Roberto López Moreno (Sobre un texto del maestro Hugo Rosales)
Incrustado en el tiempo inasible, como imponiendo permanencias, el irremplazable Raymundo Ramos, poeta de profundas y altas dimensiones, fallecido apenas el 31 de diciembre de 2017, había escrito –siempre luminoso él– en uno de sus libros cómo había muerto José Martí, nuestro inmortal Martí, contradicción vivísima en datos y hechos.
Según la prosa vital del poeta Ramos, José Martí al entrar en combate se hizo acompañar de un lugar- teniente llamado Arcángel. Cuando Martí recibió la descarga letal, cayó al suelo envuelto en sangre. El negro Arcángel, hombrón con dimensiones de gigante, bajó de su caballo para asistir al acribillado. Y, siguiendo con Raymundo Ramos: “el negro no pudo levantar aquel cuerpo, porque tal tenía ya el peso de una isla”.
Pero ese personaje, Martí, fue hombre de vastas rutas; su espíritu libertario lo llevó a recorrer los caminos de América, incluyendo los de Estados Unidos: “Viví en el monstruo –dijo– y conozco sus entrañas.” También estuvo en nuestro país y su presencia aquí fue igual de trascendente, pues hombres como él son antorcha en cualquier parte en la que se encuentren.
De ese Martí es del que habla el maestro Hugo Rosales Cruz en su en- sayo Martí en México, por el que ganó mención honorífica en el concurso 13 de marzo, otorgada en 1986 por la Universidad de La Habana, Cuba. En su pluma, Martí vuelve a enarbolar la tea, ésa que sigue viva en pleno año de 2018. Pero dejemos que el maestro Rosales nos lo presente:
El México que conoció y amó Martí es en lo básico el que encarnó para sí durante su estancia de juventud en este país, durante el período comprendido entre el ocho de febrero de 1875 y el dos de enero de 1877, aunque luego realizara dos rápidos viajes: uno, para casarse con la cubana Carmen Zayas Bazán en diciembre de 1887, y otro, de julio a agosto de 1894, para recaudar fondos para la resistencia en vísperas de la guerra independentista cubana, la “guerra necesaria.
Ya en renglones anteriores había asentado Rosales que, a través de México, el poeta se había fundido con la madre América elevando su con- ciencia a la ciudadanía universal. Y sí, en realidad, quien repase su historia confirmará que fue un hombre que con pasión se repartió entre todos. Para recrear su escenario, Hugo Ro- sales nos revive el contexto mundial que existía en la segunda mitad del siglo XIX, curso en el que México había recibido heridas que en muchos casos aún sangramos; hace también un repaso minucioso de la situación de América Latina durante ese tiempo.
Así, el autor de Martí en México se adentra en la entraña viva de esos momentos y nos entrega una minuciosa revisión de estados y hechos a lo largo y ancho de territorios lastimados y toca el crisol donde los seres fueron autores en su debido per l de brillos y sombras.
Nos da una lista de los cubanos que luchaban por la independencia de su país, entonces exiliados en el nuestro, y, a través del ensayista, vemos nuevamente a don Pedro Santacilia, secretario y yerno de Benito Juárez, poeta y hombre de sumos saberes; al líder independentista Nicolás Azcarate; al pianista Ignacio Cervantes, brillante compositor de danzas y contradanzas, uno de los que propiciaron el amanecer de la música cubana; al violinista José White, autor de la pieza inmortal “Linda cubana” (partitura sempiterna); a los poetas Alfredo Torroella, Luis Victoriano Betancourt y José María Heredia y Campuzano, quien vivió (este último) en Toluca y falleció en esa misma ciudad el siete de mayo de 1839. Cabe citar que Heredia y Campuzano es considerado el primer poeta romántico de América Latina e introductor del romanticismo en México. Uno vuelve a repasar ese registro de grandes nombres y retorna la idea de que todos ellos, como síntesis de luces, tuvieron en la vida de Martí el más cumplido monumento.
Este hombre fue el que movió la pluma del maestro Rosales para evocarnos momentos axiales como su llegada a México, pero después de la emotiva rememoración Rosales nos lleva a revisar la situación económica, política y social que había en ese entonces en nuestro país y, obvio, la situación cultural.
Al verlo como escritor, el reseñista nos lo presenta, en su quehacer literario, como el fruto natural de raí- ces bien fincadas en el Siglo de Oro es- pañol, raíces que se expanden hasta el principio de nuestra propia literatura, hasta la instauración del modernismo, corriente de la que se tiene a José Martí, junto con Rubén Darío, como el creador en América para el mundo.
Por cierto, de Rubén Darío nos plasma la siguiente idea: “Los versos no han de hacerse para decir que se está alegre o triste, sino para ser útil al mundo.” No hay cita más apropiada dentro del radio martiano, ya que hablamos de un hombre que, además de significativo poeta, estaba dispuesto por completo para la lucha por la independencia de Cuba, de su amada patria, la que minuto a minuto vivió hasta los huesos. Por ello expresa Ro- sales con justicia que su concepción acerca del papel de la poesía dentro de la sociedad trasciende los ámbitos estéticos para conferirle funciones políticas, sociales y educativas.
Rosales se vale de connotados investigadores históricos y literarios para abordar a su Martí al que con sus letras lo reafirma como nuestro Martí. Me refiero a investigadores tan prestigiados como el neorromántico José de Jesús Núñez y Domínguez y el cubano docto Juan Marinello, maestro de maestros, de escritura sabia e inteligente. Entonces, el trabajo de Rosales vuela con alas legítimas desde el profundo sentir americano. El suyo es de los trabajos que enriquecen nuestro entorno.
José Martí también era contertulio en la casa de Rosario de la Peña, aquella mujer anfitriona de poetas, quien estuvo enamorada fielmente del poblano José María Flores hasta que los separó la sífilis que mató al vate. También fue la mujer, casi leyenda, por quien se suicidó Manuel Acuña después de escribirle su poema “Nocturno”, conocido más como “Nocturno a Rosario”. Ahí estuvo Martí, conviviendo con Ignacio Manuel Altamirano, Juan de Dios Peza, José Peón Contreras y más y más distinguidos escritores e intelectuales.
Externa Rosales que de Manuel Acuña escribió Martí: “¡Lo hubiera querido tanto si él hubiera vivido! Yo le hubiera explicado que diferencia hay entre las miserias imbéciles y las tristezas grandiosas, entre el desafío y el acobardamiento, entre la energía celeste y la decrepitud juvenil. Alzar la frente es mucho más hermoso que bajarla, golpear la vida es más hermoso que abatirse y tenderse en tierra por sus golpes.”
Nos instruye Rosales Cruz acerca de José Martí como escritor, pero también nos devela su perfil como crítico cultural, de poesía, de teatro, de pintura, creador del premodernismo y del modernismo, donde destacaron plumas mexicanas tan importantes como Manuel José Othón, Manuel Gutiérrez Nájera, Luis G. Urbina, Salvador Díaz Mirón, y toda una pléyade de líricas de nitorias y de nitivas.
Como el maestro Rosales es compositor, a nosotros nos toca decir que en materia de música el amplio espectro de compositores nuestros en esos tiempos se abre de Melesio Morales y Ricardo Castro hasta José Rolón y Manuel M. Ponce, pasando por eminentes maestros como don Aquiles Elorduy. Una época fue ésa de grandes aventuras artísticas y literarias y a Martí le tocó el mérito de venir a enriquecer nuestros impulsos en aquella combustión de hogueras.
Cuando llega Martí a México, nos evoca Rosales Cruz, se halla con un clero prepotente que hace frontera hostil contra las ideas avanzadas y nos describe la situación: “durante el período de Lerdo de Tejada, la Iglesia, no conforme con su impotencia, se manifiesta en lo clandestino por medio de los periódicos conservadores con una continua campaña de calumnias en contra del gobierno liberal”.
Martí se identifica de inmediato con el laicismo radical de la Reforma, dice nuestro autor y enseguida nos ofrece al respecto el pensamiento del cubano: “Esta posición no ataca, roe. Finge que no existe; no tiene la inteligencia suficiente para examinar lo cierto, y crea actos imaginarios que censurar y herir. No sabe entender lo que ve, y se crea una administración qué combatir. El error de un hombre, el negocio de un periódico, los instrumentos de una pasión personal en el Congreso y las columnas reprobables abiertas sólo a la injuria y al error; esto es, en suma, la oposición acéfala, la oposición iracunda, y por lo que tiene de desairada, infructífera, que ve hoy al gobierno delante de sí.”
Pero toda la estructura cultural de Martí y su práctica política se definen esencialmente en su antiimperialismo absoluto, pasión en la que ardió José Vasconcelos y su visión filosófica por cuya raza hablaría el espíritu; la poesía de Carlos Pellicer; la teoría desde y para las artes plásticas de Joaquín Torres García; José Lezama Lima, autor de La expresión americana; Silvestre Revueltas, compositor estridentista; Mangoré, el mago de la guitarra americana a quien los enterados le llaman Agustín Barrios; nuestro César Vallejo; nuestro Vicente Huidobro; nuestro Ramón López Velar- de; nuestro Pablo Neruda…
Ése es el rico filón que también atiende el maestro Hugo Rosales y de su contemplación del hecho deduce que el antiimperialismo martiano es una consecuencia de su anticolonialismo y que su deseo es el de ver libres a los hombres y a los pueblos, libres el sojuzgamiento y el atropello de España y del “vecino prepotente” que, en aras de su libertad egoísta, funda un poder que socava la dignidad y la libertad de los pueblos.
Como final e insistiendo en este renglón que a mí me parece vértice unívoco en esa llama de pasiones y razonamientos que fue la vida de Martí, quiero citar, por última vez en este texto, las palabras de Hugo Rosales sin escribirlas en cursivas ni flanquearlas con justificantes comillas, porque la voz de Rosales quedará así convertida en nuestra voz propia. Cita él:
Desde el fondo de aquellos infantiles recuerdos, en que juró “lavar con su sangre el crimen” de la tiranía; desde las sombras mortecinas del calabozo político, que le arrojó a picar cantera en las entrañas de Cuba; des- de su exilio, estrella errante, antorcha de gloria que acaudaló la “guerra necesaria”; desde su muerte en la batalla de Dos Ríos, aun muerto es útil, su cruz de dos aguas desemboca inundando los mares de esperanza para el triunfo de la guerra de independencia cubana; desde ese eco, resurgieron las voces de Miranda, Hidalgo, Morelos, Bolívar, San Martín, O’Higgins, Sucre, Mendive y Juárez.
Contó el poeta Raymundo Ramos que cuando Arcángel, el asistente de Martí, quiso levantarlo del suelo, no pudo, pues el cuerpo de Martí te- nía ya el peso de una isla…
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