula que traduce la nueva desesperación que afecta a un número cada vez mayor de personas. En esto, el acuerdo de los sicólogos parece general: desde hace 25 o 30 años, los desórdenes de tipo narcisista constituyen la mayor parte de los trastornos síquicos tratados por terapeutas, en tanto que las neurosis llamadas clásicas del siglo XIX, como histerias, obsesiones, fobias y otras sobre las que el sicoanálisis tomó cuerpo, ya no son la forma predominante de los síntomas.
Los trastornos narcisistas aparecen no tanto en forma de trastornos con síntomas claros y bien de nidos, sino más bien como trastornos caracterizados por un malestar difuso que invade todo, por un sentimiento de vacío interior y de absurdidad de la vida, por una incapacidad de sentir cosas y seres. Los síntomas neuróticos, que incumbían al capitalismo autoritario y puritano, han dado paso al empuje de la sociedad permisiva, a desordenes narcisistas, imprecisos e intermitentes.
Los más de los pacientes no sufren hoy síntomas fijos, sino trastornos vagos y difusos; la patología mental obedece a la ley de una época que sufre la reducción de rigideces así como a la licuación de las relevancias estables. La crispación neurótica ha sido sustituida por la flotación narcisista, por la imposibilidad de sentir y por el vacío emotivo…
Más aún, el individuo aspira cada vez más al desapego emocional por los riesgos de inestabilidad que sufren hoy las relaciones personales. Relaciones sin compromiso profundo, no sentirse vulnerable, desarrollar la independencia afectiva y vivir solo darían el perfil de este nuevo Narciso. El miedo a la decepción y a las pasiones sin control se traducen, a nivel subjetivo, en lo que el sociólogo e historiador Christopher Lash llamó the ight from feeling –la huida frente al sentimiento–, un proceso que va de la protección íntima hasta la separación que todas las ideologías progresistas que quieren vincular el sexo y el sentimiento.
Con la glorificación del cool sex y de las relaciones libres, así como con la condena de los celos y de la posesividad, se busca en la práctica enfriar el sexo, quitarle cualquier tensión emocional para llevarlo a un estado de indiferencia y desapego, no sólo para protegerse de las posibles decepciones amorosas, sino también para “protegerse” de los propios impulsos que amenazan el equilibrio interior.
Liberación sexual, feminismo y pornografía van hacia un mismo n: alzar muros diques contra las emociones y dejar de lado la intensidad afectiva. Fin de la cultura sentimental, n del happy end y del melodrama y loor a la llegada de una cultura cool en la que cada cual vive en un bunker de indiferencia, a salvo de sus propias pasiones y de las ajenas. Lasch tiene razón cuando afirma que la moda sentimental fue abatida por el sexo, el placer, la autonomía y la violencia espectacular.
El sentimentalismo sufre el mismo sino que la muerte; resulta incómodo exhibir pasiones, declarar ardientemente el amor, llorar, dar énfasis a los impulsos emocionales. Como con la muerte, el sentimentalismo resulta incómodo; se trata de mostrarse “digno” en materia afectiva, es decir, discreto. Ello, lejos de buscar la deshumanización, es un proceso de narcisismo que apunta a la erradicación de los signos rituales y ostentosos del sentimiento.
El sentimiento debe llegar, para Narciso, a su estado personalizado, no colectivo, que elimina signos externos, la teatralidad melodramática, lo cursi convencional. El pudor sentimental regido por principios de economía y sobriedad. No es tanto la huida al sentimiento lo que caracteriza nuestra época, sino la huida ante los signos de sentimentalidad. (…) ¿Por qué no puedo yo amar y vibrar?
Desolación de Narciso, demasiado bien programado en absorción en sí mismo como para que pueda afectarle el otro, para salir de sí mismo…
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