Mario Ramírez Canul

Los tiempos políticos de nuestro país no están alejados de las manifestaciones sociales que se viven en el resto del mundo, sobre todo en América Latina, sub continente donde en cierto modo se refleja nuestra sociedad, y ello provoca cierto temor a que en el futuro inmediato nos alcance la inestabilidad.
Con base en lo que vemos, en la desarmonía política que prevalece, encontramos expresiones que resultan peligrosas tanto para las generaciones de hoy como para las de mañana , y no digamos para las futuras, que también se antojan en riesgo.
No es para menos, pues vemos como los partidos políticos  promueven fusiones de principios ideológicos antagónicos, que plantean objetivos sociales y económicos sólo para conseguir un voto que los lleve, al precio que sea, a la consecución del poder por el poder mismo, sin consideraciones sociales.
Peor aún son las instituciones políticas o seudo políticas que enarbolan ideas de mejoría social y hasta de supervivencia democrática, siendo que en el fondo no pasan de ser sino meros instrumentos de intereses privados que pretenden, al paso del tiempo, aumentar los bienes que reciben como operadores de las franquicias electorales.
Debemos entender que estos grupos cupulares son los que expolian el patrimonio de los mexicanos todos, que enajenan los bienes básicos y sagrados del pueblo, aquellos que nos costaron sangre y sacrificios por muchos años, como lo registra nuestra historia pasada y moderna.
Reflexionar sobre lo que queremos para que nuestro país avance hacia un mejor futuro, debe llevarnos a una conducta limpia, a una conducta que nos impida caer en las mismas actitudes que niegan por sí mismas el progreso y la modernidad política a la que tenemos derecho.
Debemos rescatar a los partidos políticos, ya que son la vía única hacia la democracia, la única vía para que el ciudadano ejerza su soberanía y elija a quienes les gobiernen y representen por medio de las Instituciones que nuestro sistema ha diseñado para la conducción de vida interior de nuestro país.
Conviene, para recordar la función de los partidos en los procesos electorales, citar el artículo 41 constitucional; el fin de los partidos es promover la participación del pueblo en la vida democrática; contribuir a la integración de la representación nacional y como organizaciones de ciudadanos, hacer posible el acceso de éstos al poder público, de acuerdo con los programas, principios e ideas que postulan, mediante el sufragio universal  libre, secreto y directo”.
Se asienta también que tienen derecho al uso permanente de los medios de comunicación social, de acuerdo a formas y procedimientos marcados por la ley respectiva; asimismo se señalan reglas para su operación, para las campañas electivas y se garantiza que en los financiamientos los recursos públicos prevalezcan por sobre las aportaciones privadas.
Es prudente señalar que los partidos, entre sus funciones básicas, tienen el lograr la sociabilización política para crear opinión y armonizar intereses y formación de dirigencias políticas ciudadanas; canalizar las peticiones de la población hacía los Poderes y, con ello, reforzar a nuestro sistema político.
Desde hace poco más de dos décadas, nuestros partidos  comenzaron a mostrar resquebrajamientos y debilidades como consecuencia directa de la niebla que empaña todas las esferas que componen el sistema del poder público. Una niebla, desde luego, que con el beneplácito de la élite política que la genera o y favorece, cubre ya todo el escenario nacional. Esa niebla, tiene un nombre y eses nombre es corrupción.
Este mal, de todo conocido es el que agobia y mantiene cautiva a nuestra sociedad. ¿Quién no ha sido víctima de una acción u omisión generada por una conducta viciada? ¿Quién no ha sido víctima de los incontables sujetos que creen -están seguros- que la corrupción es la que sostiene a la sociedad?.
Hoy día, la crisis que enfrentan todas las áreas sociales se debe a la corrupción, a ese vicio enquistado que dichas élites en el poder no quieren que desaparezca, porque les conviene. Nunca como ahora tiene dramática vigencia aquel adagio que señala que “en río revuelto, ganancia del pescador”.
Hay quienes piensan que corrupción consiste en tomar lo ajeno, lo que está menos vigilado, pero esa es una visión muy corta del problema. Corrupción también es no realizar un buen  trabajo, no cumplir con las obligaciones o permitir que otros caigan en este mismo circulo. Por ello debemos comenzar a combatirla desde su raíz, desde la formación escolar básica hasta la carrera profesional.
La inseguridad que vivimos hoy, es consecuencia directa de la corrupción, ese mismo vicio es el causante de que los menores no tengan una enseñanza completa tanto en lo académico como en lo moral, que los haga entes con responsabilidad social, que los faculte para responder a los reclamos futuros de la sociedad a la que deberán incorporarse, y a la que tendrán la obligación de hacerla más prospera, más justa y segura.
Estos prospectos ciudadanos deberán proteger, a su vez, a los futuros jóvenes de las acechanzas de  quienes han hecho de la delincuencia un modo de vida, los que hoy ofrecen de modo dramático a muchos adolescentes una suerte de “identidad de grupo” que les permite sobrevivir –no vivir- en comunidad. No hay que olvidar, empero, que estos mismos jóvenes delincuentes fueron a su vez productos de la misma cadena viciosa.
Si los partidos políticos cumplieran con su función social de organizar a la sociedad para alcanzar mejores niveles de vida, si prepararan al ciudadano no sólo para defenderse de los embates de la corrupción, sino para exigir a los propios políticos el cumplimiento de sus compromisos campaña, otro seria el destino de nuestra sociedad.
Es importante dejar bien claro, en este contexto, que para empezar a trazar el camino de la recomposición de la sociedad, lo primero que hay que buscar es la separación de la política del dinero. En el momento en que nuestro país adoptó como modelo económico de desarrollo neoliberal, y que se pensó en que sólo con dinero podría alcanzarse las mieles del poder sin importar su origen, la política se contamino e hizo más ricos a los ricos y más pobres a los pobres, dando origen a un desequilibrio Social que hoy nos asfixia a todos.
Ante esto, debemos buscar mecanismos que obliguen, sí, que obliguen a los partidos a cumplir con sus cometidos para con la comunidad que les dio origen y los sustenta, así como instrumentos legales que garanticen la limpieza del dinero con que se dota a estos mismos institutos.
Debemos reconocer que hoy por hoy la corrupción, la que se genera desde el ámbito político, ha lastimado profundamente   al tejido social mexicano, que ha llevado a hombres y mujeres a percibir un salario de hambre que les impide responder a los reclamos familiares, que en la práctica los aleja del derecho a la Salud, a la Educación, a la Vivienda y al Empleo entre varias otras garantías que contempla nuestra Carta Magna.
Hoy parece que vamos en sentido contrario a la Historia. Nuestros gobiernos, emanados de partidos políticos corruptos, parece que gozan en fomentar el enojo y la ruptura familiar y, como consecuencia, generan una corrupción galopante y una violencia social extendida.
Estamos a tiempo aún de cambiar, de reescribir nuestra historia. Hagámoslo por el bien de México.

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