Por Frank R. Rojas
Es febrero de 2003 en el Aeropuerto Internacional Frank País de la ciudad de Holguín, Cuba. Frente a mí, dos oficiales aduaneros inspeccionan mi equipaje.
El viaje de más de seis horas desde el invierno londinense me ha devuelto a tierra cubana, donde me esperan mis familiares y, en la pista del aeropuerto, una bofetada de calor.
El fondo de la maleta, donde había colocado de manera ingenuamente sediciosa un grupo de libros, algunos de ellos censurados en la Isla, es justo el lado que me toca abrir ante la solicitud de los pesquisantes.
Con sus tapas extendidas, el vientre de la maleta muestra no sólo mis deficiencias como empacador, sino que también revela, palpitando desde la primera capa, una al lado de la otra, las novelas prohibidas “1984”, de George Orwell, y “Tres tristes tigres”, de Guillermo Cabrera Infante. Estoy jodido, pienso y, mientras mentalmente preparo mi alegato, uno de los oficiales toma en sus manos el libro de Cabrera Infante, lo sostiene durante unos segundos en el aire y hace un gesto de detective consumado…
Tres meses antes, en noviembre de 2002, en St James’ Park, el estadio de fútbol de Newcastle, The Toon, mientras el equipo local era apoyado por sus seguidores que cantaban eufóricos sus himnos futboleros, comenzó, en el eco de las miles de voces, este cántico con el nombre del ídolo de los geordies, que me pareció conocido:
“One Alan Shearer,
there is only one Alan Shearer.
One Alan Shearer,
there is only one Alan Shearer”.
El ejercicio que le propongo ahora es sencillo: repita estos versos al ritmo de la Guantanamera…¡Así es! En el nordeste de Inglaterra, en territorio sagrado anglosajón (el campo de football, no soccer), tan lejos geográficamente, y de tantas otras maneras, del Caribe, de Cuba, se entonaba la de Joseíto Fernández con versos en inglés.
Guantanamera / One Alan Shearer
guajira guantanamera / there is only one Alan Shearer
guantanamera / One Alan Shearer
guajira guantanamera / there is only one Alan Shearer
Yo soy un hombre sincero…
Sin embargo, quien pasó por mi cabeza en esos momentos, antes y después del juego de fútbol, cuando en el pub celebrábamos con pintas de cerveza la victoria local, no fue Joseíto Fernández, sino Cabrera Infante y su juego con la prosa martiana y sus rejuegos de palabras. Unos días más tardes, en Londres, compré “Tres tristes tigres”, con carátula azul y olor a nuevecito. Releí el libro. Ahí estaba: yo soy un hombre sincero…
El oficial de la aduana levanta el libro en su diestra.
—Son muchos libros —me dice
—Es que yo…
—Sí, sabemos, usted es maestro.
Aún con el libro en alto, me mira con cierta complacencia, como quien descubre la pieza clave en la escena del crimen.
Sin dejar de mirarme, con la otra mano, extrae desde la maleta un disco DVD que pasa rápidamente a su colaborador mientras me informa que van a verificarlo.
—Debemos cerciorarnos de que su contenido no es “contrarrevolucionario” o “pornográfico”.
Luego coloca, alas, de manera más ordenada que como lo había hecho yo, el libro con su carátula azul al lado de la novela de Orwell.
Media hora más tarde, salgo con mi equipaje intacto, los libros a buen resguardo, y en la mano, el inútil DVD cuyo contenido ni siquiera alcanzo a recordar.
Es septiembre de 2024 en la Biblioteca Pública de Tampa,me rebano los sesos intentando encontrar un tema interesante para escribir en homenaje al Día Internacional de la Traducción. A mi lado, una estudiante universitaria (su T-shirt lo anuncia) lee atentamente un libro titulado “Three Trapped Tigers.”
No me contengo. Le pido, con la cortesía canadiense que heredé en el norte y los debidos formalismos, que me permita hojear el libro.
La traducción al inglés es de Donald Gardner y Suzanne Jill Levine. Busco entre las páginas, y ahí está: un guiño de los traductores, la versión al inglés, reflejo del estilo del escritor gibareño con sus puns y juegos lingüísticos, su choteo, su desacralización y homenaje:
I am a man without a zero…
Yo soy un hombre sin cero…