> ANGÉLICA DÍAZ CEBALLOS GRAFF
Con gran alegría, escribo hoy para recordar a la poeta y maestra Zita Finol en el octavo aniversario de su partida. Tuve el privilegio de conocerla cuando aún vivía su madre, doña Emérita, de quien quedé impresionada por su amable sonrisa, la mirada de sus hermosos y profundos ojos verdes, su agilidad mental y, sobre todo, su simpatía, la que heredó a su hija Zita. Así pude ver con claridad la cepa de donde vino esa niña vivaz e inquieta que se trasmina en sus letras.
Recuerdo con gozo las tardes que pasamos juntas cuando, sentadas a la mesa en el minúsculo patio de mi casa, leíamos poesía tomando café o tequila, mientras se elevaba el humo ritual del tabaco que nos convocaba a hablar de la vida, la injusticia, los amores, los hijos, las guerras… Disfruté mucho de su agudo sentido del humor.
Al hablar, Zita parecía que jugaba al juego del gato y el ratón: atrapaba tu pensamiento con una frase sorprendente y con otra la echaba a volar, te observaba despacio, escuchaba lo que decías, pero iba más allá, a las profundidades, al por qué habías dicho lo que dijiste, a la entraña misma de la palabra. El tiempo a su lado parecía quedar aparte. Su magia nos llevaba a recordar cosas que aún no sucedían
Sus ojos daban vida a todo lo que tocaba y, cuando los detenía en ti, era como ser visto por primera vez. La dulzura de su mirada se ha expandido en mi memoria hasta estos días. Agradezco el bálsamo de su palabra, sus manos entrelazadas al escuchar atenta el latir de otra alma, como en confesionario; la amorosa mirada de quien comprende y arrulla.
Zita fue una mujer que enfrentó la vida con honor, valentía y entereza. Su fina sensibilidad le permitió comprender los estados del ser, el juego de la conciencia… Su poesía mística indica las profundidades que alcanzó, sumergiéndose en las turbulentas aguas de las emociones, como apreciamos en su poemario Cantos de agua, donde encontramos versos luminosos que nos cimbran:
¿Cómo describir un sueño de niebla,
una copa de luz,
la dicha que aún al irse perfuma
el alma que abandona?
Zita dibuja el dolor con suave línea, pero firme entrega. Consciente de sí misma, lleva oculto al cuello su collar de espinas, doliente, y levanta su palabra para nombrar la injusticia. Defensora de mujeres y mendigos, lucha hasta el último día y, desde su trinchera de palabras, denuncia los sucesos en su labor periodística, lo que la hace merecedora de reconocimientos como la Medalla Magdalena Mondragón por méritos profesionales y el Premio Estatal de Periodismo de Quintana Roo.
Zita abarcó diversos géneros literarios con sencillez e inteligencia. Amor sin arras, en teatro, fue una obra premiada en 1959 por el Instituto Nacional de Bellas Artes. En el género de cuento, destacan los libros Cuando perdí aquello (Edamex), y Brujos o científicos (AHR Editores). En poesía: Canto nuevo y Sonata a 8 voces (Editorial Selet); Los entornos de la rosa, de la Fundación Oasis y la Universidad del Caribe, y Cantos de agua, de la editorial Gaceta del pensamiento.
Poemas como “El regreso”, de Cantos de agua, en la misma tesitura que los versos anteriores, nos llevan con suavidad y cadencia por los caminos del retorno:
He iniciado el regreso
y aún viaja conmigo
mi cristal de niño
En tan largo viaje,
fue el mejor amigo
que mis pies cubrieron
con el suave abrigo
que tejió su risa.
Con su fantasía,
puse luces al paisaje
y, perdida la ruta,
esperé que pronto
se abriera un camino,
gracias a la magia
de su alegre canto.
El dolor dejó su huella,
más su fe fue sombra,
su esperanza estrella,
y, al sufrir la derrota
de ser sólo un hombre,
me enseñó a rezar
Digo ahora a Zita: “¡Corre, Zita, corre! Vence al tiempo con tus sueños…”, como dice a Juan Pablo en su hermoso poema “¡Corre, Juan Pablo, corre!” o como en el poema “Saetas”: Ayer en mi añoranza te soñé más niño… Niño el sueño que evoca la imagen de la poeta, maestra y amiga doña Zita Finol. Todavía su voz resuena en mi mente cuando leo sus versos. Su esencia está en la sonrisa de todos a los que nos dedicó sus horas.