Por DAVID LARA CATALÁN
Maestro en Gestión Pública por el Instituto Tecnológico de Estudios Superiores de Monterrey
Hace apenas unos días, el expresidente Barak Obama celebraba que “gracias a la democracia, Donald Trump no había logrado al cien por ciento lo que quería”. No sé si se refiriese a la misma democracia que cuatro años atrás frenara la continuidad de los demócratas en la Casa Blanca y sí, en cambio, la llegada a la presidencia de Trump, o quizá fuera otro el sentido de la democracia del que hablara el expresidente.
Así de paradójica, plural, coyuntural e irónica es lo que concebimos por democracia. Sin duda, la democracia, como sistema político, da para mucho y justifica las acciones de tanta gente, tanta como nos podamos imaginar y aún más. En su vasta pluralidad, nos hemos envuelto hasta diluir nuestros perfiles ciudadanos, adultos con mayoría de edad, y nos hemos ido convirtiendo en masas amorfas, insensibles a la dinámica y los resultados de la cada vez más compleja sociedad del trabajo.
En 2016, basado en una retórica antinmigrantes, Trump puso el dedo en la llaga de un amplio sector de la población al alentar los más altos tonos de discriminación y de racismo. El resultado fue que ganó y, en efecto, ganó la democracia, es decir, el poder de una mayoría que apostó por un discurso excluyente que aún tiene muchos seguidores. Es curioso que cuando nos conviene decimos “gracias a la democracia…”, pero, cuando los resultados no son adversos, acusamos de fraude y podredumbre electoral. Lo hizo Hillary Clinton en su momento e igual lo hizo el propio Trump. Y así habría muchos ejemplos en el mundo. México es también ejemplo de este cinismo político-electoral.
POLÍTICA Y MERCADOTECNIA
En la medida en que el pueblo, base de la democracia, tiene nuevas necesidades o motivaciones, la democracia modifica su perfil y los expertos en mercadotecnia política saben mucho del asunto y saben qué idea o eslogan se debe poner en el mercado en que se ha convertido el espacio público. Me gustaría mucho subrayar que vivimos, en términos generales, una democracia de emociones y no necesariamente de razones o juicios basados en criterios, en la revisión de números y datos serios, los cuales –pasados por el tamiz de la argumentación– podrían devenir en el reconocimiento de la mejor propuesta cargados, además, con un sentido ético; con esto me refiero a la importancia de pensar en el bienestar de una gran colectividad y no sólo en el beneficio de unos cuantos.
Esto es, sin embargo, demasiado civilizado y, aunque nos cueste admitirlo, no estamos educados para vivir en un ambiente permeado de civilidad y eticidad. Estamos, me parece, mucho más dispuestos al capricho o a la ocurrencia, a celebrar que se han ido los enemigos acérrimos de la democracia en turno, y que ahora sí se verán las verdaderas acciones plenas de justicia para todos. El gran circo de la mercadotecnia electoral, sustento de nuestras democracias, da para mucho, mucho más.
Ahora que se ha ido Trump, todo el mundo parece respirar con tranquilidad. La promesa de un mejor futuro con Joe Biden, no sólo para Estados Unidos, sino también para todo el mundo, es por ahora sólo una promesa. Desde su primer día, éste firmó la orden ejecutiva que permitiría legalizar a once millones de migrantes ilegales. Un buen propósito, sin duda, pero falta aún la aprobación del Congreso. Ahora mismo, de entrada, habría que empezar a descartar a quienes tengan antecedentes penales o los que no hayan pagado impuestos. Así, poco a poco, se irá reduciendo el probable número de beneficiarios.
Asimismo, se firmó la orden para reincorporar a Estados Unidos al Acuerdo de París sobre cambio climático. Basado en el apoyo de científicos, Biden se ha propuesto combatir la covid-19 y mitigar su impacto en una sociedad muy afectada, en muchos sentidos, por esta pandemia. Sin duda, son tres grandes problemas que urgen de atención inmediata.
Sin embargo, una tarea fenomenal será tratar de paliar los diversos conflictos sociales y raciales generados por la retórica antiinmigrante de Trump. Tarea nada fácil si se considera que Trump es sólo la punta del iceberg respecto de un problema con profunda raigambre en la sociedad norteamericana. Los gritos y descalificaciones de éste le generaron votos que le permitieron llegar a la Casa Blanca, pero hay que decirlo: mucho de lo que dijo se contradice en los hechos. Por ejemplo, según datos de Immigration and Customs Enforcement (Servicio de Control de Inmigración y Aduanas) durante los ocho años de la gestión de Obama se deportaron a más de dos millones de ilegales; sólo en el año de 2013, la cantidad de expulsados llegó a los 435 mil 498, en tanto que en 2019, ya con Trump, se deportaron sólo a 267 mil 258 ilegales. En el cuatrienio de Trump, la cifra de deportados llegó a cerca de 600 mil personas
Por otra parte, la longitud del muro que prometió construir fue apenas de 85 millas y, en gran medida, lo que se hizo fue reparar los muros que habían sido construidos durante las administraciones de Bush y Obama. Éstos, sin necesidad de gritarlo, lo hicieron. Por cierto, México no pagó por el muro como tanto alardeó el ahora expresidente. Los gritos y las descalificaciones han sido parte del gran circo electoral en muchos países y, desde luego, generan grandes expectativas en amplios sectores sociales, sin embargo, las promesas hacen lo mismo. Entre gritos y/o promesas parece transcurrir el tiempo y diluir las grandes expectativas sociales de muchas personas para mejorar sus formas de vida.
EL FUTURO DE LA DEMOCRACIA
La gran mayoría de los inmigrantes tienen dos trabajos durante seis días a la semana. El día libre es para dormir y minimizar los efectos de las desveladas y el cansancio. Pagan impuestos y fortalecen la economía local, mandan remesas que, por ejemplo, en el caso de México se han vuelto uno de sus principales ingresos y no falta alguien que lo celebre como un triunfo. Durante el año de 2020, las remesas enviadas por los mexicanos, en especial de Estados Unidos, sumaron 40 mil 606 millones de dólares, lo que representó un récord histórico, según reporte del Banco de México. Este monto fue un 11.44 por ciento superior al de 2019, que ascendió a 36 mil 438 millones de dólares.
Una promesa que bien habría que considerar –no sólo politizar– es la posibilidad de dar estatus legal a once millones de migrantes que viven en la ilegalidad, pero que contribuyen, por ejemplo, en el caso de California, a hacer de este estado la quinta economía global. La justicia debe ser compañera inseparable de la democracia, así como un conjunto de libertades que tendrían como objetivo ponderar el bienestar de los amplios y plurales sectores que conviven en un país.
¿Cuál es el futuro de la democracia? ¿Podremos reconocer su dinamismo en medio de la vorágine que ocasiona tanta información, mucho de ella fake (falsa) o en medio de tanta ignorancia que sigue siendo caldo de cultivo para llegar y mantenerse en el poder? ¿Podremos de alguna manera hacerle frente con éxito a las graves dosis de fanatismo, religioso o político, que padecemos?
Me parece que nos urge reflexionar sobre aquel histórico dilema que plantea el para qué de la educación. Es decir, ¿para qué se educa? Si es que se educa y no solamente se escolariza. Hay, desde mi perspectiva, una abismal diferencia entre educar y escolarizar. Con cierta melancolía, quiero anotar que acaso podamos educar para formar individuos críticos, reflexivos, con capacidad para argumentar y dialogar; personas con un fuerte sentido de responsabilidad para consigo mismas y para con el prójimo. Nos vendría muy bien contar con individuos capaces de mirar a los diferentes con la intención de comprenderlos y colaborar con su desarrollo.
En el marco de esta pandemia global, que ha expuesto las enormes incapacidades gubernamentales y ciudadanas, así como también la gran fragilidad de nuestras economías y de nuestra vida pública, nos convendría, como dije, retomar aquel viejo dilema: para qué se está educando. Una democracia sana precisa de individuos críticos y creativos, éticos, y, por lo que se ve, estamos muy lejos de tal aspiración. Por eso tengo la mirada melancólica y atónita ante nuestras grandes carencias: la falta de capacidad de relacionarnos, de respeto y de reconocimiento de los otros, quienquiera que éstos sean… Todo ello evitaría que nuestras democracias fuesen tan frágiles.