Nicolás Durán de la Sierra

El nuestro es un país de extremos; bien pudiera decirse que repele la templanza y que alcanzar el equilibrio le es punto menos que imposible. La propia historia nacional en cualquiera de sus etapas da muestra de su colectiva falta de mesura y el momento político de hoy no sólo no escapa de este juicio, sino que deviene hasta en ejemplo del temible fenómeno. Aunque suene exagerado, México es una nación bipolar.

Van un par de pautas: la negativa de López Obrador de utilizar los transportes presidenciales y preferir las aerolíneas privadas, contrasta con el boato de Peña Nieto, al que poco le faltó para pedir que tendieran una pista de tenis en su avión favorito… Polos opuestos. Si uno peca de desmedido, el otro de mezquino, pero los dos van al extremo, aún y cuando el mandatario electo quiera alegar que lo hace como muestra de austeridad.

El otro ejemplo, también de sobra conocido, apunta al resquemor del mandatario electo para permitir que sea el Ejercito el que vele por su seguridad. Si el que pronto ha de irse tenía al Estado Mayor Presidencial casi en el paraíso, el que entra en diciembre, en contraste, quiere eliminar a esta sección castrense especializada en el cuidado del presidente en turno. De nuevo aparecen los puntos extremos.

Por cierto, para sosiego nacional, se espera que pronto el Poder Legislativo reconvenga a éste para que acepte la tutela militar, ya que su investidura lo rebasa como individuo, como persona… Otra vez en el asunto de la bipolaridad, no sobra decir que lo deseable sería que la mesura y el equilibrio señorearan nuestra vida pública pero, por lo que se ve en el horizonte, la ley del péndulo extremo seguirá imperando por mucho tiempo….

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