Claudia Selser

Consuelo Suncín de Saint-Exupéry la descubrí por casualidad mientras vacacionaba en el Viejo Hotel Ostende, en la costa atlántica argentina. Edificado por una compañía belga en 1913, es una casa con una torre en medio de las dunas. Allí, en la habitación 51, me dijeron, durmió Antoine de Saint-Exupéry entre 1929 y 1930. Supe entonces que el autor de El principito, a bordo de un monoplano Lateoere 25, junto a otros pilotos, había inaugurado la aviación comercial en Argentina con las rutas aeropostales desde Buenos Aires hasta la norteña provincia de Misiones.

Esta saga quedó en Vol de nuit (Vuelo nocturno), novela publicada en 1932 que Hollywood llevó al cine: un aviador de la nobleza gala, un seductor aventurero tiene el coraje para volar aviones sin cabina cubierta, empapado de lluvia o helado por tormentas de nieve sin más orientación que una brújula… Consuelo Suncín era una salvadoreña pequeña, que enamoró al aviador una tarde de otoño de 1929. Hay varias versiones del flechazo de Cupido. Para unos ocurrió en el Hotel Majestic de Buenos Aires, donde ella se hospedaba, pero cuenta la leyenda que ni bien la vio Saint-Exupéry la invitó a dar un paseo por las nubes. Parece que arriba, en su avioneta, le rogó que le diera un beso. “Dame un beso o nos mataremos”, le gritó dejando caer la aeronave en picada. “Mátanos”, dijo Consuelo tranquila. Antoine elevó de nuevo la nave y empezó a llorar. Aquello le conmovió y fue entonces cuando se acercó a darle el beso. Si no fue real, tiene mucho que ver con los perfiles de ambos personajes.

Consuelo y Antoine se casaron en París en 1931 y siguieron juntos en una tormentosa historia de amor hasta la muerte del piloto en 1944. Mucho después se supo que la salvadoreña de ojos negros había sido “La rosa” de El principito, aquel pequeño príncipe habitante del asteroide B-612 y, por tal, la inspiradora de una de las más bellas declaraciones de amor que llegó a millones de niños y grandes, traducida a más de 140 lenguas: “Rosas: Sois bellas, pero aún estáis vacías. Nadie puede morir por vosotras.

Es probable que una persona común crea que mi rosa se os parece. Ella, siendo solo una, es sin duda más importante que todas vosotras, pues es ella la rosa a quien he regado, a quien he puesto bajo un globo; es la rosa que abrigué con el biombo. Ella es la rosa cuyas orugas maté (excepto unas pocas que se hicieron mariposas). Ella es a quien oí quejarse, alabarse y aún algunas veces, callarse. Ella es mi rosa…” ¿Quién fue ella, la flor coqueta, despeinada y mentirosa, que decía ser única en el mundo y que “El principito” protegía “porque las flores son tan contradictorias y él era aún joven para saber amarla?” Su figura me fue dibujada por varias fuentes, pero en lo básico por el trabajo del poeta salvadoreño Manlio Argueta. Consuelo nació en 1901 en Armenia, El Salvador, y fue hija primera del coronel Félix Suncín Monchez y Ercilia Sandoval. Asmática, fue una niña débil que nunca dejó de soñar con ser alguien importante, según testimonio de la poetisa Claudia Lars en su Tierra de infancia: “Si me guardas el secreto, te diré que voy a ser reina de un país lejano, tendré vestidos de plata y oro, y anillos y collares con piedras maravillosas…” De su gran capacidad para contar historias, dice también Fabienne Bradu en Damas del corazón, donde aparece una versión escrita por Consuelo: “Nací sietemesina, bajo los trópicos, durante un terremoto. Todo se derrumbaba a mi alrededor cuando di mi primer grito.

Me dejaron al cuidado de un campesino brujo”, escribió, y nadie cree que pueda haber sucedido. Lo cierto es que su carácter quedó de manifiesto a los 19 años cuando salió de Armenia, sola, rumbo a Estados Unidos, algo audaz para una joven de provincia de 1900. Su padre, temeroso por el asma y para calmar el afán inquieto de su hija, tramitó una visa para que estudiara inglés en San Francisco. Allí inició sus estudios de dibujo y pintura y frecuentaba el almacén de óleos donde se enamoró del mexicano Ricardo Cárdenas, con quien se casó en 1922, ni bien cumplió su mayoría de edad. El matrimonio no duraría mucho, pues junto con su aún esposo viajó a Mérida, Yucatán, donde tramitó su divorcio y de allí, estrenando libertad, viajó a la Ciudad de México donde, según parece, quería estudiar abogacía. La próxima noticia la ubica esperando audiencia de José Vasconcelos, el ministro de Educación mexicano. Según notas de Stanley Glower, secretario del político: “Ella esperó cuatro días para ser recibida y cuando la recibió la hizo esperar cuatro horas.

En todo el tiempo, le miraba de reojo las pantorrillas.” Vasconcelos y Consuelo se hicieron amantes y su relación quedó retratada en El desastre, uno de los libros biográficos del filósofo. Consuelo aparece como Charito, “quien tenía música en la voz y la clave de su melodía era su forma de hablar. Oírle un relato era caer en embrujo. Se encendía platicando y los versos más triviales adquirían en sus labios un encanto de esmaltes recién lavados”, escribió él antes de pintar con entusiasmo la “melodía de su cuerpo” y la “llama de sus ojos negros”. Pero no todo fue pasión, pues pasó un mes internada por una crisis de asma en la capital de México, según unas líneas que le mandó a su hermana: “Loris, he estado más de un mes muy grave. Estaré en convalecencia y luego me iré a Madrid. Te quiere mucho. Consuelo.” Su salida del país tuvo que ver con el destierro de Vasconcelos, que en 1926 viajó a Francia con su mujer y envió un pasaje para que Consuelo lo siguiera.

Por las memorias del filósofo pudo saberse que, llegada a París, ella se inscribió en una academia de francés “y aprendió tan rápido que al mes se burlaba” de él. También, que éste la invitó a comer a un restaurante de lujo con Alfonso Reyes, y ella, mirando alrededor, preguntó: “¿Y éstas son las francesas seductoras…?” Fuera de anécdotas, al poco tiempo Consuelo se sintió sola y enamoró a Enrique Gómez Carrillo, uno de los grandes prosistas de habla hispana en los años veinte, quien había sido amante de Margaretha Geertruida o “Mata Hari” y esposo de la entonces afamada actriz española Raquel Meller. Lo que pareció ser una aventura, terminó en boda. Gómez Carrillo se casó con ella tras un duelo con Vasconcelos. La llevó a viajar, pero once meses después, a fines de 1927, él muere de un derrame cerebral y deja a su viuda como heredera universal y con envidiables relaciones: Oscar Wilde, Verlaine, Maeterlinck, Breton, Dalí, Picasso, Miró y Diego Rivera. La escritora Anne Marie Mergier retrata esos tiempos en París: “Era una catarata: excéntrica, alegre, imprevisible, fuerte, caprichosa, indefensa, misteriosa, chispeante, excesiva, atenta, egocéntrica, generosa, volcánica… y salvadoreña. Hablaba un francés exótico.” La hermana de Antoine de Saint-Exupéry, Simone, la describe en Antoine, mi hermano menor como “dotada de vitalidad infinita, esta mujer sumamente atractiva y llena de imaginación fue una constante fuente de inspiración para él…” Dos años luego de la muerte de Gómez Carrillo, en 1929, fue invitada por el presidente de Argentina Hipólito Irigoyen, que pretendía rendir un homenaje póstumo al escritor, quien había sido cónsul honorario en París. En Buenos Aires, conoce a Saint-Exupéry y se casa con él un año después. La boda fue en la capilla de Agay, en Niza, propiedad de la familia Saint-Exupéry.

Su matrimonio no fue un lecho florido, pero eso se supo más tarde, en 1999, después de su muerte, cuando su heredero universal, el español José Martínez Fructuoso –quien había sido su mayordomo, jardinero y, se rumora, su última pareja–, cedió al escritor Alain Vircondelet los documentos, las cartas que escribía cada domingo a Saint-Exupéry y no enviaba, y el manuscrito titulado Memorias de la rosa, una autobiografía escrita en 1946 y publicada en el año 2000, en el centésimo aniversario del natalicio de Saint-Exupéry. De las memorias, reescritas por Alain Vircondelet, se vendieron en Francia más de 80 mil ejemplares. Consuelo da vuelco a los prejuicios en su contra, narra sus años de casada, la vida caótica y conflictiva de la pareja, pese a que en sus últimos días el autor de El principito le escribió reconociendo el gran significado que tuvo Consuelo en su vida.

En Memorias de la rosa se retrata a Consuelo presa de las idas y venidas del impulsivo aviador y sus permanentes mudanzas, unidas a un carácter caprichoso e inestable que continuamente requería a su esposa para luego rechazarla y dedicarse a sus amantes. Mujeriego, inestable, injusto hasta el machismo, pero apegado a ella en extremo y, a menudo, frágil y enternecedor, la figura de su marido fue reconstruida en esas páginas que alternan un estilo poético, humorístico, superficial, profundo y, muchas veces, agrio. En esas páginas, también sugiere que el origen del retrato de El principito fue un esbozo suyo en una servilleta que realizó en 1939.

Una frase resume sus quejas frecuentes: “Ser la esposa de un piloto fue un suplicio. Ser la de un escritor, un verdadero martirio.” “¿Cuál era mi papel?”, se preguntaba, para responder, sumisa: “Esperar, esperar, esperar siempre. No estaba hecha para ser la esposa de un escritor de moda…” No queda duda de que Consuelo –según Alain Vircondelet– inspira la rosa de El principito. Las cartas del aviador reconocen su papel, incluso los volcanes citados en la obra tienen relación con Armenia: el Cerro Verde aparece como el volcán apagado, y el Izalco y el Santa Ana son los volcanes activos que dan el perfil tan especial al asteroide del hombrecito. Consuelo volvió a El Salvador en 1938 y se quedó sólo un mes en Armenia con su familia. Fue un viaje inesperado porque pronto tuvo que ir a cuidar a “Tonio”, como llamaba a Antoine, a un hospital de Guatemala, donde había sido internado tras un accidente aéreo cuando se dirigía a América del Sur. La vida de su esposo era intensa. Escribía artículos para diversas revistas, adaptaciones al cine de sus libros Correo del sur y Vuelo nocturno. Mientras él se unió a la aviación durante la Segunda Guerra Mundial, ella huyó de los nazis a Oppède, ciudad casi abandonada al sur de Francia. Ahí esculpía, pintaba y escribía. En julio de 1944, el avión de Saint-Exupéry desapareció en el mar Mediterráneo.

La noticia alcanzó a Consuelo en Nueva York, donde radicaba a petición de su marido. Allí permaneció hasta 1946, cuando regresó a Francia para exigir el título nobiliario y los bienes de condesa que le pertenecían por derecho de heredera universal del conde Saint-Exupéry. Luego se retiró a la Villa en Grasse –el clima seco le resultó beneficioso–, donde vivió pintando, esculpiendo, escribiendo y encontrándose con amigos como Pablo Picasso, Mauricio Maeterlinck y Albert Camus. Murió de un ataque de asma poco después de cumplir 79 años. Descansa bajo el nombre Consuelo de Saint-Exupéry junto a la tumba de Enrique Gómez Carrillo, en el cementerio de Père Lachaise, en París, un camposanto de ilustres como Víctor Hugo, Julio Cortázar y Jim Morrison.

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