Hace unos días, Rocío Moreno, secretaria de Desarrollo Social advirtió que si bien se había alcanzado reducir la pobreza estatal en 1.2 por ciento en el Estado, el logro está amenazado por el flujo constante no sólo de gente de Veracruz, Yucatán, Chiapas y Tabasco, sino también de Centro América, y que el crecimiento poblacional de Quintana Roo es del seis por ciento anual.

Sin restar mérito a la Sedesol y aceptando los números del Inegi, los que han sido objetados más de una vez han por el propio Estado, no se precisa gran sagacidad para prever que pronto repuntará  de nuevo el índice de pobreza estatal. Ella no lo dijo, pero el alza poblacional se da en especial  en Cancún y en Playa del Carmen, las mayores y más opulentas ciudades de Quintana Roo.

En el corto plazo será difícil menguar la migración hacia el norte estatal y si bien se dan pasos para crear riqueza en otros puntos del país, como con el proyecto del tren maya, sería loable que los municipios diseñaran nuevas rutas para el desarrollo citadino, pues es crítico el caos urbano que priva en ambas ciudades y ese caos genera una gran pobreza, además de delincuencia.

Hace unos años, en un festejo alusivo al aniversario de Cancún, el periodista Rosendo Leal, para vergüenza del gobierno en turno, dijo que Cancún crecía “como la verdolaga de mar: a lo largo, a lo ancho y a lo tonto”. El aserto sigue válido. Habría agregar que este caos es hijo también de los ayuntamientos que, por dinero, avalaron la edificación de miles de viviendas hoy abandonadas.

Un programa de desarrollo urbano en ambas ciudades, uno que frene invasiones y ataje la codicia inmobiliaria; uno que crea que la migración es controlable, abonaría no sólo a la baja de los índices de pobreza, sino también al descenso de la violencia. El capitalismo salvaje que impera en Cancún y Playa del Carmen nos comienza a pasar factura, como a diario nos lo dice la nota roja.

Sin menoscabo de los esfuerzos por abatir la pobreza del gobierno del Estado, conviene decir que es igual de importante el no generarla y un desarrollo urbano honesto e inteligente, como se dijo, abona a la meta, sobre todo si, como es el caso, en su gran mayoría se trata de migraciones originadas por la acusada y dramática pobreza de las zonas rurales.

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